Los mendigos de las grandes urbes se parecen poco a los de las ciudades de tamaño medio. Los que se mueven por el centro de las grandes metrópolis malviven aislados del resto de la población, a la que se esfuerzan por conmover poniéndose muy trágicos: se hincan de rodillas, se tapan la cara, exhiben letreros que relatan desgracias mil, se acompañan de criaturas que parten el alma...
En los 20 años que llevo en Madrid, sólo me he topado con un mendicante que se comportara de otro modo. Fue un hombre de unos 40 años que me abordó en una librería y me entregó una octavilla escrita a máquina. Decía: «Soy polaco. No hablo español. Acabo de llegar a Madrid con mi mujer y mis tres hijos. Necesitamos ayuda para comer». Busqué en el bolsillo, encontré 20 duros y se los di. Me miró irritado y me señaló una especie de post scriptum de su mensaje, que yo había pasado por alto. Ponía: «Donativo mínimo: 200 pesetas». Era un mendigo exigente.
En las urbes de tamaño medio, muchos mendigos están integrados y tienen relaciones cordiales con la gente bien. En San Sebastián es famoso Chanchillo, que se cubre con una raída gabardina sea cual sea la estación del año. Chanchillo -un diminutivo bastante preciso, en su caso- tocaba antaño un xilófono. Ahora toca un órgano eléctrico. El resultado es igual de nefasto, pero le permite hacer como que no está pidiendo limosna. En tiempos de Franco, amagaba La Internacional. Sus padres eran periodistas, que es como llamamos en San Sebastián a quienes venden periódicos por la calle. Se dice que tiene mucho dinero. Es posible.
En Alicante he conocido también mendigos muy singulares. Caruso era un señor mayor que se plantaba delante de las terrazas y atacaba -en el más violento sentido de la palabra- arias de ópera. La gente solía darle dinero, más que nada para que se callara cuanto antes. Creo que ha muerto.
Así como Chanchillo se disfraza de miserable -en cierta ocasión un amigo quiso regalarle un traje en aceptable estado y se lo tomó como una afrenta-, Caruso afectaba un aire señorial. Iba con chaqueta y corbata, de colores que sólo un arqueólogo podría determinar.
El mendigo más atildado que he conocido me lo topé también en Alicante. Iba el hombre tan puesto que costaba darse cuenta de que estaba pidiendo limosna. Se me acercó, me paró y me entregó una tarjeta de visita. En ella figuraba su nombre, y debajo, donde otros ponen Arquitecto, o Fontanero, o Director General, él había hecho imprimir: Inútil Total.
Cuando leí la tarjeta, no pude evitar una reacción de perplejidad. Debió tomarla por incredulidad, porque me dijo, muy solemne:
-¡Oiga, que puedo demostrarlo!
He conocido a lo largo de mi vida a bastantes inútiles totales, pero a ninguno que hiciera gala de esa condición y la exhibiera como título. Además, la mayoría de la gente totalmente inútil que conozco no necesita documentos que lo acrediten: basta con verla actuar.
Pero detendré la cosa en este punto, que hoy me había propuesto no escribir de política.
Javier Ortiz. El Mundo (13 de marzo de 1997). Subido a "Desde Jamaica" el 19 de marzo de 2012.
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