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2004/08/31 06:00:00 GMT+2

La prueba de Fraga

Si el destino no lo remedia, Manuel Fraga será candidato a seguir como presidente de la Xunta de Galicia, y todo el mundo se pregunta si es sensato que un hombre que tendrá 82 años en el momento de las elecciones rija los destinos de una comunidad autónoma de la importancia y la complejidad de la gallega.

Él afirma que se encuentra en plena forma, pero lo dice con una voz tan tenue y vacilante que invita a pensar justo lo contrario. Cuando se lo oí, me vino a la memoria un discurso televisado del Franco postrero, en el que balbució con un hilillo de voz casi inaudible: «Hay algunos que especulan con mi edad, pero yo me siento más joven que nunca para empuñar con mano firme el timón de la nave del Estado».

Escribió Oscar Wilde, siempre agudo, que las afirmaciones de ese tipo («Me siento mejor que nunca», «Estoy hecho un chaval», etc.) son un síntoma inequívoco de decrepitud. Fraga no tiene el menor aspecto de escapar a esa regla.

Pero que estemos en 2004 discutiendo sobre la conveniencia de que este hombre siga en la política activa, y que la polémica se centre en su edad, me parece una de las pruebas más evidentes de la deficiente construcción de la democracia española. Fraga fue un protagonista muy destacado de la dictadura de Franco, y tuvo un papel de primera línea en la represión del movimiento democrático, incluyendo hechos que provocaron la pérdida de vidas humanas, algunos -como los sucedidos en Montejurra en mayo de 1976- por la vía directa del asesinato. En un proceso de instauración de la democracia digno de ese nombre, cualquier político con un historial como el de este preboste de la dictadura habría sido llevado ante la Justicia para determinar sus responsabilidades concretas, incluidas las penales, y, en todo caso, habría sido privado de su derecho al sufragio pasivo. Aquí no sólo se le ahorró el paso por el banquillo, sino que se le permitió continuar como personaje de gran relevancia y hasta fue nombrado «jefe de la Oposición» -un cargo oficial que carece de sentido en un régimen parlamentario pluripartidista- por el primer Gobierno del PSOE.

Uno de los muchos efectos penosos de aquel pasteleo lo seguimos padeciendo, y no sólo en Galicia: nuestros enseñantes no saben cómo contar a los chavales qué fue la España de Franco. No pueden proporcionarles los criterios adecuados para valorarla. ¿Cómo explicarles que continuemos dando a algunos de aquellos liberticidas el título de excelentísimos señores? Nuestra juventud tiene amputada la memoria.

En Chile también discuten sobre la edad de los protagonistas de su dictadura, contemporánea del último tramo de la franquista. Pero allí lo hacen para decidir si sus ancianos están en condiciones de ser juzgados por lo que hicieron entonces. Aquí polemizamos sobre si tendrán las fuerzas necesarias para seguir gobernándonos ahora.

Javier Ortiz. Apuntes del natural (31 de agosto de 2004) y El Mundo (1 de septiembre de 2004). Hemos publicado la versión del periódico. Subido a "Desde Jamaica" el 26 de junio de 2017.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2004/08/31 06:00:00 GMT+2
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2004/08/30 06:00:00 GMT+2

La felicidad

Fin oficial de las vacaciones de verano.

Hoy volvemos a Madrid.

Lo hacemos el 30, y no el 31, en parte para aterrizar con más suavidad en el comienzo del curso y en parte para no toparnos en la carretera con el anunciado follón de la operación retorno. Pero las cosas no funcionan obligatoriamente así. Un amigo alemán me habló el sábado pasado de un ideólogo nazi que sostenía que uno de los grandes problemas de los marxistas había sido dar por hecho que las masas acaban actuando conforme a criterios racionales. Según ese nazi, las grandes masas hacen cosas impredecibles en función de motivaciones absurdas, y por eso la Historia resulta tan rara.

Si se demuestra acertada esa vitriólica tesis -que, aunque provenga de un nazi, tampoco hay que rechazar porque sí-, puede suceder que esta tarde nos encontremos cerca de Madrid dos millones de astutos automovilistas que hemos adelantado nuestro regreso para no encontrarnos mañana con dos millones de automovilistas capullos.

De hecho, el año pasado regresamos el 31 y no encontramos nada que se pareciera a un atasco. Ni siquiera en la M-30. Había menos circulación que un domingo cualquiera.

Sea como sea, vuelvo a la rutina, aunque no con las ganas de cortarme las venas que sentía por estas fechas cuando era un trabajador asalariado.

El escritor por libre se escapa por partida doble de esa angustia: para él, ni las vacaciones son tan diferentes del trabajo (sigues escribiendo todos los días), ni el periodo laboral es tan distinto de las vacaciones (eres tu propio patrón y puedes pactar contigo mismo horarios, bajas y moscosos).

El cambio lo experimentas más por las personas que te circundan que por ti mismo.

Comentaba ayer con un amigo, aquí, en el jardín de la casa de Aigües, en medio de un silencio sólo roto por el canto de los pájaros -y por nuestra propia charla, claro-, mientras el sol iba tiñendo de añiles y rojos el cielo, cuán aleatorio -y cuan ideológico- es lo que cada cual entiende por calidad de vida. Para nosotros -convinimos-, la calidad de vida era eso de ese instante: una charla agradable, la buena amistad, un sitio tranquilo, un paisaje apacible, un clima benigno, una salud no decididamente decrépita...

Me quedé luego pensando en lo tramposo que es el dicho «El dinero no da la felicidad».

El dinero no da nada. No tiene voluntad, no toma decisiones. Lo que seguramente quería decir el inventor de la frase -no sé, supongo- es que no por vivir en un entorno de lujo eres necesariamente feliz.

Pero es que la felicidad tampoco es un hecho objetivo. Es un estado de ánimo.

Todo está en nosotros mismos. Todo consiste en ir eligiendo o identificando con cierta sabiduría las circunstancias que te hacen feliz. A ti, en concreto.

En mi criterio, el mucho dinero se convierte en un problema, pero sólo porque el dinero a mansalva atrae irresistiblemente a los gilipollas, y los gilipollas te amargan la vida.

Pero, claro, ésa es una opción ideológica. La gilipollez tampoco es un dato fijo.

De todos modos, la pobreza tampoco es una alternativa deseable. Porque la pobreza no atrae nada. Y tampoco te libra de los gilipollas.

Precisamente porque tengo en cuenta todo eso regreso hoy a Madrid. A ver si me voy ganando los mínimos que me hacen falta para financiar mi idea muy meditada de la felicidad, que me ha hecho saber que la felicidad es una hipoteca que, como todas, hay que pagarla a plazos. Y con dinero, claro.

Javier Ortiz. Apuntes del natural (30 de agosto de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 26 de junio de 2017.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2004/08/30 06:00:00 GMT+2
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2004/08/29 06:00:00 GMT+2

Cosas de españoles

«El mundo exclama: "¡Cosas de españoles!" Y es verdad.»
(César Vallejo, Himno a los voluntarios de la República)

Tanto si estoy en mi casa del Alacantí como si me encuentro en Madrid, suelo oír los espacios informativos de Radio Euskadi, gracias a su transmisión vía satélite. Lo hago algunos días de manera aleatoria, para estar enterado de los asuntos de mi tierra, y siempre cuando en las horas siguientes me toca participar en la tertulia matinal, para saber qué noticias conoce ya la audiencia y cómo se las han contado, de cara a dar luego en mis intervenciones más o menos explicaciones introductorias.

Una noche de esta semana que acaba oí durante un rato una tertulia. Alguien -no es que prefiera no hacer alusiones ad hominem, es que no me enteré de quién era- se opuso a la posibilidad de que Ibarretxe acuda a las reuniones de presidentes autonómicos que Zapatero ha dicho que tiene intención de convocar. El argumento en el que basaba su rechazo era que esas reuniones van a dedicarse a discutir qué es lo que tiene que hacer el Estado español, y a un nacionalista vasco no le importa qué haga o deje de hacer el Estado español.

El razonamiento me pareció horroroso. Primero, y con carácter general, porque creo que todo vasco con convicciones solidarias debe tener interés en el porvenir del Estado español (y del belga, y del italiano, y del senegalés, y de cualquier otro), y está obligado a hacer cuanto se halle en su mano por contribuir a mejorarlo. Y segundo, y de manera más concreta, porque Euskadi y su población se encuentran dentro del ámbito de actuación del Estado español, día a día y hora a hora, y todas las decisiones de política general que se tomen dentro de ese ámbito les afectan, para mal, para bien, para peor o para mejor. Cada cual es perfectamente libre de desear que la realidad sea otra y de combatir para ello pero, a la espera del momento en que sus deseos se realicen, es absurdo que se declare indiferente a cuanto les suceda a los suyos y a él mismo en la práctica cotidiana.

Me contaron que, allá por los años de la última posguerra mundial, invitaron a la dirección del PNV en el exilio a estar presente en una reunión previa a la constitución del movimiento de la democracia cristiana europea. Me parece que iba de eso. En cualquier caso, el hecho es que se montó una acalorada discusión sobre si debían acudir o no. Los había que decían que un nacionalista vasco no pintaba nada en aquel foro, porque los convocantes no tenían una posición clara sobre el derecho de autodeterminación. Y el lehendakari José Antonio Aguirre, aún escocido por las consecuencias que había tenido para Euskadi que el PNV no hubiera participado más activamente en el advenimiento y la formalización de la II República Española, dijo: «Nosotros tenemos que ir a todo. Incluso a una reunión de bomberos, si nos invitan. Y si podemos sacar algo positivo, pues bien. Y si no, pues nada».

Me parece de sentido común. Algunos dicen que, si Ibarretxe acude a una reunión de ésas, renuncia a «la bilateralidad de las relaciones España-Euskadi» (a tratar de tú a tú con el Gobierno español, en cierto modo). Pero ninguna reunión a la que acuda le obliga, ni a él ni a nadie, a renunciar a ninguna posibilidad futura, a no ser que le reclamen esa renuncia para dejarle asistir, lo que no es el caso. La complejidad de las relaciones del Gobierno de la Comunidad Autónoma del País Vasco con las autoridades centrales, de un lado, con las autoridades de las demás comunidades autónomas, del otro, y con el conjunto del entramado de la Unión Europea, de un tercero, no puede afrontarse con una fórmula única. Menos todavía con una fórmula tan simplona.

Jugar a cuatro, cinco o seis bandas no es una muestra de oportunismo. No cuando hay cuatro, cinco o seis bandas.

Me entusiasman más bien poco las reuniones de presidentes de comunidades autónomas que dice Zapatero que va a convocar. Barrunto que no saldrá de ellas nada de demasiado interés. Lo que discuto es el prejuicio: «No me interesa; es cosa de españoles».

Eso no es una tesis. Eso es una pose.

Entiendo que haya quien -nacionalista, internacionalista, o ambas cosas a la vez, que todo es posible- se lleve mal con «España», en tanto que destilado histórico. No es mi caso -considero que ese destilado tiene demasiados ingredientes como para adoptar un criterio único sobre él-, pero puedo entenderlo. Lo que ni puedo ni quiero entender es que, en nombre de Euskadi, se desprecie a los pueblos de España.

Javier Ortiz. Apuntes del natural (29 de agosto de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 26 de junio de 2017.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2004/08/29 06:00:00 GMT+2
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2004/08/28 07:00:00 GMT+2

Ordenadores desordenados

-¡El ordenador este se me reinicia por su cuenta montones de veces!

Mi buen amigo Gervasio Guzmán se compró el lunes pasado un nuevo ordenador y desde entonces viene telefoneándome del orden de seis u ocho veces al día.

-Pues ya lo siento -le digo, por decir algo.

-Pero, ¿por qué hace eso?

Gervasio sabe que en alguna ocasión he resuelto por mi cuenta algún lío informático y se piensa que sé mucho sobre tales aparatos, lo cual es falso de toda falsedad. Lo poco que he aprendido en esta materia me ha situado en un estado perfectamente socrático: ya sé que no sé nada.

-¿Que por qué hace eso? Veamos: cabe que tenga una pieza defectuosa, y en ese caso vete a saber cuál; cabe que te haya entrado un virus, un troyano o similar; cabe que sea culpa de algún programa que has instalado, lo cual podría suceder porque lo has instalado mal o porque has utilizado una copia defectuosa del programa o porque ese programa entra en conflicto con otro; cabe incluso que la conexión a la red eléctrica esté mal soldada y se vaya y venga...

Al final, le confieso a Gervasio la pura verdad: para mí, el misterio de la Santísima Trinidad es un juego de niños comparado con un aparato de éstos. Por lo menos, lo del Uno y Trino es un enigma antropomórfico: no lo entiendo, pero sé por qué no lo entiendo. Un ordenador, en cambio, me supera por las cuatro dimensiones.

Y si el único aparato incomprensible fuera ése, todavía.

-Vienes ya para Madrid, ¿verdad? -me dice Gervasio una vez reconciliado con mi ignorancia y por cambiar de tema-. Supongo que habrás llevado a revisar el coche. Porque, como tengas una avería y te pille el paro de las grúas, te vas a enterar.

Consigue deprimirme todavía más. ¿Revisar el coche? Pero, ¿qué parte del coche? Los coches de ahora están llenos de cosas rarísimas, todas ellas dispuestas a estropearse a la menor oportunidad. ¡Es imposible revisarlas todas! Ventanillas, retrovisores, puertas, asientos, climatizadores... Todo funciona con sistemas eléctricos complejísimos, que como fallen, te hacen el avión. Mi coche -y eso que no es nada del otro jueves- esconde en sus arcanos una antipática voz femenina que se presenta pretenciosamente como «El ordenador de a bordo» y que posee dos funciones básicas: apuntarte cosas que ya sabías y proporcionarte información errónea. Si te quedas sin batería, por ejemplo, te dice que el sistema antirrobo está bloqueado. ¿Quién revisa todo ese cúmulo de absurdos?

Y el resto, por el estilo. El Chaplin de Tiempos modernos no sabía lo que nos esperaba.

Hay noches que miro la mesita del salón, veo el montón de mandos a distancia que reposan en ella y pierdo el interés por cualquier género de hipotético entretenimiento. Me voy a la cama, sin más. Por lo menos el mecanismo de las sábanas todavía lo entiendo.

Javier Ortiz. El Mundo (28 de agosto de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 23 de abril de 2018.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2004/08/28 07:00:00 GMT+2
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2004/08/28 06:00:00 GMT+2

Por un pelín

Hacía tiempo que no me pasaba por el servicio de urgencias de un hospital, así que anoche, aprovechando la visita de unos amigos, me busqué una excusa y les dije: «Hala, vámonos a urgencias del Hospital de Sant Joan». El pretexto fue que descubrí de repente en cierta parte de mi cuerpo (es decir: no en la totalidad) la presencia de un ganglio del género de los que se forman por culpa de un pelo introvertido, de ésos que les da por crecer hacia dentro y montar una infección curiosona. Es chupi guay, porque crece y crece hasta que te meten un bisturí y te lo sajan, momento en el cual... En fin, dejémoslo (o mejor quitémoslo, pero sin trasladar a este espacio las circunstancias concretas).

El caso es que, como digo, ese pelo pelín díscolo me proporcionó la excusa necesaria para acudir al servicio de urgencias del hospital más cercano, donde pude disfrutar del privilegio impagable de estar sentado durante más de dos horas en una sala de espera.

Es una experiencia sociológica de primera, por la que deberíamos pasar cada tanto -un par de veces al año, como mínimo- quienes nos dedicamos a opinar sobre «el pueblo». Una sala de espera así aporta una muestra aleatoria de gente dispuesta -por el nerviosismo de la situación, supongo- a dar cuenta detallada urbi et orbi de sus circunstancias más íntimas. Lo cual te acerca a la realidad hasta darte de bruces con ella.

No puedo revelar aquí los relatos oídos como quien dice bajo secreto de confesión, pero sí estoy en condiciones de afirmar, a partir de lo observado, que España tiene un gobierno lógico, fruto de un adecuado funcionamiento de la ley de la oferta y la demanda.

Y no lo digo por Zapatero. Aznar me habría valido lo mismo, a estos efectos.

Los falsos demócratas, los demagogos, hablan con frecuencia de «la sabiduría del pueblo». Para mí que un demócrata de verdad es el que defiende que su voto vale lo mismo que el de quien dice que tuvo el percance en la calle «Ansias March», o que Ponferrada es «de la provincia de Castilla y León», o que a él le da grima que le pongan «eso del pota a pota».

La gente puede ser enternecedora, fascinante, pero también ignorante, cuadriculada y, con deprimente frecuencia, incapaz de distinguir la velocidad del tocino.

Bueno: pues eso es lo que hay.

Para mí que el verdadero aprendizaje de la democracia no pasa por el estudio de la Declaración de los Derechos Humanos, en la que todo el mundo parece estupendo, sino por la escucha detallada de las conversaciones hiperrealistas de las salas de urgencias de los hospitales.

Javier Ortiz. Apuntes del natural (28 de agosto de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 26 de junio de 2017.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2004/08/28 06:00:00 GMT+2
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2004/08/27 06:00:00 GMT+2

Variedad de registros

Me escribe un lector un tanto escamado por la columna que publiqué el pasado miércoles en El Mundo. No le gustó que la dedicara a criticar la defectuosa construcción de una frase oída en un programa de radio. Una frase que, por lo demás, aunque fuera incorrecta -añade-, «se entendía».

Le parece que una columna como ésa representa un despilfarro. «De tener la oportunidad de publicar un artículo en un diario que vende más de 300.000 ejemplares, puedo asegurarle que lo dedicaría a algo de más importancia social», sentencia, severo.

Estoy de completo acuerdo con él en un punto: también yo, si tuviera la oportunidad de publicar un artículo, lo dedicaría a algo más trascendente.

Pero ahí está precisamente el meollo de la cuestión.

Yo no tengo la oportunidad de publicar un artículo. Yo publico, porque me dedico a eso, muchos artículos. Dos por semana, si tomamos como referencia el mismo espacio y el mismo diario al que el lector se refiere. Lo que equivale a más de un centenar al año. A más de mil el decenio.

Alguien que debe dirigirse al mismo público tantas veces, tan insistentemente, está obligado a reflexionar sobre los problemas que eso plantea.

La experiencia laboral me ha convertido en experto en Opinión. (En cuanto género periodístico, quiero decir.) Por ello sé que uno de los peligros más graves que corre el columnista es el de volverse previsible, es decir, que el público lector no tenga mayores dificultades para imaginar de qué asunto va a escribir cada día, a favor de quién va a ponerse, cómo lo va a argumentar, qué estilo va a utilizar y hasta, incluso, qué estado de ánimo va a mostrar (o a afectar).

Hablo de ese gran monstruo que es la rutina, que los engreídos confunden con el estilo.

Un deber principal del columnista es combatir contra ese terrible enemigo, rebelarse contra él, no perder la esperanza de vencerlo una y otra vez y tratar de encontrar -si no siempre, sí cada poco- un asunto sorprendente, un enfoque nuevo, un estado de ánimo distinto, algo que pague el precio del esfuerzo que la gente ha hecho al interesarse por el fruto de su magín.

Ésa, y no el capricho, ni la frivolidad, es la razón que me mueve a cambiar a menudo de sintonía, a mudar el ángulo de la visión, a esforzarme por escribir sobre la vida de tantos modos distintos como la vivo -como la vivimos todos, supongo-, a desnudarme a diario -sólo en parte, claro- revelándoos mis secretos, invitándoos a acercaros, a mirar con mis ojos, a reír conmigo, a cabrearos conmigo -y también contra mí, cuando se tercia-, a viajar, a ver películas, a escuchar música... o a llorar juntos.

Por eso puede suceder que haya un día en que me ponga tiquismiquis con una chorradita del lenguaje y me apetezca invitar a quienes me leen a que se rían conmigo (y de mí) por lo mal que llevo que la gente no se exprese (no piense) con rigor puntillista. Y al día siguiente me tocará hablar de Hiroshima. O del efecto invernadero. O de la agonía del África Negra.

Hay animalitos de circo que, los pobres, no saben hacer más que una gracia, y sus amos les fuerzan a que la repitan una y otra vez. Acaban dando pena. Yo no rechazo que se me vea como un animalito (porque lo soy) ni me incomoda que me tomen como parte de un circo (porque en ese medio me muevo) pero me horrorizaría comprobar que sólo sé hacer una monería.

Por eso cambio de registro con toda la frecuencia que puedo. Tratando de entretener, esforzándome por abrir nuevas ventanas a la realidad, intentado aportar algo... Haciendo lo posible por ganarme el sueldo, en suma.

Que lo consiga -y en qué medida lo consiga- es ya otra cosa. Irá por días, supongo.

Javier Ortiz. Apuntes del natural (27 de agosto de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 26 de junio de 2017.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2004/08/27 06:00:00 GMT+2
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2004/08/26 06:00:00 GMT+2

Si nieva en Madrid, es que nieva

También podría haber titulado este apunte «Hasta que no nieva en Madrid, no nieva».

Mi prolongada experiencia periodística me ha enseñado que da igual que media España esté hundida bajo la nieve que, mientras en la Comunidad de Madrid no nieve, la nieve no llega ni a las portadas de los periódicos ni a las aperturas de los telediarios.

Y al revés: si en el conjunto de España hace un tiempo tirando a apacible, pero en la Castellana caen cuatro copos, es que está nevando.

Sucede tal cual con las grúas. El conflicto de las grúas lleva en marcha -o sea, en paro- la intemerata, pero los medios que tan impropiamente se hacen llamar «nacionales» no lo han puesto en un lugar de honor hasta que sus jefes se han enterado de que les podía afectar incluso a ellos.

Ahora ya es un conflicto importante.

Pero, para no perder su inveterada costumbre de imitar a la rana de la fábula, han iniciado su aproximación al asunto reprochando a los gruistas que monten el conflicto «justo cuando se prepara la "operación retorno"». Dudo de que los primeros gruistas que se metieron en este fregado pensaran siquiera en la «operación salida». Lo que no van a hacer es suspender su movilización, precisamente ahora que se habla de ellos.

Acabo de oír que en Euskadi los gruistas se plantean ofrecer sus servicios directamente a los automovilistas, cobrando las tarifas que estiman correctas y dejando que quienes se han visto forzados a puentear a las aseguradoras reclamen luego a éstas el importe pagado, por vía judicial si hace falta. Parece que tanto SOS-DEIAK (servicio vasco de aviso de emergencias en carretera) como la OCU de Euskadi colaborarían para poner en marcha esa solución de emergencia. Me parece una buena idea. Las asociaciones de consumidores deberían emprender también acciones judiciales para reclamar a las compañías de seguros que devuelvan a los asegurados la parte de la cuota anual que les cobraron por unos servicios que finalmente no han dado.

Las aseguradoras, olvidándose de lo mucho que ellas mismas suelen presumir de lo que ganan cuando se pavonean ante sus accionistas, dicen que si asumieran las demandas de los gruistas tendrían que aplicar un aumento muy importante a las cuotas que cobran a los asegurados. Algo tendrá que decir el Estado sobre eso, supongo. A él le corresponde fijar una cuota razonable para el seguro obligatorio y vigilar para que no haya concertación de precios -es decir, violación de las leyes de la libre competencia- en aquellos apartados del seguro que son de contratación voluntaria.

En todo caso, lo que parece de broma es que los grandes medios de comunicación, recién desayunados en este conflicto, traten de quitarse de en medio con cuatro tópicos sobre el bien general y las protestas fuera de tiempo.

Javier Ortiz. Apuntes del natural (26 de agosto de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 25 de junio de 2017.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2004/08/26 06:00:00 GMT+2
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2004/08/25 06:00:00 GMT+2

Tranquil, Jordi

Tengo aquí, en mi casa de Aigües, en un lugar de cuyo nombre excuso acordarme, un grabado de un artista inglés apellidado Wilkinson que retrata cómo era San Sebastián -cómo la vio él- en 1835.

No la habrían reconocido ni por asomo los habitantes del San Sebastián de 1904, y en particular los vecinos de Gros, zona del municipio donostiarra del que guardo en mi estudio de Madrid una foto fechada a mano en ese año de gracia.

Habrían tenido toda la razón en no reconocerlo, porque lo que 70 años antes no era más que un vasto arenal se había convertido para entonces en un barrio, pequeño pero coquetón, con su plaza de toros y todo.

También se divertirían con las labores de identificación las gentes de ese mismo barrio, que es el mío, si les enseñara algunas fotografías de los años 20, o de los 40, o de los 60, con plaza de toros y sin ella.

¡Cómo cambia todo!

Pero todo es Donostia. Es Gros. Muy cambiados, pero ellos.

¿Mejores o peores? Depende. Depende de muchas cosas: del aspecto al que te refieras, de tus propios gustos... Yo he escrito sobre esa transformación, a veces con amargura. Pero nunca se me ha ocurrido que San Sebastián haya desaparecido. Porque el ser de una ciudad no se vincula a ningún momento específico de su Historia. No vive ni en sus gentes, ni en sus edificios, ni en sus parques, ni en sus playas. Es decir: vive en todo a la vez, y en sus cambios constantes, buenos o malos.

Una nación es como un barrio, o como una ciudad, pero en más grande.

Un hecho; no una valoración.

Cambia lo mismo. ¿Para bien o para mal? Quién lo sabe. Depende.

Jordi Pujol dice que hay que tener mucho cuidado con el mestizaje, porque puede acarrear el fin de Cataluña. Se ve que Pujol piensa que Cataluña es como el arenal de Gros, o como la plaza de toros del Chofre, o como el viejo campo de fútbol de la Real.

Tranquil, Jordi, tranquil.

Cataluña vivirá. También con el mestizaje. Quizá más plurilingüe, quizá más morena.

¿Mejor, peor? Irá con los gustos.

Pero tú, Jordi, joder... ¡Tanto tiempo adorando a La Moreneta y venirnos ahora con ésas!

 

P.S. Otro día que tenga el temple menos de coña escribiré sobre los esencialismos nacionales, ¿vale?

Javier Ortiz. Apuntes del natural (25 de agosto de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 25 de junio de 2017.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2004/08/25 06:00:00 GMT+2
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2004/08/24 06:00:00 GMT+2

Una de cal y otra de arena

-A los cinco años, un porcentaje importante de niños y niñas sufre de incontinencia urinaria nocturna.

«O sea, que se mean en la cama», traduzco.

Lo cuenta una señora que dice hablar en nombre del Consejo General de Farmacéuticos para Radio 5 Todo Noticias, aunque dudo de que el Consejo se haya reunido para aprobar el guión del mini-espacio.

Sigo fregando los platos, sumido en la problemática de la micción infantil, tal vez estimulado por el chorro del grifo. La señora («o señorita», que diría Bobby Deglané) añade a continuación:

-Sólo uno de cada cien niños sufre de incontinencia urinaria en la edad adulta.

Soy de natural reflexivo. Cierro el grifo. Me seco las manos. Acudo a la vecindad de Charo, mi mujer, que se dedica circunstancialmente a labores de albañilería aplicada a la jardinería.

Le pregunto:

-Perdona, Charo. Si a ti te dicen: «Sólo uno de cada cien niños sufre de incontinencia urinaria en la edad adulta», ¿qué piensas?

Y ella, enseñante en funciones de albañila veraniega, empieza a hablarme de los niños, las niñas y el pis. Compruebo que es un asunto sobre el que posee un conocimiento empírico de mil pares. Pero yo no voy por ahí. Le corto.

-No, no. Te repito la pregunta. Si te dicen: «Sólo uno de cada cien niños sufre de incontinencia urinaria en la edad adulta», ¿qué piensas?

-No sé adónde quieres ir a parar -me responde, mientras evalúa el tamaño de varias piedras con las que está delimitando una pequeña plantación en el fondo del jardín, en la que algún día crecerán un pino y dos palmeras si todo funciona como está previsto, cosa que no recuerdo cuándo ocurrió por última vez.

-¿Que adónde pretendo ir a parar? Pues muy sencillo -le contesto-. Trato de llamar tu atención sobre el absurdo que encierra plantearse lo que pueden hacer o dejar de hacer los niños «en la edad adulta».

-Ah, ¿sí? ¡Qué bien! -susurra, distraída-. ¿Y eso?

-Charo, porque un adulto, por definición, no es un niño. No existe ningún niño en edad adulta. Es una contradicción in terminis. Un niño-adulto no existe. En consecuencia, no puede hacer nada.

-Ajá. Ya. Una de esas cosas tiquismiquis tuyas, ¿verdad? -prosigue, mientras examina con suma atención la base de una jardinera que parece perder agua.

-Charo, ¡por favor! Si nadie se tomara en serio el rigor, ¿qué sería de la Ciencia? -le respondo.

-Cuánta razón tienes, Javier. Yo también me lo pregunto -dice, mientras introduce un dedo en la mezcla de arena y cemento que trata de aplicar al sellado de jardineras y cuya consistencia examina con interés de entomóloga.

-Hummm... ¿No te parece que quizá le estoy poniendo demasiada arena a la mezcla?

-No sé. ¿Has probado con una de cal y otra de arena? -le digo, mientras regreso a la cocina.

Sé que estoy perdido, pero no me importa.

Los héroes somos así.

Javier Ortiz. Apuntes del natural (24 de agosto de 2004) y El Mundo (25 de agosto de 2004). Hemos publicado la versión del periódico. Subido a "Desde Jamaica" el 25 de junio de 2017.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2004/08/24 06:00:00 GMT+2
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2004/08/23 06:00:00 GMT+2

Los otros dopajes

Supongo que habéis visto a las gimnastas de los Juegos Olímpicos. Me refiero a las que se dedican a ejercicios de suelo, barras, aros y demás. ¿Qué les hacen para frenar su evolución biológica y conseguir que conserven su elasticidad de niñas durante tanto tiempo? No sé qué, pero algo es evidente que les hacen.

Me pregunto acerca de las consecuencias psicológicas que tendrá sobre ellas -o al menos sobre algunas de ellas- pasar por esa experiencia: parecer una niña cuando tus compañeras y amigas tienen ya aspecto y vida social de jóvenes mujeres, alcanzar una gran fama a tan temprana edad y que se te esfume al poco, no dedicar apenas tiempo a preparar tu futuro profesional y que te regalen los títulos para que no «pierdas tiempo» y puedas dedicarte a entrenar...

¿Sabe alguien cuántos juguetes rotos fabrican los Juegos Olímpicos y su terrible, su implacable, su salvaje espíritu de superación, que es superación de récords, no de valores?

He hablado de las niñas gimnastas, pero podría haberlo hecho de otros y otras (más de otras, de todos modos, porque son los físicos de las mujeres los que más afectados se ven por su preparación para ciertas prácticas deportivas).

¿Habéis tenido ocasión de presenciar los ejercicios de las levantadoras de peso? Hay una que pesa 156 kilos. ¡Levantadora de peso! Y tanto: del suyo, para empezar. Y tanto ella como sus rivales tienen veintipocos años.

¿Por qué son aceptables las prácticas que siguen esas deportistas -que les programan- y no el uso de fármacos que permiten un desarrollo superior de la masa muscular, un sobreesfuerzo o una resistencia máxima? ¿Es más grave agotar un físico que tarar psicológicamente una existencia?

Javier Ortiz. Apuntes del natural (23 de agosto de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 25 de junio de 2017.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2004/08/23 06:00:00 GMT+2
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