«Eres un antisemita de mierda, como la mayoría de los españoles», me escribe un lector que se identifica como Jacobo Szapiro y al que parece que no le ha gustado la columna sobre Sharon que me publicaron el pasado sábado en El Mundo.
El señor Szapiro se identifica como judío. No creo que sea posible que un judío que tenga cierto nivel cultural -nada muy glorioso en este caso, pero lo suficiente- ignore que «semita», «judío» y «sionista» no son en absoluto sinónimos. Son distinciones que casi todos los judíos conocen: les pillan demasiado de cerca. En consecuencia, ha de saber por fuerza que también los palestinos son semitas, de modo que nadie que tome partido en ese conflicto puede ser antisemita. Por las mismas, tampoco puede desconocer que hay muchos judíos que tienen una actitud radicalmente hostil al Estado de Israel (yo me sé de un buen puñado de ellos).
De modo que, incluso respetando la alusión a la mierda, de lo que me debería haber acusado es de ser antisionista. Con lo cual, además, habría acertado.
Yo nunca me he sentido antijudío. Es incompatible con mi modo de ser. Jamás me he proclamado hostil a ningún pueblo, considerado en su conjunto. Recuerdo una vez que una compañera de El Mundo, al enterarse de no recuerdo qué noticia procedente de Oriente Medio, exclamó: «¡Malditos judíos!». Salté como una pantera: «¡Mucho ojo con lo que dices! ¡Yo soy judío!», bramé. La chica no sabía dónde meterse.
Me indignan ese género de manifestaciones. Por la misma razón, en otras ocasiones me ha tocado declararme homosexual, gallego y -aun a riesgo de provocar la incredulidad general- gitano, y hasta alemán.
Claro que si el señor Szapiro hubiera considerado la posibilidad -a falta de cualquier alusión étnica de mi parte- de que lo mío sea antisionismo, a secas, entonces habría tenido que centrarse en la defensa del sionismo, sin poder refugiarse ni en los Reyes Católicos, ni en los campos de concentración, ni en el fanatismo de los grupos declaradamente antijudíos. Y eso no es nada cómodo. Lo cómodo es deformar la posición opuesta para mejor rebatirla.
El señor Szapiro, aunque escribe en un castellano pasable, hace construcciones sintácticas y comete faltas de ortografía que parecen demostrar que no es de por estos pagos. Lo que me hace pensar que esa costumbre, consistente en hacer caso omiso de lo que realmente dice el oponente y atribuirle lo que uno preferiría que dijera para mejor ridiculizarlo, no es patrimonio nacional.
Lo que viene a confirmar mi criterio general: en todas partes cuecen habas.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (25 de febrero de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 5 de marzo de 2017.
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