2004/07/25 06:00:00 GMT+2
En memoria de Serge Reggiani, actor*
Hace hoy exactamente cuatro años, más o menos a una hora pareja, escribí en esta página el siguiente comentario, bajo el título Las lágrimas del apóstol:
«Primera pregunta: ¿Alguno de vosotros sabe a cuento de qué un Estado laico hace ofrendas institucionales a un supuesto apóstol sedicentemente matamoros?
»Segunda: ¿Alguien puede aclararme por qué últimamente Manuel Fraga es incapaz ni de dar la hora sin echarse a llorar?
»Tercera: ¿Me podría explicar algún experto por qué Galicia soporta lo uno... y al otro?
»Yo tengo respuesta para las tres preguntas, pero preferiría que alguien me proporcionara otras menos tristes.»
Lo releo y compruebo, no sin cierto abatimiento, que conserva intacta su actualidad, salvando el hecho de que lo de Manuel Fraga ya no sucede «últimamente», sino desde hace años. En cualquier caso, parece que no va a cesar -nada: ni Fraga, si su Presidencia, ni su llanto- porque ya ha anunciado que va a presentarse a la reelección, y no veo yo que el electorado gallego tenga trazas de haber cambiado sus querencias.
Otra variación: este año el recochineo tiene estrambote. Van a conceder una medalla a Rodolfo Martín Villa por su gestión de la catástrofe del Prestige. Fraga y Martín Villa, de nuevo juntos. El túnel del tiempo.
Las lágrimas del apóstol fue el primer comentario de actualidad que introduje en mi recién estrenada página web. Desde entonces he venido publicando todos los días, salvo tres o cuatro, un texto de ese estilo -casi siempre más extenso-, primero bajo el título genérico de Diario de un resentido social, luego, desde hace un año, como Apuntes del natural. Si mis cálculos no fallan, la cuenta suma más de 2.000.
Bromeo conmigo mismo, mientras escribo esto: «No sé cómo te atreves a criticar a Fraga. Tú tampoco tienes la menor intención de dimitir», me digo.
Pero lo mío es menos cargante, creo (y confío). Por lo menos, ni cobro del erario ni obligo a los demás a soportarme.
* Por aquí no ha sido nunca demasiado conocida la obra musical de Reggiani. Tenía una voz cálida, bien educada, e interpretaba como el gran actor que siempre fue. Se metía y te metía en la historia de la canción. Me aficioné a él durante mi larga estancia en Francia y le he seguido fiel durante los 30 años transcurridos desde entonces. Varias de sus canciones (L'italien, La putain, Ma fille), no necesariamente las más conocidas de su repertorio, siguen pareciéndome obras maestras. Y alguna de ellas se las ha arreglado siempre para arrancarme una lágrima, por mucho que me la sepa de memoria.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (25 de julio de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 18 de junio de 2017.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2004/07/25 06:00:00 GMT+2
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2004/07/24 07:00:00 GMT+2
Observo que bastantes medios informativos se han hecho un lío con la afirmación que hizo el miércoles Pasqual Maragall tras su entrevista con José Luis Rodríguez Zapatero: «Cataluña es Estado».
Algunos han creído ver en ello un reflejo del deseo de los socialistas catalanes de convertir a Cataluña es un Estado-nación. Es una conclusión abusiva, si es que no maliciosa. Lo que Maragall apuntó es que, puesto que la estructura territorial del Estado es autonómica, los órganos de gobierno de las comunidades autónomas son Estado, es decir, ejercen la representación del Estado en su territorio. No en todos los ámbitos -ya sabemos que hay funciones del Estado que no son descentralizables, por imperativo constitucional-, pero sí en la mayor parte de los asuntos.
Por ello mismo, resulta erróneo identificar al Gobierno central con el Estado. El Estado está integrado por la suma de todas las instituciones, sean cuales sean sus respectivos ámbitos de actuación. En consecuencia, tampoco es correcto interpretar que, cuando una comunidad autónoma reclama que se le transfiera el control de este o aquel órgano de gestión, esté tratando de arrebatar al Estado una competencia. No es así porque, una vez tales funciones estén en sus manos, seguirá siendo el Estado -una parte de su aparato- quien las ejerza.
Otra conclusión, no menos inevitable, derivada del carácter autonómico del Estado: Pasqual Maragall es la máxima autoridad permanente del Estado en Cataluña. Igual que Juan José Ibarretxe en Euskadi.
Ya sé que este planteamiento choca a muchos, que siguen abordando las relaciones del poder central con los órganos de gobierno de las nacionalidades vasca y catalana como una continuación de la guerra por otros medios y no como una vía para tratar de superar de manera relajada y amistosa los viejos defectos de fábrica de los que aún adolece el Estado español. Para ellos, cada atribución que obtienen los gobiernos de Cataluña o Euskadi es una amputación que sufre «España». No digamos nada si los gobernantes catalanes o vascos que la obtienen son nacionalistas. Entonces la sombra del crimen de lesa patria oscurece inevitablemente el conjunto de la escena.
Es sólo en esa línea de pensamiento en la que me encaja el hecho de que tantos comentaristas hayan abordado la entrevista del miércoles entre Rodríguez Zapatero y Maragall como si el primero estuviera allí en representación del Estado español, o incluso de «España», y el otro hubiera acudido a La Moncloa a arañarle poder para nutrir con él una institución extraña, si es que no hostil.
De todos modos, tampoco cabe olvidarse de la trampa que hizo Maragall. ¿«Cataluña es Estado»? El sabe muy bien que no. Quien es Estado -un poder territorial del Estado- es la Generalitat. Pero la Generalitat no es Cataluña.
Cataluña es una nación sin Estado.
Javier Ortiz. El Mundo (24 de julio de 2004). Basado en un apunte del mismo nombre (Cataluña, Estado) publicado dos días antes. Subido a "Desde Jamaica" el 22 de abril de 2018.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2004/07/24 07:00:00 GMT+2
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2004/07/24 06:00:00 GMT+2
EL PP TIENE RAZÓN EN QUE...
- La contratación de bufetes de abogados especializados en montar lobbies o grupos de presión (o sea, dedicados al tráfico de influencias) es una práctica legal y bien vista en los EEUU.
- Muchos estados, incluyendo los principales de Europa, suelen recurrir a ese tipo de bufetes cuando aspiran a hacer negocios en los EEUU y necesitan obtener determinadas licencias o permisos oficiales. También se suele buscar su intermediación para realizar campañas de Prensa destinadas a crear estados de opinión favorables al país que paga, a mejorar su imagen -como destino turístico, por ejemplo- o a realzar las virtudes de tales o cuales de sus productos.
- No es un fenómeno particularmente exótico que alguna de estas campañas tenga por objetivo prestigiar al Gobierno que paga la factura del bufete. Por lo general, los gobiernos que echan mano de este recurso lo hacen cuando se sienten en la necesidad de contrarrestar los efectos de las críticas de la Casa Blanca a tales o cuales decisiones políticas o comerciales suyas. Ejemplo claro: la situación en que se vieron Francia y Alemania en las primeras semanas de la Guerra de Irak.
PERO EL PP NO TIENE RAZÓN PORQUE...
- La campaña fue encargada cuando, según Aznar afirmaba sin parar, la imagen «de España» en los EEUU -la imagen del Gobierno español y la suya propia, quería decir- era inmejorable, gracias a la incondicionalidad de su alineamiento pro-Bush.
- Sabía de sobra que la obtención de esa medalla de encargo no iba a darle ningún prestigio particular en los EEUU, al estar su clase dirigente perfectamente enterada de los métodos utilizados para lograrla.
- Siendo así, se hace inevitable concluir que trató de hacerse con esa condecoración de atrezzo para servirse de ella como producto de consumo interno, esto es, para exhibirla aquí, presentándola como prueba del prestigio que sus opciones bélicas le habían acarreado en el corazón mismo del Imperio.
- No podría decirse en ningún caso que la concesión de esa medalla hubiera mejorado la imagen «de España». Téngase en cuenta que su objetivo era festejar la supuesta firmeza de un gobernante que había tomado la decisión de ir a la guerra contrariando la voluntad rotundamente mayoritaria de la población de su país. Dicho de otro modo: tanto mejor quedara Aznar, tanto peor quedaría la sociedad española.
Nota.- Aunque la columna que me publica hoy El Mundo tenga el mismo título que uno de mis apuntes de la pasada semana y su arranque sea similar, su contenido y su intención difieren notablemente. Dicho sea para uso de quienes vean el título y se digan: «Ésa ya me la sé».
Javier Ortiz. Apuntes del natural (24 de julio de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 18 de junio de 2017.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2004/07/24 06:00:00 GMT+2
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2004/07/23 14:55:00 GMT+2
Tienen razón quienes lo denuncian: en la Comisión parlamentaria del 11-M y sus aledaños se están oyendo declaraciones de gravedad insólita. Hay diputados del PP que se permiten lanzar acusaciones tremendas contra sus oponentes políticos sin creerse en la obligación de aportar así sea un amago de indicio en su favor.
Quizá la palma se la haya llevado el navarro Jaime Ignacio del Burgo, quien vino a decir ayer que Zapatero accedió al Gobierno gracias a la utilización torticera de los atentados del 11-M, cosa que -añadió- lo convierte en ilegítimo. Sería grave que el señor Del Burgo no supiera qué dice, pero peor sería que lo supiera. Porque catalogar a un Gobierno como ilegítimo es lo único que se requiere para atribuirse el derecho a combatirlo por cualquier medio. De hecho es por ahí por donde suelen empezar todos los aspirantes a golpistas, aunque no sea éste el caso, no tanto porque Del Burgo no estuviera dispuesto a respaldar otra dictadura, sino porque no hay condiciones que permitan su instauración.
Dicen lo que sea, por brutal, injustificado y calumnioso que resulte. Agustín Díaz de Mera, ex director general de la Policía, acudió a la sesión que celebró ayer la Comisión Parlamentaria sobre el 11-M presto a no ahorrarle a nadie su correspondiente lote de insultos. Y por cierto que se mostró más que generoso en la tarea, sin que el presidente de la Comisión le llamara ni una sola vez al orden.
En otras condiciones, la población, en general, estaría escandalizada. Porque hay acusaciones que la gente con sentido común no puede dejar a beneficio de inventario: o quien las formula las prueba o, de lo contrario, se granjea el descrédito general.
Lamentablemente, nuestra vida política no da para tanto. Tampoco la sensibilidad ciudadana media. Llevamos demasiados años acostumbrados a que los políticos del establishment -de cualquiera de los partidos que lo componen- se dediquen a llamar de todo a sus particulares bêtes noires sin que nadie les reclame que prueben nada. Atribuyen a quien les place conductas que, de haberse producido, serían indiscutiblemente delictivas que, si realmente les constaran, deberían comunicar de inmediato a la autoridad judicial, y se quedan tan anchos.
Y, lo que es peor: el público también.
Ahora los del PSOE se echan las manos a la cabeza ante las acusaciones que les lanzan los del PP y se preguntan con cara de indignación: «¿Será posible?».
Pues claro que sí. Es posible. Y desde hace mucho.
P.S.- Hoy me he quedado dormido y no me he levantado hasta las 7:15. Puede parecer pronto, pero depende para qué. Y para quién. Para mí no. He tenido que salir a escape a Alicante, para acudir a la radio y participar en una tertulia que me ha tocado fuera de día. Cuando he salido de allí, me he puesto a hacer cuatro recados (cuatro, contados con los dedos de una mano) y eso me ha llevado hasta las 12:30. Para cuando he regresado a casa, casi las 13:00. Siento la tardanza.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (23 de julio de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 18 de junio de 2017.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2004/07/23 14:55:00 GMT+2
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2004/07/22 06:00:00 GMT+2
Observo que bastantes medios informativos se han hecho un lío con la afirmación que hizo ayer Maragall tras su entrevista con Rodríguez Zapatero: «Cataluña es Estado».
Algunos han creído ver en ello un reflejo del deseo de los socialistas catalanes de convertir a Cataluña es un Estado-Nación. No va por ahí la cosa. Lo que Maragall pretendió decir es que, puesto que la estructura territorial del Estado es autonómica, los órganos de gobierno de las comunidades autónomas son Estado, es decir, ejercen la representación del Estado en ese territorio. No en todos los terrenos, porque hay funciones del Estado que no son descentralizables -a no ser que se reforme el texto constitucional-, pero si en la mayor parte de los asuntos.
En coherencia con ello, resulta erróneo identificar al Gobierno central con el Estado. Como lo es también suponer que, cuando una comunidad autónoma reclama que se le transfiera el control de este o aquel órgano de gestión, está tratando de arrebatar al Estado una competencia. Una vez en sus manos, seguirá siendo el Estado -una parte de su aparato- quien la maneje.
Por idéntica razón, debe admitirse que Pascual Maragall es la máxima autoridad del Estado en Cataluña, como Juan José Ibarretxe lo es en Euskadi.
Lo cual no implica ninguna valoración particular, ni positiva ni negativa. Es un hecho, sin más, en el que ni siquiera valdría la pena detenerse demasiado si no hubiera tanta gente -tanto medio de comunicación, sobre todo- que sigue haciendo como si en la conversación de ayer Rodríguez Zapatero representara al Estado y Maragall hubiera acudido a La Moncloa a arañarle poder para conferírselo a una institución extra-estatal.
En lo que se equivoca Maragall es en la identificación que hace entre la Generalitat y Cataluña. Quien es Estado -un órgano del Estado- es la Generalitat. Cataluña es una nación sin Estado.
Sin Estado propio, se entiende.
P.D. A propósito del apunte de ayer y en relación a la frase «lo que significa tener unos dientes blancos», un lector me recuerda que el Diccionario de la Real Academia Española recoge la siguiente acepción del verbo significar: «4. intr. Representar, valer, tener importancia.» Lo sabía. No porque me conozca el DRAE al dedillo, sino porque lo consulté antes de hacer el comentario. Pero la Academia alude ahí al uso de significar como verbo intransitivo. No es el caso. Lo que Mar Flores -el guionista del anuncio, más bien- quería decir, sencillamente, era: «...Sabemos cuán importante es tener los dientes blancos» o, aún más directo: «...Sabemos que tener los dientes blancos es muy importante». ¿Por qué no lo dijo así, a la pata la llana, en vez de empeñarse en complicar lo sencillo?
Javier Ortiz. Apuntes del natural (22 de julio de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 17 de junio de 2017.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2004/07/22 06:00:00 GMT+2
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2004/07/21 08:00:00 GMT+2
La gente se ríe de las barbaridades que sueltan algunos ignorantes venidos a más por mor de los dinerines: el Jesulín y sus dos palabras, el candelabro de la otra, el estentóreo del occiso... De ésas tengo pilladas algunas con chispa. La más reciente, la que le oí hace como quince días a una señorita -a la que trataban como famosa, aunque yo no supiera quién era- que dijo de algo que le había venido «como anillo al pelo». Tampoco está mal el anuncio de un blanqueador dental en el que una reputada modelo afirma que ella sabe muy bien «lo que significa tener unos dientes blancos».
Pero tampoco tiene gran cosa de particular que un torero cañí o una actriz de tan hermoso exterior como desértico interior o una modelo notable por la feliz colocación de sus huesos suelten unas cuantas patochadas. Más preocupante resulta cuando quienes se lucen en esa suerte son periodistas y comentaristas de radio y televisión. Verbi gratia: uno de los que retransmitieron para Telemadrid el partido México-Brasil en la madrugada del martes demostró su alta capacitación en geografía alternativa calificando en una ocasión a México de «país centroamericano» y uniéndolo en otro momento a Brasil en una reflexión sobre cómo son «estos equipos sudamericanos».
Le sirvió de avanzadilla el locutor de un boletín informativo de RNE, quien días antes se había referido insistentemente a Bélgica como Estado «centroeuropeo».
Está luego el gremio de los políticos, ahora tan encantados con su Comisión parlamentaria sobre el 11-M.
Hace unos días, un diputado catalán habló de «los grupos terroristas presuntamente árabes». ¡Presuntamente árabes!
Dentro de esta misma tendencia a la verborrea sustentada en las flexibles normas del buen tuntún, presencié ayer la seudo facundia de una diputada popular llamada Alicia Castro, que acusó al médico forense José Luis Prieto, convocado a testificar ante la Comisión, de «estar lleno de dudas» porque había dicho que se precipitaron quienes proclamaron que entre los muertos en los atentados del 11-M no había ningún suicida, cuando carecían de base científica para hacer esa afirmación. Prieto tuvo que aclarar a la diputada que decir que no hay datos bastantes para hacer una afirmación no tiene nada que ver con dudar. Se lo repitió, a ver si así lo entendía: él estaba totalmente seguro de que no cabía hacer una afirmación como ésa. A lo que la diputada Castro, tal vez intuyendo que había sido cogida en falta y molesta por ello, replicó que la comparecencia del doctor Prieto estaba resultando «frívola». ¿Frívola, en concreto? ¿Y por qué no casquivana? El forense, visible -y razonablemente- molesto, pidió el amparo del presidente de la Comisión. La diputada, para esas alturas ya algo menos segura de sí misma, optó por eso que llaman -otra cursilería- «retirar sus palabras». (Acabo de oír en la radio, a propósito de este testimonio, que «no se puede descartar que hubiera suicidas entre los cadáveres». ¿Cadáveres suicidas? Para mí que eso sí podemos descartarlo.)
Estaría dispuesto a no enfadarme demasiado por el tiempo que me hacen perder cuando sigo sus trabajos, si por lo menos montaran un espectáculo de esgrima oral que valiera la pena. Pero en esa Comisión -como en la vida política española, en general-, por cada individuo («de ambos sexos», que dirían ellos) que se expresa con un mínimo de precisión y cierta gracia, hay nueve incapaces de construir frases que digan algo concreto (primera condición) y lo digan (segunda) con las palabras precisas, las concordancias adecuadas y los verbos conjugados en la persona, tiempo, número, modo y aspecto requeridos (o sea: lo que se dice hablar correctamente, que es lo menos que debería hacer alguien que tiene en el habla su principal herramienta de trabajo).
Hay algunos políticos que me suscitan auténtico pánico. El secretario de Organización del PSOE, José Blanco, es uno de los que más. Su dequeísmo alcanza extremos realmente insólitos. Para cuantificarlos sería necesario patentar la fórmula «dequé por minuto». Eso sin contar con lo que dice, que a veces es igual o todavía más insólito (ahí habría que servirse de la unidad «acusación no demostrada por minuto»).
El diagnóstico técnico no resulta muy entusiasmante: la mayor parte de la gente con derecho a hablar no sabe hacerlo. No tiene ningún interés lo que dice y además -quizá para no desentonar- lo dice fatal.
Qué cruz.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (21 de julio de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 17 de junio de 2017.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2004/07/21 08:00:00 GMT+2
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2004/07/20 06:00:00 GMT+2
Lo han convertido en un tópico de sus intervenciones públicas. Cada vez que se ven obligados a referirse a su derrota electoral -cada vez que se lamen las heridas-, los dirigentes del Partido Popular insisten en que, de no haber sido por la tragedia del 11-M, Mariano Rajoy sería hoy el presidente del Gobierno.
Tanto lo dicen y con tanta convicción lo repiten que resulta imprescindible no perder de vista los datos de lo que realmente sucedió, para no dar por bueno lo que está lejos de atenerse a la verdad.
Tal como cuentan la historia los jefes del PP, se diría que hubo una porción muy amplia del electorado que estaba presta a votar a su partido pero que, tras los atentados y lo sucedido en las horas posteriores, cambió sus planes y se decidió a respaldar al PSOE.
En lo esencial, eso es falso. El PP recibió en las pasadas elecciones generales sólo medio millón de votos menos que en los comicios del año 2000. El PSOE, en cambio, obtuvo tres millones de votos más. El trasvase de sufragios, en la medida en que se produjera, no fue ni mucho menos decisivo.
Lo que más influyó en la frustración de las expectativas de Rajoy no fue el cambio de opción de sus electores sino, sobre todo, la amplísima movilización de abstencionistas habituales que se gestó los días 11, 12 y 13, y que hay que cifrar entre 2,5 y 3 millones. Lo que inclinó definitivamente la balanza del 14-M fue la participación de esos abstencionistas casi militantes, que se decidieron a tomar cartas en el asunto y respaldar al PSOE.
Muchos constatamos ese fenómeno en nuestro entorno. Hablo de una muy importante franja del electorado situada dentro del ámbito ideológico de lo que suele llamarse «la izquierda sociológica», que no suele mostrar interés por el juego electoral y sus protagonistas, porque está escaldada y no confía ni en el uno ni en los otros, y que, en razón de ello, acostumbra a acompañar en la abstención a los muchos que se desentienden permanentemente de la cosa pública. El 14-M, en cambio, se sintió aguijoneada -herida incluso- y fue a votar. Tal como vi el fenómeno, creo que esos votos fueron más en contra del PP que a favor del PSOE. Tomaron al PSOE, sencillamente, como el único partido que podía hacer en la práctica las funciones de no-PP.
Así las cosas, las referencias quejosas de los ideólogos del PP a la excepcionalidad de las condiciones en que se celebraron los comicios del 14-M sólo pueden referirse a la -en efecto- excepcional participación electoral que se produjo ese día. Pero, ¿cómo puede un político que se pretende demócrata lamentarse de que disminuya la abstención, sea por las razones que sea?
¿De qué se quejan? ¿De que el resultado reflejara con más amplitud que en otras ocasiones -es decir, con más fidelidad- las verdaderas preferencias de la población?
Javier Ortiz. Apuntes del natural (20 de julio de 2004) y El Mundo (21 de julio de 2004). Hay algunos cambios, pero no son relevantes y hemos publicado la versión del periódico. Subido a "Desde Jamaica" el 17 de junio de 2017.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2004/07/20 06:00:00 GMT+2
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2004/07/19 06:00:00 GMT+2
Comenté la pasada semana que tenía pendiente un apunte de tipo histórico referente al PSOE.
Es casi una rectificación.
Alguna vez he sostenido que lo que sucedió en el Congreso socialista de Suresnes, en octubre de 1974, cuando, con el apoyo de Pablo Castellano, Nicolás Redondo Urbieta, Enrique Múgica y alguno más, Felipe González y su clan sevillano dejaron fuera de juego a la vieja guardia socialista de Rodolfo Llopis, no fue un punto de inflexión en la Historia del PSOE, sino la liquidación del viejo partido socialista y la fundación de otro partido, nuevo en lo esencial.
Es una tesis perfectamente defendible en más de un aspecto. Por ejemplo: es cierto que aquello supuso el desembarco dentro del socialismo moderado español de un grupo que, con las inevitables excepciones -alguien tenía que hacer las funciones de cabeza de puente-, era ajeno a la tradición de la II Internacional. Sus prácticas organizativas eran también nuevas en ese mundo: más estrictas, menos permisivas con la disidencia.
Lo que no he subrayado con el debido énfasis en las anteriores ocasiones en que me he referido a este asunto es la estricta fidelidad del grupo de Suresnes al legado político-ideológico de una tendencia clave del socialismo hispano, encabezada por Indalecio Prieto hasta su muerte, y cuyos rasgos definitorios permanentes fueron: 1º) Su desmedida ambición de Poder, no matizada por principio alguno; 2º) Su anticomunismo radical, que desde los inicios de la guerra fría se convirtió en apoyo de hecho -aunque a veces disimulado- a los designios internacionales de Washington; y 3º) Su hostilidad de fondo a los nacionalismos catalán y vasco y su concepción cerradamente centralista de España.
Podría poner muchos ejemplos ilustrativos de esas «tradiciones» del socialismo celtibérico. Las que más me han llamado la atención en mis últimas lecturas han sido las referidas al largo periodo de las posguerras (la española y la mundial) en el que Indalecio Prieto, con las riendas el PSOE en sus manos, trató de impulsar una alternativa al franquismo encabezada por Don Juan, padre del actual rey de España. Para favorecer esa presunta alternativa -en realidad inviable-, Prieto propició plataformas falsamente unitarias que se distinguían sobre todo por lo que no eran: no defendían la restauración republicana -no sólo porque careciera de sentido hacerlo yendo de la mano con un candidato a rey, sino también porque quería marcar su ruptura con la legalidad de la II República-, no tenían contacto alguno con los comunistas -por propia querencia y para ofrecer una imagen de plena honorabilidad a los gobernantes de Washington y Londres, predominantes por entonces en el bloque occidental- y, en fin, no acogían las reivindicaciones de los componentes de la vieja Galeuzca, ni siquiera la exigencia de restablecer los Estatutos de autonomía suspendidos por Franco.
El grupo felipista que se hizo con el control del PSOE en Suresnes estaba en total sintonía con esos postulados, y así lo demostraría de sobra con el tiempo. Es cierto que durante unos años fingió no simpatizar con la política exterior estadounidense, pero hoy sabemos que ya para entonces se había ofrecido al Departamento de Estado para trabajar a su dictado (*) y gozaba de los parabienes de Washington. Lo mismo cabe decir del republicanismo formal que mantuvo durante la pre Transición por razones de mera estética. De su anticomunismo visceral excuso aportar pruebas: ha sido siempre muy evidente.
De modo que su llegada al mando del PSOE no representó en realidad ninguna ruptura. Si es caso, la aportación de nuevos impulsos para una causa ya muy veterana.
-----------------
(*) Joan E. Garcés (Soberanos e intervenidos, Siglo XXI, Madrid 1996, pág. 161) ha demostrado, citando documentos secretos norteamericanos desclasificados tras cumplirse el plazo preceptivo, que algunos destacados socialistas «del interior», la mayoría de los cuales se convertirían pasado el tiempo en gobernantes felipistas, informaban ya en 1957 (sic!) a la Embajada de los EEUU en Madrid, de la que reclamaban «apoyos materiales» para «combatir al Partido Comunista».
Javier Ortiz. Apuntes del natural (19 de julio de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 17 de junio de 2017.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2004/07/19 06:00:00 GMT+2
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2004/07/18 06:00:00 GMT+2
Acepto sin la menor reserva que Lance Armstrong no es de un ingenio arrollador. Anda cortito de neuronas, es verdad.
Pero tampoco recuerdo que sus antecesores en el podio de París destacaran uniformemente por su brillantez intelectual. Me viene a la memoria alguno que sufría verdaderos dolores de parto para pronunciar frases que duraran más de cinco segundos, lo que no aminoraba el calor de su afición.
Reconozco igualmente que Armstrong no se caracteriza por su simpatía desbordante. Más bien todo lo contrario. Es borde como él solo. Se mete con todo dios, habla despectivamente de muchos de sus compañeros de carrera y pone a caldo a los seguidores de los demás ciclistas, que son casi todos, porque en las carreteras del Tour no hay apenas estadounidenses y él no ha logrado hacerse con el aprecio de casi ningún europeo. Incluso se ha granjeado la antipatía de más de un compatriota.
Pero esas circunstancias, por importantes que sean para la vida social, cuentan poco cuando el pelotón se pone en marcha. Nada de eso anula el hecho irrebatible de que Armstrong es un ciclista impresionante, que logra éxito tras éxito por la sencilla razón de que supera a los demás. Destaca como contrarrelojista, llanea muy bien y domina la montaña con autoridad. Es completísimo. ¿Que tiene un gran equipo, que le funciona como un reloj? Cierto. ¿Que cuenta con un director de equipo capaz de trazar las tácticas más adecuadas y de manejar sus piezas a la perfección? Sin duda. Pero el verdadero factor diferencial es el propio Armstrong. Un Armstrong que está sabiendo dosificar con tino sus fuerzas –en lógico declive, porque los años no pasan en balde–, sin hacer los derroches de pasadas temporadas. Golpeando lo justo y en el momento justo.
Escribía el otro día sobre el nacionalismo y los deportes. En Euskadi hay una gran afición al ciclismo y este año habría prendido la ilusión colectiva de que el equipo de Euskaltel-Euskadi, con Iban Mayo al frente, podía hacer grandes cosas. No ha sido así, y la decepción es comprensible. Lo que no resulta aceptable es que la amargura por el fracaso de los propios se manifieste en forma de insultos y maldiciones contra quien ha tenido mejor suerte, porque no se ha visto arrastrado a ninguna caída de graves consecuencias, y ha demostrado que está en mejor forma.
Es mentira que Armstrong estuviera ayer a punto de ser golpeado por los aficionados vascos. Lo que declaró al final de la etapa sobre el peligro de muerte que había corrido es una mamarrachada de tomo y lomo, propia del obtuso provocador que es. Fue increpado, sin más. Y por gente de muy diversas procedencias. Muchos de ellos franceses, que supongo que tampoco apreciarán demasiado que este tejano del cuerpo diplomático de su amigo Bush declare que está deseando volver a los EEUU y «dejarles aquí con toda esta mierda». Pero el hecho de que nadie le pegara, ni siquiera amagara hacerlo, no anula el mal gusto del deseo –ampliamente compartido e indisimuladamente demostrado– de que le parta un rayo y se vaya al carajo de una pajolera vez.
A mí, que disfruto viendo el Tour –un espectáculo completo, exclusión hecha de esa gente que se empeña en disfrazarse de cualquier cosa para correr junto a los ciclistas gritándoles y dándoles palmaditas–, me parece muy bien que Armstrong esté ahí, subiendo el listón y obligando a los demás a dar de sí todo lo que pueden y un poco más.
Siempre que sea Armstrong el que lo consigue con su propio esfuerzo y no con la ayuda de esas sustancias indetectadas que Greg Lemond insinúa que se mete.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (18 de julio de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 17 de junio de 2017.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2004/07/18 06:00:00 GMT+2
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2004/07/17 07:00:00 GMT+1
Rodríguez Zapatero ha dado un brusco giro a la política tradicional española en relación al Sahara Occidental y ha pasado a alinearse de hecho -aunque no lo proclame en estos términos- con las posiciones marroquíes. O con las posiciones pro marroquíes de Francia, que viene a ser lo mismo. El presidente del Gobierno español sostiene ahora que no hace falta que se celebre ningún referéndum de autodeterminación, lo que, dicho sin tapujos, significa que acepta la anexión marroquí del Sahara como un hecho consumado.
El ministro de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, ha justificado ese viraje alegando que la celebración de un referéndum de autodeterminación en el Sahara provocaría una fuerte crisis en todo el Magreb.
Se me ocurren un par de objeciones. La primera, y bastante elemental, es que él no puede saber qué provocaría ese referéndum porque, para que se pudiera realizar, habrían de producirse algunos cambios de importancia en la zona. En particular, la ONU debería tomar en sus manos el control del proceso. Sólo a la vista de la situación surgida con esos cambios cabría evaluar qué peligros corre el Magreb, y en qué medida los corre.
La segunda objeción es de superior peso, porque es de principios: que un objetivo resulte inviable a corto plazo no es excusa para abandonarlo, si el objetivo es justo. ¿Acaso está al alcance de la mano la paz entre israelíes y palestinos? Si las reivindicaciones soberanistas del pueblo saharaui ponen en peligro el equilibrio del Magreb es, pura y exclusivamente, porque el Reino de Marruecos ha decidido quedarse con la excolonia española en virtud del derecho de conquista, digan lo que digan las leyes internacionales y las resoluciones de las Naciones Unidas. Pone su soberbia por delante. Inclinarse ante ella sería -además de un pésimo precedente para la propia España, que dista de estar a salvo de conflictos con la monarquía alauita- un desastroso reconocimiento de la preeminencia de las armas sobre el Derecho.
Rodríguez Zapatero ve bien las posiciones del Gobierno francés en relación al Sahara y quiere que Francia participe en la resolución del conflicto. Hace como que no ve que París respalda incondicionalmente la posición de son ami le Roi porque no tiene más interés en el Sahara que el que pueda derivarse de la explotación de sus recursos. El Gobierno de Madrid, que también en ese juego de la explotación lleva las de perder, ha de responder de otros compromisos históricos. En particular, debe estar a la altura de las obligaciones derivadas del modo vergonzoso en que el Estado español capituló ante la Marcha Verde.
Y si Zapatero y Moratinos no quieren verlo, quizá debamos ir viendo el modo de hacérselo ver desde la calle, gritándolo tan alto como haga falta. Porque somos muchos los que estamos de corazón con el pueblo saharaui.
Javier Ortiz. El Mundo (17 de julio de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 22 de noviembre de 2010.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2004/07/17 07:00:00 GMT+1
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