Pornografía infantil en Internet, fórmulas para la elaboración de alucinógenos sintéticos en Internet, casinos de dudosa fiabilidad en Internet... Los noticiarios se llenan de inquietantes nuevas asociadas a ese último grito de la comunicación. Miguel Angel Rodríguez ya se ha preguntado -en voz alta: qué manía- si no será el momento de pensar en su ordenación, término sin duda muy adecuado, porque remite tanto a los ordenadores como a la liturgia.
¿Pornografía en Internet? Aun admitiendo el uso común de ese término, convendrá que el personal que no está enganchado a la red sepa que la pornografía que cabe contemplar en Internet no resulta por lo común más chocante que la que cualquiera -niños y niñas incluidos, por supuesto- puede ver por el sencillo procedimiento de pararse delante de no importa qué kiosco de Prensa de nuestro país.
¿Fórmulas de drogas sintéticas? Ningún negociante de la cosa las difunde gratuitamente, por el puro gusto de corromper el gremio de la botica. Quienes se comunican esas fórmulas a través de Internet lo hacen con mensajes en clave -encriptados, dicen en la jerga- que sólo el destinatario es capaz de descifrar. La única ventaja que aporta el Internet a esa gente es la inmediatez: si no contaran con sus ventajas, podrían servirse del fax, de alguna mensajería o del correo normal.
¿Casinos no legalizados? La timba que se monta en el bar de la esquina todos los sábados no creo que tenga el aval de Hacienda.
Otro tanto puede decirse de la pornografía infantil. El quid de la cosa no está en que Internet la haga accesible (a través, por cierto, de una vía nada simple, que obliga a pagar su adquisición con tarjeta de crédito, lo que imagino que no podrán hacer muchos menores). La clave está en quienes fabrican ese material utilizando a menores. Que luego envíen el producto a sus clientes así o asao es secundario.
Lo que me resulta irritante de Internet no es que permita acceder a imágenes o textos más o menos procaces -que nadie me obliga a mirar-, o que albergue casinos chungos para gentes aburridas y sin imaginación -en los que no tengo por qué jugar-, o que sirva para que algunos malosos se remitan misivas críptico-farmaceúticas. La calle ofrece alternativas aún peores.
Lo que no me gusta de Internet es que también permite a algunos desaprensivos colar mercancía de rondón. Un ejemplo: ayer apareció en mi buzón de correo electrónico una carta de loor a la Virgen de Guadalupe, con la advertencia de que, si no la copio y se la envío a otras diez personas, el resto de mi vida será un desastre total. Me chafó: soy de natural fatalista.
Tal vez Miguel Angel Rodríguez tenga alguna idea de cómo cabría ordenar el sector de los fanáticos de la Virgen de Guadalupe.
Pero ni siquiera en eso Internet es especial. Mi buzón de siempre, el del portal, también me lo llenan a diario de cosas que no he pedido.
Internet no es nada por sí solo. Sólo otro reflejo de la vida misma.
Javier Ortiz. El Mundo (16 de octubre de 1996). Subido a "Desde Jamaica" el 19 de octubre de 2010.
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