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2005/02/21 06:00:00 GMT+1

No ha habido quórum

El Gobierno considera que el respaldo que obtuvo en el referéndum del pasado domingo, que alcanza poco más de un tercio del censo -el 35,8%-, representa «una mayoría suficiente».

Ignoro por qué misteriosas razones le parecerá suficiente. A cambio, me consta que no es mayoría. Para hablar de mayoría, aquí y en Tegucigalpa, se requiere contar con la mitad más uno. En las votaciones serias, cuando no hacen acto de presencia dos de cada tres inscritos, se dictamina que no hay quórum y, en consecuencia, el acto se da por nulo. No digamos nada si, encima y para más recochineo, una parte sustancial de los pocos que acuden optan por hacer pedorretas al organizador.

Cabe especular hasta la extenuación sobre por qué la aplastante mayoría del electorado no se presentó en los colegios electorales. Vengo diciendo desde 1977 -desde el mismo día en el que Tierno Galván afirmó que su partido, el PSP, había obtenido pocos votos, pero «de gran calidad»-, que los sufragios no se interpretan; se suman. Cada cual puede conferirles el sentido que tenga a bien. Son incomprobables.

Que no me cuenten que aquí los asuntos internacionales no motivan al personal. Hubo un conflicto internacional que sacó a millones de españoles a la calle, y cuidado que manifestarse es más costoso que votar. La cuestión no está en el ámbito, sino en el trasfondo. Y el trasfondo de este referéndum resultaba demasiado turbio.

Me aplico el cuento a mí mismo (dejo de preguntarme qué querrá decir que en donde más fuerza ha tenido el no haya sido en Euskadi, en Cataluña y en Madrid) y renuncio a especular con los resultados. Me limito a constatar lo incontestable: que ellos pidieron al electorado que respaldara un Tratado y que la aplastante mayoría les ha dado la espalda, sea negándose a responderles (súmense ahí la abstención, los votos en blanco y los nulos), sea diciéndoles lisa y llanamente que no.

¿Que les da igual? ¿Que van a hacer de todas las maneras lo que les venga en gana? ¿Que son capaces de volver negro lo blanco y afirmar sin pestañear que se sienten respaldados abrumadoramente? Ya. Pero supongo que habrá quien reflexione sobre ello y tome nota de la bajeza intelectual y moral que se requiere para llamar mayoría al 34,8% y para dar saltos de alegría diciendo que el apoyo del 34,8% es una muestra estupenda de lo que quiere el 100%.

He estado leyendo y oyendo cómo pintan los políticos del PSOE y del PP lo sucedido, y cómo son capaces de apoderarse incluso de los votos contrarios, de los blancos y de los nulos, con tal de inflar el único dato que al parecer les importa, que es la participación.

Sólo han conseguido que me arrepienta de haber acudido a votar. Después de madurar lo sucedido, vuelvo sobre mis pasos. Si nada de lo que realmente hagamos o dejemos de hacer les importa, ¿para qué darles satisfacción votando?

Javier Ortiz. Apuntes del natural (21 de febrero de 2005) y El Mundo (23 de febrero de 2005). Hay algunos cambios, pero no son relevantes y hemos publicado aquí la versión del periódico. Subido a "Desde Jamaica" el 25 de noviembre de 2017.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2005/02/21 06:00:00 GMT+1
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2005/02/20 06:00:00 GMT+1

Ese misterio que llamamos gente

He conversado sobre el referéndum de hoy con personas de suerte y condición muy diversas. He comprobado que, teniendo en cuenta argumentos similares a los que me han servido a mí para forjarme un criterio, cabe llegar a conclusiones que no tienen nada que ver, ni entre sí ni con la mía. A partir de preocupaciones y con intenciones parejas a las que yo he explicitado en las últimas semanas, hay quien hoy optará por la abstención, quien votará «no», quien votará en blanco y quien votará «sí». La única opción que nadie me ha argumentado -aunque supongo que no faltará quien lo haga- es el voto nulo.

Me pregunto si esta disparidad no se deberá a que a la hora de hacer una elección política a todos nos influyen sentimientos y querencias que no sacamos a relucir cuando analizamos los asuntos en liza porque ni siquiera somos conscientes del papel que juegan en la determinación final de nuestra actitud. Por ejemplo: me he dado cuenta de que yo siento una especie de inclinación natural hacia la abstención. ¿Será porque me hace sentirme menos comprometido con el sistema? No sé; lo consultaré con mi psicoanalista. (Aunque para ello deberé empezar por tener uno, y no sé si puedo permitirme un dispendio como ése).

El caso es que, del mismo modo que aliento sospechas hacia mí mismo, desconfío de las pulsiones del resto del personal. No sólo no acierto a menudo a atisbar por qué hay gente que vota lo que vota, sino que me temo que ella misma tampoco lo sepa muy bien. Y no me refiero sólo a los sectores más primarios de la población, capaces de dejarse vencer por una sonrisa fascinante, una labia de primera o un aplomo de aires paternales y tranquilizadores, sino también a aquellos que se supone -o que suponen- que están más en el secreto y controlan los arcanos más recónditos de la política.

Examinadas las personas una a una, el comportamiento humano es insondable. Por fortuna, a los que nos dedicamos a estudiar estas cosas nos toca evaluar las tendencias colectivas, que sólo se perfilan una vez que cada acción individual se ve desprovista de lo que tiene de propia e irreductible.

Gracias a lo cual, podemos vernos más o menos a salvo de esa interminable suma de misterios que es la gente.

Javier Ortiz. Apuntes del natural (20 de febrero de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 25 de noviembre de 2017.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2005/02/20 06:00:00 GMT+1
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2005/02/19 06:00:00 GMT+1

Las dos Españas

Ya se sabe que hay dos Españas para todo, y no sólo las de Machado. Por haber, hay incluso las dos Españas del «¡Viva España!» y el «¡Abajo España!», y la España de quienes se la toman muy a pecho y la de quienes se limitan a constatar distraídamente que nacieron en ella porque sus padres pasaban por allí.

Hoy tomo prestada a Felipe González su gracieta y reparo en la existencia de una España pública y otra España publicada.

Según me he levantado de la cama y he ingerido el café correspondiente, me he puesto a ojear la Prensa del día. Todos los periódicos importantes (y la práctica totalidad de los de medio pelo en los que he reparado) hacen campaña en pro del sí en el referéndum de mañana. Las cadenas de televisión y de radio tampoco han mostrado ninguna debilidad al respecto, hasta el punto de que en algunas de financiación pública los curritos han llegado a mosquearse y han retirado su firma a determinadas crónicas de subido partidismo inducido.

Cualquier observador poco experto que pasara hoy por estos pagos y tratara de deducir las inclinaciones políticas de la ciudadanía a partir de lo que reflejan los medios de Prensa, concluiría sin vacilar que el «sí» va a arrasar en el referéndum de mañana. Le valdría con mirar el título de los editoriales de los principales periódicos, incluidos los más rivales. «Por el "Sí"», reza el de El País. «Un "Sí" al avance de Europa», reclama el de El Mundo. Y los demás, a su zaga.

Sin embargo, casi todos sospechamos que, pidan lo que pidan los grandes medios de comunicación y los principales partidos políticos, una parte muy sustancial del electorado español va a hacer mañana cualquiera de las dos cosas que le reclaman sin parar que no haga: abstenerse o votar «No». De hecho, el temor principal del establishment español es en este momento que los síes que se depositen en las urnas dentro de escasas horas sean menos numerosos que las abstenciones y los votos negativos.

Tengo amigos muy amigos que se declaran preocupados por esa posibilidad y por el riesgo de que, si el referéndum de mañana se convierte en un fiasco para quienes lo han organizado, España se convierta en un referente del antieuropeismo. Yo les respondo que España ha sido en los últimos años un ejemplo acabado de un europeísmo ignorante, temeroso y, en no poca medida, papanatas. Ignorante, porque defendía la idea de «Europa» como un fetiche, sin conciencia precisa del modelo que en cada momento se estaba siguiendo para promover la construcción europea. Temeroso, porque buscaba el abrigo de «Europa» frente a los peligros del involucionismo franquista, sin darse cuenta de que el franquismo, como tal -no el reaccionarismo ultra, perfectamente viable dentro de la Unión Europea actual-, es ya una mera reliquia del pasado, sin posibilidades de volver a cuajar. Y papanatas, porque piensa en «Europa» como en una especie de nuevo Eldorado, sin asumir que ya no estamos refiriéndonos a la Europa privilegiada de hace unos años sino a una Europa en la que van a cobrar cada vez más peso cuantitativo y cualitativo poblaciones desprovistas de tradición democrática, en las que la barbarie de Bush cuenta con gran predicamento y víctimas de realidades económicas poco estructuradas y muy necesitadas.

La batalla que tenemos planteada no enfrenta a europeístas y antieuropeístas. Esa polémica está ya más que superada. Quienes disputamos ahora somos, de un lado, los partidarios de una Europa dispuesta a caminar hacia metas de más independencia, más poder y más rigor frente a la Gran Potencia que queda, y, del otro, los que se conforman con una Europa light, pusilánime, ensimismada en sus asuntos de aranceles, velos en las escuelas y tipos de interés hipotecario.

Con relación a esa gran disputa, el referéndum español de mañana no es más que una anécdota. Pero conviene ir tomando posiciones. Y que quienes tratan de darnos gato por liebre vean que por lo menos algunos nos hemos dado cuenta de la estafa.

Javier Ortiz. Apuntes del natural (19 de febrero de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 25 de noviembre de 2017.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2005/02/19 06:00:00 GMT+1
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2005/02/18 06:00:00 GMT+1

No votar o votar no

«Hay que votar, y hay que votar sí...». El presidente del Gobierno vuelve una y otra vez sobre ambas consignas cada vez que se dirige a la población en estas horas previas al referéndum sobre el Tratado que establece la llamada «Constitución Europea». Lo mismo hace el máximo dirigente del PP, aunque tal vez con un punto de rotundidad algo menor.

Los dos saben que ambas actitudes ciudadanas -la abstención y el voto negativo- resultan igual de nocivas para su modo de hacer política en el escenario europeo.

Igual de nocivas, aunque cada una a su modo.

La abstención puede llegar por diversas vías. Puede provenir del desinterés por la política, en general. O por la política institucional, más en concreto. O por la política que se hace en la UE, aún más específicamente. También puede ser fruto de la decisión consciente de un sector del electorado, que opta por no responder a una pregunta que considera mal planteada y enmarcada en una campaña tramposa, que finge dar una gran importancia a su opinión en un asunto que, de hecho, ha sido ya decidido sin contar con él.

Si la abstención -en cualquiera de sus formas, imposibles de discernir- alcanza el domingo muy elevadas cotas, los defensores del «Sí» se sentirán desautorizados. Y con razón. ¿Les hará eso ver que se están pasando mucho en la práctica de guisarse y comerse por su cuenta el potaje comunitario? Es una posibilidad. Una posibilidad interesante, dicho sea de paso.

El voto negativo tiene en parte menos fuerza que la abstención, en la medida en que satisface la mitad del deseo de los convocantes del referéndum («Hay que votar»), pero la recupera gracias a su superior valor militante. Es menos equívoco. De registrarse una tasa importante de noes, los dos partidos que se alternan en La Moncloa, y con ellos el continente entero, tendrían que admitir que una estimable parte de la población de por aquí no se pone fácilmente en columna de a dos, marchen.

Dado que el resultado del referéndum del domingo no tiene más fuerza vinculante que la meramente moral -y ésa sólo en la medida en que los gobernantes quieran concedérsela-, huelgan por entero las amenazas catastrofistas que están manejando en estas últimas horas con la obvia intención de intimidar a la ciudadanía. Si las urnas les dan un bofetón, nada se hundirá en los abismos. Sencillamente, tendrán que encajarlo. Y deducir que ya les vale de hacer las cosas así y tomar nota de que su hábito de gobernar para el pueblo -supuestamente para el pueblo- pero sin el pueblo despierta cada vez menos simpatías.

Su problema es que hace ya demasiado tiempo que se han olvidado de que democracia significa gobierno del pueblo. Del pueblo. Esto de que sean unos pocos los que lo deciden todo y sólo se acuerdan de la ciudadanía para pedirle su aplauso final tiene otro nombre, también muy histórico: se llama oligarquía.

Javier Ortiz. Apuntes del natural (18 de febrero de 2005) y El Mundo (19 de febrero de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 25 de noviembre de 2017.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2005/02/18 06:00:00 GMT+1
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2005/02/17 06:00:00 GMT+1

Los muertos

Deberíamos llegar a un gran acuerdo colectivo sobre el uso de los muertos.

No me refiero a la utilización de las víctimas del terrorismo, que sobre eso parece que ya hay consenso -consiste en decir que está muy feo apelar a su desgracia en las contiendas políticas y en no parar de hacerlo-, sino a la invocación de supuestas opiniones o actitudes ejemplares de quienes, habiendo fallecido, no están en condiciones de confirmar o desmentir aquello que se les atribuye.

El humorista satírico francés Pierre Desproges hacía mofa de esa impotencia de los muertos. En uno de sus desternillantes soliloquios, contaba que el gran cantautor Georges Brassens le había telefoneado poco antes de morir para mostrarle su rendida admiración. «Ah, sí claro... Gracias, viejo, a mí también me gustan tus cosas», relataba que le había contestado él. (Por cierto que Desproges también me telefoneó a mí poco antes de fallecer de cáncer para decirme que mis escritos le gustaban tanto que se había apuntado a un máster de lengua española nada más que para estar en condiciones de apreciar más a fondo la belleza de mi prosa. Un verdadero gourmet del periodismo, él.)

De todos modos, la dificultad principal que me plantean algunos muertos no proviene de la imposibilidad en que se encuentran de confirmar las afirmaciones felices que les atribuyo, sino en lo mal visto que está ponerlos de vuelta y media. De mortuis, nisi bene («De los muertos sólo [se diga] lo bueno»), se cuenta que sentenció Quilón, uno de los llamados «siete sabios de Grecia», que no sé por qué dijo eso en latín, con lo farde que le habría quedado en griego.

A mí me importa un bledo hablar mal de los muertos, incluso cuando todavía están calentitos. Hace años, inicié una columna diciendo: «Ha muerto el tenista Vitas Gerulaitis. Era un imbécil». Hubo muy poca gente que apreciara mi sinceridad. Sin embargo, contaba con pruebas concluyentes a mi favor: Gerulaitis había dedicado ímprobos esfuerzos a tratar de demostrar que las mujeres son inferiores a los hombres, en la vida en general y en el tenis en particular. Eso en una época en la que el tenis masculino de alta competición se había convertido en un aburrimiento mortal, pura exhibición de fuerza muscular, mientras el tenis femenino daba gloria verlo.

Algo similar me pasó tras el fallecimiento de Lola Flores, a la que, de todos modos, no insulté: me limité a decir que, más allá de sus gracias, algunas tal vez reales, era la representación acabada de la peor de las Españas.

Os preguntaréis a qué viene todo esto. Pues al hecho de que ayer, según comía en un restaurante de Bilbao leyendo el periódico, me encontré con una columna en la que se decían maravillas de Mario Onaindia (del «gran Onaindia», por citar la cosa literalmente). Yo, que conocí a Onaindia cuando la autora de la columna probablemente ni siquiera había nacido, y eso que ya está entradita en años, puedo afirmar y afirmo que no veo por ningún lado razones para hablar del «gran Onaindia», como no se trate de una descripción física. Lo conocí en 1967, cuando los dos teníamos 19 años y él ya estaba ávido de gloria: me dijo que se iba con la ETA ortodoxa porque, aunque aceptaba que los que nos mostrábamos críticos con ella, más marxistas que nacionalistas, acertábamos, «no teníamos porvenir». De su paso por ETA, pistola checoslovaca en mano, hasta llegar a gran jefe y guía espiritual de la rama llamada de «los poli-milis» en un tiempo en el que esa facción de ETA protagonizó algunos de los atentados más sangrientos e indiscriminados de los que se haya responsabilizado jamás, no hablaría si no fuera porque él, tras abandonar la lucha armada, pasó a acusar de estar «chapoteando en sangre» a gente que en su vida había participado en ninguna acción sangrienta. Acabó en la dirección del PSE-PSOE y trabajó codo con codo con socialistas que todos sabíamos que habían estado metidos hasta el cuello en la turbia historia de los GAL, como luego los tribunales se encargarían de sentenciar.

Joder con el «gran Onaindia».

Y que no me digan que debería callar estas cosas porque él no está para defenderse. Algunos las decíamos ya cuando estaba vivo y hubiera podido defenderse. No lo hizo. Sabía que no expresábamos opiniones: citábamos hechos.

 

RECTIFICACIÓN (Y PETICIÓN DE MIL PERDONES).- En mi columna de ayer, escribí que la población de Almería votó en contra del Estatuto de Autonomía de Andalucía en el referéndum celebrado al efecto el 28 de febrero de 1980. Es falso. Por dos conceptos. Primero, porque lo que se votó en ese referéndum no fue el Estatuto como tal, sino su vía de tramitación. Y segundo, porque lo que sucedió es que la participación de la población almeriense en la votación no alcanzó los mínimos requeridos por la ley, aunque la mayoría de los sufragios emitidos fuera favorable. De modo que es cierto que Almería, como tal entidad territorial, no dio su aprobación al Estatuto en los términos previstos en la ley de referéndum, pero es incierto que la mayoría votara en contra. De haber hecho las comprobaciones de rigor, no habría incurrido en ese error, que lamento sinceramente.

Javier Ortiz. Apuntes del natural (17 de febrero de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 25 de noviembre de 2017.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2005/02/17 06:00:00 GMT+1
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2005/02/16 06:00:00 GMT+1

¿Dónde está la frontera?

¿Tiene el vecino de Almería o de Ceuta tanto derecho a decidir sobre el destino de Euskadi como el ciudadano vasco? ¿Ha de poder éste meter baza en los asuntos que conciernen al porvenir de La Laguna o de Trujillo con la misma autoridad que los nativos de ambas ciudades?

No respondan de inmediato. Permítanme que siga formulando preguntas.

Esta otra, por ejemplo: ¿En razón de qué se ha de conceder voz y voto en las grandes opciones de Galicia al censado en Palma de Mallorca pero no al habitante de Viana do Castelo, mucho más directamente concernido por ellas? O bien: ¿por qué deberá pesar más la opinión que tenga sobre los problemas de la población donostiarra un señor de El Ejido, pongo por caso, que otro de Hendaya, cuya proximidad, física y cultural, y cuyo conocimiento sobre la materia tratada son llamativamente superiores?

Créanme: no hay respuestas sencillas para estas cuestiones.

Prosigamos por la vía antipática: ¿por qué hubo de plegarse la población de Almería, que votó mayoritariamente en contra del Estatuto, y se vio obligada a aceptar incluso que se rectificara la legalidad para sacar adelante un proyecto autonómico que había rechazado, y se jalea en cambio a las autoridades minoritarias de Álava cuando proclaman su disposición a separarse del País Vasco si éste toma rumbos colectivos que no les gustan?

¿La decisión de qué colectividad ha de ser la que se imponga por encima de cualquier otra? ¿Ha de pesar más la voluntad de la población de la UE, considerada en su conjunto, que las de las poblaciones de los estados que la integran? ¿Han de ser éstas las que primen sobre el conjunto europeo, de un lado, y sobre los pueblos sin estado que eventualmente las conformen? O, por decirlo de otro modo: ¿Dónde debe establecerse la frontera de la autodeterminación? ¿En la ciudad? ¿En la comarca? ¿En la provincia? ¿En la región? ¿En la nacionalidad? ¿En la nación? (¿En qué nación? ¿Cómo se sabe qué es una nación?) ¿En la entidad supranacional? ¿En las Naciones Unidas? ¿En el universo entero, considerado como colegio electoral único?

Ninguna de estas preguntas tiene una respuesta unívoca, jurídicamente incontestable, científica. Todas ellas dependen de algo que ningún manual de Derecho internacional podrá fijar más allá de intereses particulares: las relaciones de fuerza.

¿Por qué los países bálticos, o Ucrania, pudieron separarse de Rusia? Porque sus poblaciones decidieron que estaban dispuestas a arriesgar más para separarse que lo que Rusia estaba dispuesta a jugarse para mantenerlas bajo su control. Así de sencillo. Así de terrible.

En España acabaremos haciendo lo que resulte del equilibrio que se establezca -que ojalá se establezca- entre lo que unos reclaman que se haga y lo que otros estén dispuestos a perder para que no. Nada que tenga que ver con derechos.

Javier Ortiz. Apuntes del natural y El Mundo (16 de febrero de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 25 de noviembre de 2017.

Carta al director

En su sección Cartas al Director, "El Mundo" publicó el 18 de febrero de 2005 la carta que reproduzco a continuación. Suele decirse que rectificar es de sabios. A mí no me parece que se trate de un asunto de sabiduría; tan sólo de honradez intelectual.

Sr. Director:

En mi columna del miércoles 16 de febrero escribí que la población de Almería votó en contra del Estatuto de Autonomía de Andalucía en el referéndum celebrado al efecto el 28 de febrero de 1980. Es falso. Por dos conceptos. En primer lugar, porque lo que se votó en ese referéndum no fue el Estatuto como tal, sino su vía de tramitación. Y en segundo, porque lo que sucedió es que la participación de la población almeriense no alcanzó los mínimos requeridos, aunque la mayoría de los sufragios emitidos fuera favorable. De modo que es cierto que Almería, como tal entidad territorial, no dio su aprobación al Estatuto en los términos previstos en la ley de referéndum, pero es incierto que la mayoría votara en contra, como yo escribí. De haber hecho las debidas comprobaciones, no habría incurrido en ese error, que lamento sinceramente.

Javier Ortiz (Correo electrónico)

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2005/02/16 06:00:00 GMT+1
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2005/02/15 06:00:00 GMT+1

Madrid y Madrid

A los que somos de cualquier sitio que no es Madrid pero que figura dentro de los mapas de España nos suele tocar bastante las narices que nos consideren «de provincias». Primero, porque la catalogación «de provincias» tiene un indudable resabio despectivo, como demuestra el adjetivo «provinciano», con el que algunos aluden a lo que, a su juicio, carece del necesario nivel cultural, entendida tal cosa como se quiera. Segundo, porque, en rigor, la ciudad de Madrid forma parte de una comunidad tan provincial -tan uniprovincial- como Santander, Logroño, Oviedo o Murcia, lo que equivale a decir que la ciudadanía madrileña es, en principio, tan provinciana como cualquier otra.

No faltan los procedentes de ciudades y latitudes de más longeva industrialización y más arraigada relación con las gentes del continente europeo que añaden a estas quejas una cierta irritación suplementaria, porque consideran que los usos y costumbres de la capital del Reino son bastante más «provincianos» -menos elegantes y refinados, quieren decir- que los de su lugar de origen. Se trata de una discusión que me apasiona más bien poco, tal vez porque soy natural de San Sebastián, ciudad cuyo arraigado carácter señorial me ha resultado siempre más molesto que ventajoso. (*)

Pero, si el uso de la expresión «de provincias» no da ciertamente prueba de ningún refinamiento, tampoco merece mejor aprecio la manía que tienen bastantes no madrileños de cargar a la población de Madrid con lacras que no le pertenecen. Quien vive en Madrid -sea nacido donde sea- puede identificarse con el centralismo español de más vieja raigambre, desde luego, pero no por el hecho de ser habitante de Madrid. La capitalidad aporta a la gran urbe mesetaria muchas ventajas, pero también muchos inconvenientes. No creo que el balance deje más en el haber que en el debe. Añádase a ello que el llamado «Gobierno de Madrid» apenas incluye madrileños, y que hasta en el Ayuntamiento de Madrid se oyen a veces más acentos seseantes que en los de algunas ciudades sureñas, como sabemos cuantos sobrellevamos con infinita paciencia los nada exultantes espiches diarios de doña Trinidad Jiménez.

Así he pensado desde que en 1976 posé mis reales en la ciudad de Francisco Gómez de Quevedo -pionero en el arte de capar el apellido paterno, tan frecuente en estos tiempos- y así hubiera seguido hasta el final de mis días de no ser porque empiezo a detectar algunos intentos, tan enérgicos como molestos, de elevar los aires capitalinos, de siempre ceñidos modestamente a la inocente chulería castiza y sainetera, a no sé qué altas cumbres de arrogancia y superioridad.

Algo me parece que tiene que ver en este asunto la megalomanía de Alberto (Ruiz) Gallardón.

Hoy he oído en la radio que «Madrid» aporta a «la riqueza nacional» una cantidad superior a la que le correspondería por su población. Daban la noticia transpirando orgullo capitalino por todos los poros. Me he quedado de piedra. ¿Será posible? ¿Ignorarán que «Madrid», como sede que es de la Hacienda del Estado, acoge el domicilio fiscal de un gran número de grandes empresas que cotizan en Madrid pero desarrollan su actividad en el conjunto del territorio, y a veces sólo lateralmente en Madrid? Lo que esas empresas «aportan a la riqueza nacional» no lo aporta «Madrid», sino las plusvalías de millones de ciudadanos y campesinos de tierra aquí y de mar allá. Madrid incluido, por supuesto.

Algo me dice que no tienen suficiente con el nacionalismo español y están tratando de promover un algo así como nacionalismo madrileño. Como aquella pijada de pegata que llevaban hace décadas algunos coches en la que se leía «Español, un orgullo; Madrileño, un título», pero con Juegos Olímpicos en rojo y gualda.

______________

(*) Léese en el Diccionario de la Real Academia Española: «Provinciano. (...) 5. adj. ant. Perteneciente o relativo a cualquiera de las provincias vascongadas, Álava, Vizcaya y Guipúzcoa, y especialmente a esta última. Era u. t. c. s.»

Javier Ortiz. Apuntes del natural (15 de febrero de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 25 de noviembre de 2017.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2005/02/15 06:00:00 GMT+1
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2005/02/14 06:00:00 GMT+1

Vendedores de humo

Los días que estuve la pasada semana en Euskadi me dieron ocasión para charlar más o menos distendidamente con gente a la que se supone informada de lo que se está cocinando en la política vasca por detrás del escaparate. Llegué a algunas conclusiones provisionales. Una es que no parece que nadie tenga todavía nada medianamente concreto entre manos. Otra, que casi todo el mundo espera bastante de los movimientos que se dice que va a hacer la actual dirección del PSE-PSOE con el respaldo de Rodríguez Zapatero.

Demasiado, en mi criterio.

Me cuentan que Patxi López está decidido a seguir «el modelo catalán».

No sé qué tratan de decir con eso. Es obvio que se refieren a que López quiere ir distanciándose del PP, con el que su partido ha venido formando en los últimos años un bloque tan monolítico como hostil a las fuerzas autodeterministas. Pero está por ver en qué consiste ese distanciamiento, en qué medida es posible y adónde le lleva.

La referencia al «modelo catalán» tiene no poco de vaporosa.

Para empezar, y por mucho que quisiera, Patxi López no podría seguir el ejemplo de Maragall liderando un Gobierno que integre al nacionalismo radical y a la izquierda heredera del comunismo ortodoxo. El PSE no tiene ni la personalidad, ni la fuerza política ni la cohesión interna del PSC, EA no es ERC, Batasuna menos, Ezker Batua no se parece gran cosa (por suerte para ella) a Iniciativa per Catalunya y el PNV tampoco está, ni mucho menos, en la crítica situación de Convergència.

O sea que el «modelo catalán» no puede apuntar por ahí. ¿Querrán decir que lo que va a hacer Patxi López es proponer para Euskadi una vía como la que siguen en Cataluña para la reforma estatutaria? No lo sé. Para juzgarlo sería necesario saber que vía están siguiendo en Cataluña para esa reforma. Porque yo no veo que hayan emprendido ninguna. Ni modélica ni no. Han anunciado disposiciones, deseos, voluntades... pero aún no han fijado ni siquiera un plan de trabajo. Sostienen que van a reformar el Estatut con un gran consenso, pero está por ver quién, cuándo y, sobre todo, cómo. No creo que en Euskadi se pueda copiar un modelo cuyo original está por trazarse. Ni se sabe cómo lo van a hacer en Cataluña ni tampoco qué les van a dejar hacer a Maragall y a Piqué sus socios de Madrid.

Lo mismo me equivoco, pero yo veo de momento a demasiada gente vendiendo humo. Tomando intenciones y planes por realidades.

Javier Ortiz. Apuntes del natural (14 de febrero de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 12 de febrero de 2010.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2005/02/14 06:00:00 GMT+1
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2005/02/13 06:00:00 GMT+1

¿Euskadi no necesita mediadores?

Esto va cada día mejor. Hoy ya es noticia que el sacerdote irlandés Alec Reid tuvo contactos hace meses con la dirección de ETA y se ve con Ibarretxe de vez en cuando.

Otro notición: cuando está en el País Vasco francés, Alec Reid suele alojarse en el monasterio de Belloq, en el que residen algunos curas conocidos desde tiempo poco menos que inmemorial por su talante euskaltzale. Y cuando para en el País Vasco español, en un local bilbaino que depende del obispo Blázquez.

Tómense esos mimbres requetepublicados -y algunos hasta filmados, porque Reid fue uno de los muchos personajes entrevistados en La pelota vasca, de Julio Medem- y ya se tiene un telón de fondo para repetir por enésima vez que Euskadi no es Irlanda del Norte.

La repetición podría tener algún sentido si alguien defendiera que las situaciones de Irlanda del Norte y Euskadi son iguales, o muy parecidas. Pero es que nadie lo hace. Hay gente especializada en atribuir a otros lo que jamás han dicho, a partir de lo cual les lanzan toda suerte de requisitorias y admoniciones. Nadie ha pretendido nunca que los conflictos irlandés y vasco sean homologables. Lo único que algunos hemos dicho -y decimos- es que son dos conflictos que han generado situaciones de violencia prolongada. ¿Alguien niega que sea así? ¿Sí? Pues que se explique. ¿No? Pues ya está. Eso era todo.

A partir de ahí, cada cual podrá seguir razonando o dejando de razonar como le dé la gana. Los de mi cuerda pensamos que, cuando hay conflictos como ésos, enconados y con tendencia al enquistamiento, hay que tratar de resolverlos de la manera menos traumática que quepa. Y creemos que para conseguir eso está bien que haya personas como Alec Reid, capaces de mediar y de trasladar eficaz y fielmente los mensajes que reciben de una parte para la otra. Pero lo mismo hay gente que cree que no, que el conflicto vasco puede y debe resolverse mediante la aniquilación de la izquierda abertzale.

Pues allá ella. Pero, si eso es lo que cree, que lo diga tal cual. Que proclame que, en su criterio, aquí no se necesita gente que medie, porque el Estado español va a triunfar definitivamente gracias al uso intensivo del palo y la cárcel. Y que explique por qué está tan segura de conseguir ahora lo que sus amigos del PP no lograron cuando llegaron en 1996 al Gobierno de España y prometieron resolver en cinco o seis años como máximo.

Que se deje ya de rollos sobre cómo son de diferentes Irlanda del Norte y Euskadi, por más que el reverendo Ian Pasley y Jaime Mayor Oreja parezcan primos carnales. Que no mareen más.

Todos sabemos cuál es el problema de esa gente: que en realidad no quiere que Euskadi se pacifique porque no sabría cómo encarar en el terreno estrictamente político los muchos conflictos de fondo que la violencia pervierte.

Javier Ortiz. Apuntes del natural (13 de febrero de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 25 de noviembre de 2017.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2005/02/13 06:00:00 GMT+1
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2005/02/12 06:00:00 GMT+1

Alimenta infundios, que algo queda

Podría estar dispuesto a reconocer que la juez francesa Laurence Le Vert, que me merece una confianza limitada, como la que siento por todos los jueces que asumen jurisdicciones especiales -excepción hecha de Baltasar Garzón, que no me merece ninguna, porque lo conozco bien-, tal vez cumplió con su deber cuando hizo llegar una comisión rogatoria a la Audiencia Nacional para que se tomara declaración a Juan José Agirre, venerable monje benedictino de Lazkao. Al parecer, las leyes francesas reclaman que, si el nombre de alguien aparece en el curso de la investigación de las actividades de un presunto delincuente y no queda claro a cuento de qué, se le pida que aclare qué relación tiene con el investigado. Por lo visto, en la casa de Antza apareció un paquete en el que figuraba que era para el padre Agirre. El paquete contenía panfletos y la juez Le Vert pidió que se le preguntara al benedictino de Lazkao qué sabía de eso.

Objeciones que me veo obligado a formular a partir de lo anterior: si la juez Le Vert estuviera informada -o, alternativamente, si se hubiera molestado en informarse-, sabría que Juan José Agirre, archivero de profesión y de vocación, mantiene actualizado desde hace muchísimos años un impresionante archivo sobre la política vasca, que incluye todo tipo de publicaciones, folletos, octavillas y hasta pegatinas, legales e ilegales, que le han ido siendo y le siguen siendo proporcionadas por cientos, si es que no miles de personas que saben del valor histórico-documental de ese archivo. Decenas de organizaciones, desde la Asociación de Víctimas del Terrorismo a ETA, hacen llegar al benedictino de Lazkao todo lo que publican. También Albizu.

La Vert no lo sabía. No está muy informada. Pero podía haber pedido a la Audiencia Nacional que lo averiguara, y la Audiencia -Garzón, en este caso-, en razón de la edad y la dignidad de la persona concernida, podía haberse tomado el trabajo de hacer las averiguaciones de manera discreta. Nanay. Envíó a la Guardia Civil y, acto seguido, filtró la noticia a la Prensa, no fuera a ser que pasara desapercibido este capítulo de su ejemplar trayectoria justiciera.

¿Y qué hizo la Prensa con sede en la capital del Reino? Mantener durante horas flotando en el aire titulares ambiguos que alimentaban la idea de que los curas vascos, en fin, ya se sabe cómo son, vete a saber, cualquier cosa. Todavía los periódicos de hoy, que cerraron sus ediciones cuando ya se sabía de sobra la verdad, alientan esa ambigüedad, con fotos en las que se ve al cura Agirre charlando con gente de la izquierda abertzale. Fueron a visitarle personas de todo tipo, pero la foto que tenían que sacar -y han sacado- era la del cura Agirre saludado por Permach.

Hace 15 días me topé en un bar de Bilbao con Permach y charlamos durante unos minutos. Qué suerte tengo de que no estuviera cerca ningún fotógrafo. (De Prensa, quiero decir. Del Cesid supongo que habría incluso dos, inmortalizando el encuentro.)

Javier Ortiz. Apuntes del natural (12 de febrero de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 25 de noviembre de 2017.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2005/02/12 06:00:00 GMT+1
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