El primer ministro australiano, John Howard, ha anunciado que Nueva Zelanda y Nauru se repartirán a los 460 afganos del buque Tampa. Dice que las autoridades de ambos países investigarán cuántos de ellos son «verdaderos exiliados» y que serán ésos -y sólo ésos, se entiende- los que finalmente recibirán acogida.
Me pregunto con qué criterio decidirán quién es un verdadero exiliado y quien es un falso exiliado.
Según cuál sea el país de procedencia, la distinción entre la emigración económica y la política es relativamente practicable... o pura y simplemente aberrante.
Es cierto que toda emigración forzada, incluida la que se emprende por razones de fuerza mayor económica, tiene, en último término, una motivación política. Pero, a efectos del Derecho Internacional, parece evidente que no es lo mismo irse hoy en día a Francia o a Alemania desde España o desde Portugal, por mucho que uno lo haga impelido por el paro -producto de una mala política económica, sin duda-, que escapar hacia un país relativamente rico desde Etiopía, desde el Kurdistán o desde Afganistán.
Hay muchos países en los que la asfixiante opresión política y la extrema pobreza se mezclan de manera indisoluble. En ellos, cualquiera puede morir de cualquier cosa en cualquier momento. El hambre, la inasistencia sanitaria, el disparo arbitrario de un sátrapa... Cabe cualquier cosa.
Una vez, en una populosa callejuela de Yakarta, un hombre me mostró a una hermosa jovencita -no creo que pasara de los 12 años- mientras me decía: «Mister, mister: 20 dollars!». Pregunté a mi acompañante indonesio de qué iba aquello. Me lo aclaró: «Quiere vendértela. Que te la quedes». «¿Para qué?», repliqué, horrorizado. «Para lo que quieras», me contestó, con aire desolado. El hombre buscaba hacerse con un puñado de dólares y tener una boca menos que alimentar.
Mi pregunta es sencilla: si esa chavala saliera huyendo de Indonesia para escapar de un futuro de esclavitud fáctica, ¿qué sería? ¿Una simple emigrante, que el Estado receptor puede rechazar y devolver al país de origen? Dicho de otro modo: ¿qué más da que te persiga la Policía por comunista o que tu padre quiera venderte al primer occidental que pasa por delante?
Todo aquel que escapa de la carencia de los Derechos Humanos más elementales debe tener la misma consideración.
Huir del Afganistán de hoy no necesita justificación. Se justifica en sí mismo.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (1 de septiembre de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 31 de mayo de 2017.
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