2004/06/15 06:00:00 GMT+2
La mayor parte de la gente convive con sus reacciones instintivas sin preguntarse qué razones las suscitan. Se deja llevar por ellas, o las reprime, o las disimula, pero no hace nada por explicárselas. Filias, fobias, cambios de humor, accesos de pasión, de ira... Le vienen, se van. No piensa en ello. Y es que reflexionar es siempre trabajoso y a veces, además, conduce a conclusiones desagradables.
Tuve hace años un amigo -un tío muy majo, por desgracia ya muerto- que era un amasijo de manías. Una de las más características que sufría era que, si alguien le daba la mano, tenía que salir corriendo a lavarse. Lo cual le aportaba un problema suplementario, porque no podía secarse con nada que tuviera aspecto de haber sido tocado antes por otra persona. Usaba sus propias toallas, lavadas por él mismo, o dejaba que las manos se le secaran a su aire.
Cuando le pregunté por esa manía suya, tan obsesiva, me respondió con toda tranquilidad:
-¡Ah, eso! Sí. Es fruto de un sentimiento de culpa muy fuerte. Es que de pequeño quería follar con mi madre.
Ignoro qué fundamento científico tendría la explicación (de tener alguno), pero pensé que, si de algo no cabía acusarle, era de tratar de escurrir el bulto.
Agradezco al destino no haberme condenado a llevar tan mal el complejo de Edipo, dotándome de unos sentimientos de culpa bastante menos problemáticos. Pero tengo la suficiente curiosidad como para preguntarme el porqué de mis reacciones más chocantes, más que nada por el aquel de tratar de saber con quién me gasto los cuartos.
Viene esto a cuento de algo que me ocurrió el domingo pasado por la noche.
Me puse a ver el partido Francia-Inglaterra. Y, según se fue desarrollando, constaté que mis vísceras, sin pedirme permiso alguno, se habían puesto decididamente del lado de la selección francesa y en contra de la inglesa. No, no hay redundancia: hicieron ambas cosas, pero cada una por su cuenta. Y cada vez con más intensidad. Veía a los jugadores ingleses y sentía una vivísima hostilidad. No es sólo que su juego me pareciera tosco y tirando a bruto; es que ellos mismos me echaban para atrás. Ellos y muchísimos de sus hooligans. Me sorprendí imaginándolos vestidos de marines, torturando a prisioneros iraquíes.
Diréis que me pasé bastante. Y os contestaré que mil pueblos.
Aquello carecía de sentido. Pero era así.
Salvando el momento de breve pero intensa satisfacción que experimenté cuando Beckham falló un penalti, el partido fue para mí una sucesión de disgustos. ¿Qué hacíamos, que parecía que fuéramos incapaces de tirar a gol? ¡Y ellos tan contentos!
Hasta que llegaron los tres minutos finales. Y se produjo una falta que ejecutó Zidane y fue gol. Y, acto seguido, le hicieron un penalti absurdo a Trezeguet, y Zidane remató la faena. ¡Qué maravilla! Derrota de Inglaterra. Y yo, en trance de gozo, como si me fuera algo importante en aquella chorrada.
Serenado ya, ayer -porque tardé en serenarme sobre este particular- me puse a reflexionar sobre los posibles resortes de esa doble y virulenta reacción: el forofismo galo, de un lado, y la aguda anglofobia, del otro.
Apunté algunos factores que probablemente entren en juego.
Nací a 20 kilómetros del territorio de la República Francesa y desde crío ví ese territorio como el contrapunto libre a la dictadura de mierda en la que nosotros penábamos. Tuve una educación afrancesada, no sólo porque el francés era la lengua extranjera que nos enseñaban, sino también porque estábamos empapados en la música, en la literatura, en el arte... y hasta en el cine francés, que ya es decir. Siempre pensé que, para Historia, la de Francia, y no ese largo deambular de reacción en reacción y tiran porque les toca que nos parecía la Historia de España. Cuando tomé el camino del exilio, Francia fue para mí una tierra de cálida acogida. El Estado francés se portó muy bien con nosotros. La izquierda francesa nos ayudó en muchos aspectos.
¿Inglaterra? Lejana. Rara. Algunos amigos iban allí de camareros y volvían con algunos discos interesantes, pero el idioma, decididamente, no estaba hecho para mí. Demasiado... no sé: demasiado. Y esa Casa Real... Y esos gobernantes... Y esa Historia, tan llena de dudosas gestas en las que casi nunca salíamos bien parados... Y su asociación uña y carne con los EEUU... Y su clase dirigente, tan almidonada... Y sus colonias... Y sus neocolonizadores de la Costa del Sol... Y su izquierda, tan suya...
¿Explica eso algo? Bueno, algo, lo que se dice algo, supongo que sí. Pero tampoco demasiado. Porque ni Zidane es Marat, ni Henry puede ser tenido por la reencarnación de Verlaine, ni Barthez recuerda gran cosa el ciudadano Gustave Lefrançais, miembro de la Comuna de París, al que Eugène Pottier dedicó La Internacional. Por el equipo de la otra orilla del Canal, lo mismo: ni Rooney es Jack el Destripador, ni James se parece a Churchill, por mucho que le gusten los Martinis, ni Beckham es la Reina de Inglaterra, y menos ahora, con el pelo tan cortito.
Así que algo habrá de todo eso, seguro, pero también bastante más. Incluso específicamente futbolístico. Recuerdo, por ejemplo, lo mucho que sufrí con lo que le sucedió a la selección de Francia en el Mundial de España, en 1982. Fue de una injusticia clamorosa. Y me sentí solidario con ellos, primero con los de Platini y luego con sus sucesores, quizá porque los fracasos unen mucho, salvo en Izquierda Unida. Igual me pasó con la selección de Holanda en el Mundial de 1974, la de Cruyff y compañía. Algo me ha hecho siempre ponerme del lado de los que juegan para dar espectáculo, tratando de echarle imaginación y arte, aunque muchas veces acaben penalizados. Quizá sea lo mismo que me mueve a torcer el gesto ante el fútbol práctico, basado en la fuerza física, en las entradas que quitan el hipo y en el sota-caballo-rey del pase largo, el testarazo y la porfía en la raya del área, a ver si hay suerte y suena la flauta.
Pero todo lo que he citado hasta ahora no son más que ingredientes. Algunos ingredientes. El problema está en dilucidar cómo esas materias primas, y algunas más, acaban convirtiéndose en plato cocinado. Y cómo las engulles. Y cómo haces la digestión. Con qué jugos gástricos, con qué mezclas, atacando a qué úlceras, pendiente de qué secreciones. ¿Quién me dice que en mi instintiva anglofobia no ocupa un lugar importante el hecho de que nunca he conseguido dominar la lengua inglesa, pese a haberlo intentado con denuedo? ¿Quién puede certificar que en mi forofismo futbolero en pro de Francia no interviene el hecho de que incluya a un Bixente, y a un bereber, y a varios morenos que son, en resumen, la antítesis del modelo Beckham, rubio, alto y de ojos azules, que odio porque tal vez envidio en lo más recóndito de mi hígado? ¡Ay, cómo saberlo!
Pero está bien sospecharlo.
Lo que más me interesa de este tipo de reflexiones es lo mucho que ayudan a no fiarse de uno mismo. A maliciarse la poca inocencia de los factores que alientan las reacciones instintivas, los gustos, los afectos y los odios. Porque, en la medida en que asumimos que bajo nuestra apariencia más o menos fría y racional bulle un magma misterioso y a menudo muy poco inocente, nos hacemos más modestos. Y más tolerantes.
Ahora bien, y al margen de todo lo demás: ¡Francia, 2-Inglaterra, 1! ¡Qué gozada!
Javier Ortiz. Apuntes del natural (15 de junio de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 1 de junio de 2017.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2004/06/15 06:00:00 GMT+2
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2004/06/14 06:00:00 GMT+2
4.291.465 ciudadanos y ciudadanas que dieron su voto al PSOE el 14 de marzo pasado no lo hicieron ayer. Al PP lo abandonaron 3.318.149. A Izquierda Unida, 585.283.
En esas condiciones, hablar de que si los unos han logrado el 43,3% y los otros el 41,3% y afirmar a partir de ello -como se está haciendo- que eso significa la reafirmación del primero y la consolidación del segundo, sólo puede tomarse como una broma.
El único porcentaje que no admite juegos malabares es el de la participación: tienen el 46% para repartírselo entre todos.
Se supone, eso sí, que el desinterés del 54% no responderá en todos los casos a los mismos factores. De hecho, los diferentes partidos no han perdido votos en la misma proporción.
El descenso de Izquierda Unida, que se ha quedado casi al 50% de los sufragios que alcanzó en las elecciones europeas de 1999 y en las generales del pasado marzo -resultados ambos que en sus respectivos momentos fueron catalogados como malos-, es realmente espectacular.
También se ha dado un leñazo de mucho cuidado Convergència i Unió, que ha logrado la singular proeza de obtener menos votos que el PP catalán.
Por el contrario, han salido comparativamente bien librados el PNV -que se ha ratificado cómodamente como el primer partido de Euskadi, única comunidad autónoma en la que no ha vencido un partido de ámbito estatal- y ERC, convertida en el principal referente del nacionalismo catalán.
Es muy estimable también lo logrado por HZ (HB, si se quiere), que ha logrado que nada menos que 113.000 personas hayan acudido a las urnas a depositar un voto nulo.
No obstante estas consideraciones particulares -que las considero dignas de estima, y por eso las menciono-, no me parece discutible que el amplio desinterés demostrado por la población ante las elecciones de ayer se debe a lo que la mayoría ha creído ver en juego: muy poco y muy lejano.
Ahora que se lleva tanto lo del fútbol -quiero decir: que se lleva todavía más-, puede buscarse ahí la comparación y decir que la gente se tomó las elecciones de ayer como si se tratara de un partido amistoso.
No voy a entrar a evaluar si esa percepción es correcta. Admito que puede resultar equivocada y que este Parlamento Europeo quizá acabe jugando un papel de cierta importancia en nuestro porvenir colectivo. Pero el hecho es que, tal como las cosas de la UE están llegando al común de los ciudadanos, no despiertan ninguna simpatía. Y eso cuando vienen de Bruselas, porque de Estrasburgo ni siquiera vienen, y si vienen nadie las ve.
¿Qué efectos va a tener el batacazo casi continental de estas elecciones sobre el porvenir de la UE? ¿Crecerá a escala general la conciencia de que el proceso de unidad se está llevando muy mal, a oscuras, casi a escondidas, dando prioridad a factores que no apuntan visiblemente al bienestar de la población, sin hacer esfuerzos reales por sentar las bases de una conciencia de identidad europea? ¿O, por el contrario, habrá un cierto sentimiento de vértigo, de miedo a que la negación del modelo actual de construcción europea nos devuelva a las viejas confrontaciones del siglo XX?
No lo sé. Sé, eso sí, que lo que ha ocurrido en estas elecciones presagia cambios.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (14 de junio de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 1 de junio de 2017.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2004/06/14 06:00:00 GMT+2
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2004/06/13 06:15:00 GMT+2
Me señala mi amigo Alberto Piris, fino observador, los abismos que asoman detrás de la frase que escribí en el apunte de ayer: « Íbamos a celebrar un guateque. No sé ni qué chicos ni con qué chicas». La observación es sumamente pertinente y pone de manifiesto una realidad que era general en la sociedad vasca de la época: los chicos funcionábamos en pandillas de chicos, en las que no tenían cabida las chicas. (Y no sólo los chicos: las sociedades gastronómicas donostiarras han vedado la admisión de mujeres hasta hace unos cuantos años y todavía hay fiestas vascas -los alardes, por ejemplo- en los que no se permite la participación igualitaria de las mujeres.)
Conforme a esa división de sexos, cuando los chicos decidíamos hacer un guateque, lo decidíamos nosotros, sin contar con las chicas, que eran invitadas a posteriori. Conocí pandillas donostiarras en las que, si alguno de sus miembros se echaba novia, era directamente excluido del grupo. No volvía a ser invitado a ninguna actividad de la cuadrilla.
Ésa fue una de las muchas transformaciones que aportaron a la vida social de una parte de la juventud vasca los compromisos políticos de lo que convencionalmente se suele llamar «el 68», por más que para algunos vinieran ya de antes (de 1964, en mi caso).
Con 16 o 17 años empezamos a funcionar ya en grupos mixtos. En primer lugar, porque realizábamos actividades políticas y culturales mixtas. Pero luego también porque descubrimos que resultaba muchísimo más divertido.
El lado negativo es que muy poco después de eso dejamos ya de organizar guateques.
P.S. Otro buen amigo, José Ramón San Juan, con el que a veces tengo discusiones tan acaloradas como cordiales, me escribe para hacerme una precisión: «Las guitarras Gibson no deben su nombre a Don Gibson, aunque esa es una creencia bastante extendida, sino a Orville Gibson, que ya fabricaba instrumentos de cuerda desde finales del XIX..» Seguro que es así, porque sabe muy bien de lo que habla.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (13 de junio de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 1 de junio de 2017.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2004/06/13 06:15:00 GMT+2
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2004/06/13 06:00:00 GMT+2
Nunca había visto a los círculos del poder y a sus voceros tan preocupados por la posible abstención.
Especulan con el efecto que podría tener sobre los resultados. Dicen que una participación baja podría beneficiar al PP. Pero lo dicen basándose en experiencias electorales anteriores que no son necesariamente homologables. Todo depende de quién se sienta más desmovilizado: si el electorado del PSOE (el reposo del guerrero, como quien dice) o el del PP (la galbana subsiguiente a la derrota). Para mí que, en todo caso, la mayoría de los unos y de los otros sienten que lo que se juega en estas elecciones es un título más moral que material. De ahí que la desgana sea generalizada.
Es evidente que lo que más temen en los cuarteles generales del Poder -de todos los poderes- es que el porcentaje de abstención sea tan escandalosamente bajo que cercene la legitimidad no ya del Parlamento Europeo, sino de la construcción europea en su conjunto.
Una y otra vez, cuando les veo horrorizados por la posibilidad de que algo ocurra, no puedo eludir el deseo íntimo -y un tanto perverso- de que ese algo ocurra. Ya sé que no puede establecerse ese automatismo: no todo lo que es malo para ellos es necesariamente bueno para nosotros. Por ejemplo, el advenimiento del hipotético desastre mundial que describe la nueva película de catástrofes, The Day After Tomorrow, tiendo a pensar que resultaría más bien molesto para todos (excluidos los suicidas, que se ahorrarían la última pejiguera de su vida).
Pero no excluyo, en cambio, que un pequeño desastre electoral a escala europea pudiera tener ciertos efectos benéficos para la mayoría.
E incluso para la propia construcción europea. Quizá obligara a reflexionar más sobre cómo se están haciendo las cosas.
Porque se están haciendo decididamente mal.
Quizá el ejemplo más acabado de los malos caminos que está siguiendo la Europa unida nos lo haya dado este fin de semana la República de Irlanda, que ha votado una reforma constitucional para endurecer las condiciones de admisión de inmigrantes. ¡Los irlandeses, votando contra lo que ellos mismos hicieron masivamente desde mediados del XIX: huir del hambre!
Javier Ortiz. Apuntes del natural (13 de junio de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 1 de junio de 2017.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2004/06/13 06:00:00 GMT+2
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2004/06/12 07:00:00 GMT+2
Parece que la abstención en las elecciones al Parlamento Europeo va a ser mayor que la prevista. Y la prevista no era precisamente pequeña. Dan pena los porcentajes de participación que se han registrado en los países en los que la votación ya se ha producido. La mayoría de la población de la UE se está desentendiendo no sólo de la convocatoria electoral, sino también -y eso es lo que mueve más a la reflexión- del complejo tinglado al que sirve de base.
«No hemos sabido explicar la importancia de lo que está en juego», avanzan algunos políticos del establishment. Oído así, hasta podría tomarse por una autocrítica. Pero no lo es. Ellos parten de que sus proyectos son invariablemente buenos. En consecuencia, si el personal no los secunda, sólo puede deberse a que no ha captado sus maravillas, sea porque las entendederas de la plebe no dan mucho de sí (hipótesis menos amable), sea porque ellos no han estado muy finos en la cosa didáctica (variante paternalista). Lo que descartan es la posibilidad de que el fallo no esté en las explicaciones, sino en los proyectos mismos.
El razonamiento debería circular en dirección contraria. ¿Alguien piensa de verdad que a la mitad de los europeos le da igual su futuro y que se desinteresa por completo de lo que pueda ser de sí y de los suyos de mañana en adelante? Descartada esa hipótesis, por descabellada, habrá que concluir que si tantísima gente no acude a votar es porque ha llegado a la conclusión, cerebral o intuitiva, de que ni su porvenir ni el de sus allegados depende demasiado de la liza electoral de mañana. Y a fe que tiene motivos para llegar a esa conclusión (o a ese sentimiento, si se prefiere).
Todo quisque ha visto con qué saña se resisten a figurar en las candidaturas a las elecciones europeas los políticos que creen que todavía tienen algo que hacer en la res publica local. Ha sido también muy revelador el desaliño intelectual que unos y otros han exhibido durante la campaña. Loyola de Palacio llegó a acusar el pasado martes de «prosoviéticos» a los socialistas. ¡Qué derroche de imaginación! De haber durado esto una semana más, apuesto a que los acusa de ser de Al Qaeda.
Pero lo más significativo, lo que probablemente ha puesto más en guardia al ciudadano de base, es la desconfianza con la que los propios candidatos a parlamentarios europeos hablan de la UE. En lo que más cuidado ponen es en aclarar que ellos irán a Europa a defender a capa y espada lo propio. ¿Y qué consideran que es «lo propio»? ¿Y frente a quién se supone que van a defenderlo?
Son europeístas de pacotilla.
Los electores oyen que les hablan de un proyecto europeo común e igualitario, pero ven que los mismos que les castigan con ese sermón no se lo creen. Que son nacionalistas disfrazados de internacionalistas, que mantienen a esos efectos la ficción de un Parlamento que nadie sabe a qué se dedica. En el supuesto de que se dedique a algo digno de mención.
Javier Ortiz. El Mundo (12 de junio de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 21 de abril de 2018.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2004/06/12 07:00:00 GMT+2
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2004/06/12 06:00:00 GMT+2
Hay recuerdos raros, que se aferran a la memoria sin razón aparente. Éste me devuelve a una tarde de 1962, en casa de un amigo del colegio, Valentín Díez, al que no he vuelto a ver.
Valentín vivía en mi barrio, en un piso de la calle Primo de Rivera, ahora Sabino Arana.
Íbamos a celebrar un guateque. No sé ni qué chicos ni con qué chicas.
Todavía no era la hora del encuentro y yo me entretenía poniendo discos. Los que solíamos escuchar por entonces, supongo: Paul Anka, Richard Anthony, El Dúo Dinámico, Mina, Celentano... Pero ya digo que lo supongo. No los recuerdo.
Salvo uno.
Era un EP de aquéllos de 45 r.p.m. con cuatro canciones. Me llamó la atención porque era la edición norteamericana del disco y estaba recién salido al mercado. Una chulada. No sé quién lo había llevado. Quizá era de algún hermano mayor.
En la portada se veía a un hombre negro, con gafas negras. Decía: «Ray Charles. I Can't Stop Loving You».
Lo puse, lo oí... y fue como si hubiera tenido una revelación. ¡Qué fuerza, qué emoción, qué sentimiento! No me pareció una buena canción, sino algo muy por encima de eso. No tenía nada que ver con nada de lo que había escuchado hasta entonces y, sin embargo, me resultaba extrañamente familiar.
Volví a poner el disco. Una y otra vez. Tanto más lo oía, tanto más me gustaba.
De aquella tarde sólo me acuerdo de otro detalle. Llegó un hermano mayor de Valentín con algunos amigos y amigas y se unieron a la fiesta. Se pusieron a bailar mezclándose con nosotros, lo que me pareció un detalle muy majo. Los veía muy mayores, aunque no creo que tuvieran más de 20 años. Recuerdo que un chico y una chica bailaban abrazadísimos y se miraban a los ojos con ternura.
Pasados los años supe mucho más sobre Ray Charles. Por supuesto. Y sobre aquel I Can't Stop Loving You, del que me enteré que era un clásico de la música country, obra de un famoso caballero llamado Don Gibson, que incluso dio nombre a unas célebres guitarras. Aprendí que buena parte del secreto de aquella interpretación que tanto me había impresionado a los 14 años estaba en la sabiduría con la que el gran Ray Charles Robinson (Charles era su second name) había sabido penetrar en los diferentes estilos musicales, desde los más blancos a los más negros, desde los más reverentes a los más diabólicos, ayudándolos a comunicarse entre sí, a sacarse partido mutuo. Y que mi revelación de adolescente la habían sentido millones de personas en todo el mundo.
«Sorprendente y conmovedor», definió su encuentro infantil con la música de Ray Charles un chico de Belfast llamado Van Morrison. Los dos adjetivos le van como un guante.
Ray Charles dio un concierto en Alicante en julio de 1999. Estábamos en Aigües pasando el verano y fuimos a verlo. Actuó con su big band y fue todo un espectáculo. Se le veía con el físico muy cascado. Tenía la cadera hecha polvo, pero seguía poniendo la misma fuerza en las interpretaciones, con su voz poderosa y ronca.
Lo mejor que puedo decir es que, cuando arrancó con las primeras notas de I Can't Stop Loving You, 35 años después, no sentí la menor nostalgia del pasado. Sólo la irrepetible magia y la fascinación de aquel mismo momento.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (12 de junio de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 1 de junio de 2017.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2004/06/12 06:00:00 GMT+2
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2004/06/11 06:00:00 GMT+2
TVE se ha disculpado porque la emisión de un programa electoral gratuito del PP, que incluía una intervención de Mayor Oreja, sufrió un «accidente técnico» y no fue posible verlo adecuadamente.
El PP ha declarado que no se cree la excusa del fallo técnico en la emisión de su programa. Piensa que el incidente fue deliberado.
No me parece probable. Hay modos mucho más sutiles de influir sobre la audiencia. Éste sería muy burdo, además de dudosamente eficaz. Puede que incluso haya tenido un efecto beneficioso para Mayor Oreja, haciéndolo aparecer como víctima de un manejo sectario.
El PSOE se ha indignado con la acusación del PP. Dice que cómo osa hablar de manipulación el partido que mantuvo durante años al frente de los servicios informativos a Alfredo Urdaci, condenado por manipulación.
Hacen mal los socialistas en plantear las cosas así. Hacen mal, para empezar, metiendo baza en esta polémica. Habrían hecho mejor quedándose al margen, como si el asunto no fuera con ellos. Como si la línea informativa de TVE fuera cosa de sus organismos rectores, que para algo están catalogados como autónomos. Si el Gobierno y el partido que lo sustenta quieren aparentar que esa autonomía es real, lo mejor que pueden hacer es no darse por aludidos cuando alguien critica la actuación de la radiotelevisión del Estado.
Pero es que, además, que el PSOE descalifique al PP apelando a las manipulaciones de Urdaci es de una imprudencia verdaderamente temeraria, sobre todo cuando el encargado de formular la descalificación es (de Alfredo a Alfredo y tiro porque me toca) Pérez Rubalcaba. Los que vivimos día a día el trecenato de Felipe González nos acordamos bien de lo que fue RTVE en aquellos tiempos, cuando el llamado «comando Rubalcaba» se servía de los telediarios para hacer agitación descarada y a sus anchas. Tuvieron momentos antológicos, como el día en el que ofrecieron a Julián Sancristóbal la posibilidad de abrir el telediario en directo desde la cárcel, sin presentador ni nada, para decir que lo de los GAL era un invento de El Mundo y el juez Garzón, y tirarse en ello todo el tiempo que le vino en gana, sin nadie que le pusiera ninguna objeción. No le ofrecieron ni mucho menos la misma tribuna pocas semanas después, cuando se desdijo y reconoció que, lamentablemente, todas las acusaciones que pesaban sobre él se basaban en hechos ciertos.
Y como ésa, varias. Y algo menores, a decenas.
Por el bien de todos, y para no tener que oír el relato de las mismas barbaridades mes tras mes, año tras año, señalando el uno las manipulaciones del otro y a la inversa, convendría que se centraran en la crítica concreta de lo que vaya sucediendo en concreto.
Lo que ha ocurrido en esta ocasión merece ser investigado. Y sancionado como corresponda quien haya tenido la culpa. O por malévolo o por incompetente. Y ya está.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (11 de junio de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 1 de junio de 2017.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2004/06/11 06:00:00 GMT+2
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2004/06/10 06:00:00 GMT+2
José Luis Rodríguez Zapatero se pasó la campaña electoral previa al 14-M haciendo promesas. Lo prometía todo. A veces incluso hacía promesas incompatibles entre sí.
Sus enemigos dicen que eso se explica porque él mismo daba por hecho que iba a perder, con lo que daba igual lo que prometiera, porque no tendría que cumplir nada. Algo de eso pudo haber, no digo yo que no, pero me da que ese hombre tiene también una cierta inclinación por la formulación confusa de sus promesas. Que se lía al hacerlas. Y que se lía de manera innecesaria.
Recordemos la promesa absurda de que no gobernaría a no ser que su partido obtuviera más votos que el PP. Alguna gente dice que esa promesa le venía bien para tranquilizar a los sectores que pudieran estar preocupados ante la hipotética formación de un gran frente anti-PP. De ser eso lo que pretendía, lo que debería haber hecho es afirmar públicamente que no capitanearía un Gobierno de coalición de ese tipo, y ya está. Pero lo que no tenía sentido era atarse a una promesa que podía dirimirse por una diferencia ridícula de votos.
Más disparatada aún fue la promesa relativa a la retirada para el 30 de junio de las tropas que Aznar había enviado a Irak a no ser que para esa fecha la ONU se hiciera cargo de la situación. En este caso se autoimpuso dos condiciones que, además de ser muy raras, nadie le había pedido.
En primer lugar, tú no puedes estar metido en una lejana guerra dentro de una fuerza expedicionaria de coalición y declarar que piensas retirarse tres meses y medio más tarde. Porque das a tus aliados despechados un tiempo sobrado para involucrarte a mala uva en la guerra y dificultar o hacer imposible tu retirada. De hecho, eso es lo que los norteamericanos empezaron a hacer de inmediato, difundiendo bulos que incitaban a los iraquíes contra las tropas españolas.
Si te retiras, te retiras ya. Lo antes posible.
De modo que Zapatero hubo de envainarse lo del plazo del 30 de junio. Tontamente, porque era un plazo que nadie le había pedido.
En segundo lugar, ¿para qué diablos tuvo que condicionar la retirada de las tropas a que se produjera tal o cual decisión de la ONU? Él sabía de sobra que la inmensa mayoría de la población española estaba en contra de esa guerra por principio, se llevara a cabo con la coartada que fuera. Si no estaba la ONU, con razón de más, pero aunque estuviera. Ahora la ONU ha votado una resolución que da cobertura a lo que Washington ha hecho en Irak, y Zapatero se ve en un brete. Dice que esa resolución no le vale, porque no deja la situación iraquí en manos de la propia ONU, como él pedía. En primer lugar, si esa resolución no le vale, ¿por qué la ha votado? Y, en segundo lugar, ¿qué más da que las Naciones Unidas no asuman el mando en Irak de manera directa, si dan su beneplácito a los que están? ¿O es que acaso en la ex Yugoslavia fueron cascos azules los que intervinieron y fue la ONU la que asumió el mando sobre el terreno? ¿Y en Afganistán? ¿Por qué hay entonces tropas españolas en ambos conflictos?
Lo dicho: Zapatero se pasa de rosca cuando promete, porque se empeña en prometer incluso lo que nadie le pide que prometa, con lo cual se mete en líos que no le conducen a nada. A nada bueno, quiero decir, porque lo que era su gran argumento contra el PP en la actual campaña electoral se le ha complicado sin necesidad.
O, por decirlo de otro modo: muy, muy, muy astuto tampoco parece que sea.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (10 de junio de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 28 de mayo de 2017.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2004/06/10 06:00:00 GMT+2
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2004/06/09 07:00:00 GMT+2
¿Es el amigo americano que desembarcó en Normandía hace 60 años el mismo que ha sentado ahora sus reales en Irak? O, retrocediendo: ¿es el mismo que se atrincheró en Corea, el mismo que cubrió Vietnam de napalm, el mismo que sembró América Latina de dictaduras e instruyó a sus peores torturadores, el mismo que hizo volar las urnas de Brasil y de Chile cuando se llenaron de papeletas indeseadas?
De atenerse a la versión de la Historia que todos manejamos, no. Hubo un amigo americano estupendo, demócrata, generoso e idealista que acabó con el III Reich, y que luego, Dios sabe por qué, se volvió ladrón, imperialista, golpista e insensible.
Acepte esa metamorfosis quien quiera. Yo no. Entre otras cosas, porque me consta que el amigo americano que desembarcó en Normandía fue el mismo que ayudó a que el dictador Franco siguiera atado y bien atado al gobierno de España. No podía ser ni tan estupendo, ni tan demócrata, ni tan generoso, ni tan idealista.
Hagamos caso de la sabiduría popular: pensemos mal y acertaremos.
El pasado domingo, en un excelente documental emitido por el canal franco-alemán Arte, un exgeneral soviético explicó por qué, en su criterio, el Gobierno de Roosevelt decidió intervenir en Europa en 1944, y no antes. Según él, Washington había tomado nota del fracaso nazi en el frente oriental, sabía con qué vigor el Ejército Rojo había pasado al contrataque y temía que, contando con la colaboración de las guerrillas puestas en pie en toda la Europa ocupada -la gran mayoría de obediencia comunista-, la URSS pudiera hacerse con el control del Viejo Continente, Francia e Italia incluidas.
Se trata de un punto de vista matizable, particularmente en lo que se refiere a la posibilidad de que los EE.UU. hubieran intervenido antes (recordemos que el control naval del Atlántico tardó en decidirse, y que había que trasladar mucha tropa y mucho material), pero muy digno de consideración, sobre todo si se recuerda la actitud que Roosevelt mantuvo en las negociaciones de Teherán, Yalta y Postdam: no fue la de alguien que estuviera allí en plan altruista, precisamente.
Si los Estados Unidos se implicaron por segunda vez en un escenario bélico europeo, fue para reforzar sus expectativas de liderazgo mundial. Y lo hicieron, además, cuando tuvieron la certeza de que contaban con una aplastante superioridad militar.
En el mismo documental de Arte al que he aludido antes, aparece un viejo militar nazi que sentencia, inmisericorde: «Los soldados norteamericanos tenían diez veces más material que los del Ejército Rojo».
Y así fue. Pero ahora vamos todos a honrar a los héroes norteamericanos de Normandía. Y no decimos nada de los héroes de la pobre Rusia, que hicieron mucho más con mucho menos.
Qué razón tenía Beaumarchais: los amos siempre tendrán alma de esclavos.
Javier Ortiz. El Mundo (9 de junio de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 21 de abril de 2018.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2004/06/09 07:00:00 GMT+2
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2004/06/09 06:00:00 GMT+2
Dice Rodríguez Ibarra que los del PP son a Europa lo que los nacionalistas vascos y catalanes a España, que van a lo suyo y no les importa ni un pimiento lo de los demás.
Si Rodríguez Ibarra se atuviera a los hechos y no se dedicara a rumiar una y otra vez sus aburridas obsesiones, constataría que Cataluña y Euskadi practican la solidaridad interterritorial conforme a la ley, año tras año. De lo cual, por cierto, se beneficia bastante Extremadura (aunque quizá allí no se reparta de la forma más justa, gracias al señor Rodríguez Ibarra).
Lo más parecido a lo que denuncia el bellotari lo encarna a escala estatal Coalición Canaria, cuyos dirigentes ofrecen sistemáticamente sus votos parlamentarios al mejor postor. Les importa un bledo votar lo que sea, afecte a quien afecte, con tal de que no les afecte a ellos y siempre que les paguen el servicio al contado. Pero nadie del PP o del PSOE se anima nunca a señalar con el dedo acusador a Mardones, Mauricio y demás basura, y ello por una muy elemental razón: se denunciarían a sí mismos. Los de allí no podrían ser unos vendidos si aquí no hubiera compradores. Todos los gobiernos centrales, tanto del PSOE como del PP, han pagado en diversas ocasiones su voto indecente.
Pero volvamos al argumento «europeo» de Rodríguez Ibarra, que reprocha al PP acudir a la UE con ánimo exclusivista, sin conciencia del conjunto.
¿Es así? Vaya que sí. Pero eso no tiene nada de especial. El PSOE lo ha practicado también cuando le ha tocado.
Son europeístas de pacotilla. Todos ellos. Ninguno adopta una perspectiva continental, es decir, supraestatal. Todos aspiran a vender a sus electores que ellos son los mejores a la hora de conseguir ventajas sobre los demás. Acuden a Bruselas como quien va a una subasta: a conseguir lo máximo pagando lo mínimo. En cuanto se rasca un poco en la superficie de su envoltorio europeísta, aparecen los eternos nacionalismos (estatalismos, de hecho). El ejemplo más acabado lo ofrecieron los alemanes de la RFA. ¿Por qué se avinieron a soportar los enormes sacrificios que les impuso su Gobierno para homologar las realidades de las dos Alemanias? Porque los de la RDA serían todo lo andrajosos que se quisiera -así los veían-, pero eran también, a fin de cuentas, alemanes.
Nadie en Europa Occidental tiene en este momento una actitud así hacia los recién llegados a la UE desde la Europa del Este. Se les mira con desconfianza, como una especie de mal inevitable, y cada cual se afana para conservar cuanto puedan de sus privilegios anteriores. Lo del Estado español es evidente: iba de pobre, pasando el platillo (*), y ahora está que bufa porque, tras la entrada de los nuevos miembros, se convierte en comparativamente rica, con lo que cobrará menos y pagará más. Se le lleva el alma los diablos.
¿Alguien se lo plantea de otro modo entre los políticos con mando en plaza? Si es así, yo no lo conozco.
Pueden reprocharse mutuamente su falta de europeísmo todo lo que quieran. No corren el riesgo de errar. En Europa apenas hay verdaderos europeístas.
(*) Volví ayer a Madrid desde Aigües, en el sur del País Valenciano. Durante los días que he pasado allí -qué delicia, por cierto-, he tenido oportunidad de oír hasta el aburrimiento a los dirigentes políticos del PP y del PSOE hablar en los medios de comunicación sobre la necesidad de mantener el alto nivel alcanzado en Europa por su comunidad autónoma. Lo que no dicen es que, pese a tener ese alto nivel -que es evidente-, han defendido durante años que la UE catalogara a la Comunidad Valenciana como zona pobre, para beneficiarse de los apoyos económicos correspondientes. Aunque en el País Valenciano hay pobres -¿dónde no?-, el nivel de vida medio es apreciablemente bueno. Ocurre que una parte importante de la prosperidad local funciona dentro de la llamada economía sumergida. Hay sectores clave de la economía valenciana (el calzado, el juguete, la agricultura, el turismo) cuya realidad no aflora a la superficie -a la legalidad- ni a la de tres. Lo cual permite, a la vez, ganar dinero y poner el cazo.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (9 de junio de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 28 de mayo de 2017.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2004/06/09 06:00:00 GMT+2
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