Irlanda ha rechazado en referéndum la ratificación del Tratado de Niza, que marcó la vía para la ampliación de la UE hacia el centro y el este de Europa.
Como quiera que el Tratado en cuestión no puede entrar en vigor si no recibe el apoyo unánime de los Estados miembros, los Quince se encuentran ahora con que lo que acordaron el pasado diciembre en la capital de la Costa Azul se queda en agua de borrajas.
La mayoría de los votantes irlandeses han sido sensibles a los argumentos esgrimidos por el Sinn Fein, Los Verdes, los socialistas y algunas organizaciones sociales, que se han opuesto a la ratificación del Tratado alegando que, tal como se planeó en Niza, la ampliación perjudicaría gravemente los intereses de la población irlandesa, que es en estos momentos la que recibe una más alta tasa de ayuda comunitaria. Además, el texto de Niza pretendía forzar a Irlanda a avenirse a la participación de sus Fuerzas Armadas en misiones exteriores de pacificación no necesariamente avaladas por las Naciones Unidas, cosa que su población ve con muy malos ojos.
Los dirigentes de la UE no han ocultado su disgusto por la decisión irlandesa. Alguno, particularmente dado a la demagogia, se ha quejado de que 529.478 irlandeses puedan bloquear lo decidido por 441 millones de europeos (total que suman la población de los Quince y la de los países candidatos). El argumento no pasa de ser un pobre truco de prestidigitación política: nadie sabe cuántos de esos 441 millones votarían en contra del Tratado de Niza si se les permitiera expresar su opinión al respecto. La experiencia ha demostrado que, cada vez que un Estado convoca un referéndum para tomar partido en algún asunto comunitario, los votantes se dividen casi en dos mitades: Dinamarca rechazó por poco la aceptación del euro y Francia estuvo a punto de rechazar el propio Tratado de Maastricht (48,4% de votos en contra, por 51% a favor).
De hecho, el alto mando de la UE está tan quemado con los referéndums (es decir, con la democracia directa) que los desaconseja vivísimamente. Incluso ha habido algún mandamás involuntariamente gracioso que ha propuesto que Irlanda modifique su Constitución, que obliga a su Gobierno a convocar una consulta popular cada vez que hay que decidir sobre cuestiones que afectan a la soberanía nacional. El razonamiento es magnífico: para evitar que el voto popular te agüe la fiesta... ¡nada mejor que acabar con el voto popular!
Bruselas considera modélico el caso de España, donde los sucesivos Gobiernos han suscrito todos los tratados y acuerdos sin pedir jamás directamente opinión a la ciudadanía. Siempre han alegado que llevan los asuntos al Parlamento que, a fin de cuentas, es el depositario de la soberanía popular, haciendo como si no se dieran cuenta de que hay asuntos de importancia capital que malamente pudieron ser tenidos en cuenta a la hora de elegir a los diputados... porque ni siquiera estaban planteados en aquel momento.
Uno tras otro, los gobiernos de Madrid han demostrado que son de un papanatismo fuera de lo común. De tener dos dedos de frente, se habrían dado cuenta de las ventajas que presenta contar con una opinión pública crítica hacia los procedimientos comunitarios.
El gobierno danés obtuvo numerosas ventajas de Bruselas con la excusa de que, o contentaba de algún modo a sus votantes, o no le dejarían ratificar los acuerdos de los Quince. Londres viene haciendo lo mismo desde hace años. Lo mismo que Berlín. Lo mismo que París. Lo mismo que Roma.
Ahora, el Gobierno de Dublín sacará una sustanciosa tajada, gracias al resultado de este referéndum. Porque no hay nada como presentarse en Bruselas diciendo: «No, si yo votaría a favor, pero es que mi opinión pública no me deja, a no ser que le ofrezca importantes concesiones», para que los otros se resignen a hacer esas concesiones.
Hay quien sostiene que el Gobierno irlandés ha perdido este referéndum porque, en realidad, no ha puesto demasiado interés en ganarlo. Me parece verosímil. De hecho, va a ganar bastante, precisamente porque lo ha perdido. Va a sacar mucho más que Aznar con todas sus antipáticas terquedades sin futuro.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (9 de junio de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 7 de mayo de 2017.
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