2005/10/17 06:00:00 GMT+2
El episodio de ópera bufa protagonizado por Maragall con la amagada y nonata reorganización de su Govern, que ha logrado la unanimidad de los tres partidos que lo condujeron a la Presidencia de la Generalitat -¡los tres le han vuelto la espalda!-, ilustra muy bien acerca de una realidad sobre la que vengo insistiendo desde hace años, porque me parece crucial: el bajísimo nivel de nuestra clase política.
No me refiero en esta ocasión a su incultura general y a su espantosa verborrea -de eso ya he escrito en muchas otras ocasiones, y me tocará seguir haciéndolo, supongo-, sino a su carencia de la virtud que más conviene al oficio que practican: la inteligencia.
Por decirlo sin demasiados ambages: parecen tontos.
Por cada uno que sale con algunas luces, hay cincuenta tarugos.
Lo de Maragall podría tenerse por antológico. En vista de que pasa por un momento dificilísimo, con los medios de comunicación más influyentes oscilando entre la crítica inmisericorde y la descalificación a perpetuidad, habida cuenta de que, por no tener a favor, no cuenta ni con su propio partido -o lo que sea-, va y aprovecha para postular una remodelación de su Gobierno; una remodelación que nadie pedía y cuyo rasgo distintivo más original era la pretensión de convertir en conseller a su propio hermano.
He dicho que lo de Maragall podría considerarse antológico. Podría, pero mejor será no hacerlo, porque la torpeza del president resulta cualquier cosa menos excepcional. Al contrario. Se ha atenido a una norma que parece de obligado cumplimiento en la política española: liarlo todo al máximo, no vaya a ser que tenga solución.
Ayer oí en la radio unas declaraciones de Rodríguez Zapatero -otro fénix de los ingenios- que me sugirieron la misma melancólica pregunta: ¿por qué no se estará callado este hombre? ¿Tan imposible le resulta la discreción? ¿Tan difícil le es hacer algo más y parlotear algo menos? Volvió a dar la murga diciendo que está dispuesto a dialogar con ETA si la organización armada anuncia su voluntad de desarmarse. Con lo cual ya ha conseguido que el ejército mediático de la España eterna se movilice de nuevo contra la posibilidad de un diálogo con ETA. ¡Jamás algo tan inexistente había logrado suscitar tanta hostilidad!
Son torpes para todo. Para lo grande y para lo pequeño. Todavía se mantiene en los medios vitivinícolas el cabreo contra el ministro de Exteriores, Moratinos, que tuvo el detallazo de declarar públicamente y sin venir a cuento que a él, donde esté un buen vino de Burdeos, que le dejen de riojas o riberas del Duero. ¡Menos mal que lo suyo es la diplomacia!
Manca finezza (*), dijo Giulio Andreotti -corrupto pero no tonto- hablando de la vida política española. Y por aquí alguien le respondió: «¡Menos finura y más honestidad!». A lo que cabría replicar dos cosas. La primera, que no es buena cosa dejarse arrastrar por la molicie de la Academia y confundir la honradez con la honestidad. Y la segunda, que la política española ha demostrado de sobra que es muy sencillo carecer simultáneamente de finura y de honradez, todo en las mismas piezas.
(*) «Falta finura», o quizá mejor: «Falta sutileza».
Javier Ortiz. Apuntes del natural (17 de octubre de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 15 de octubre de 2017.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2005/10/17 06:00:00 GMT+2
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2005/10/16 06:00:00 GMT+2
Lo cantaba Jacques Brel sobre la tumba de su difunto amigo Jojo en una de sus últimas canciones, casi póstuma (ya sólo le quedaba un pulmón, y apenas): «Los dos sabemos que el mundo sestea por falta de imprudencia.» (*)
No reivindicaba el atolondramiento ni la irreflexión. No iba de eso. Defendía la valentía, el atrevimiento. Volvía al viejo lema de su semitocayo Danton: «¡Audacia, más audacia, siempre audacia!».
Claro que Danton no era versallesco. Más bien todo lo contrario.
En nuestro actual confortable mundo occidental, la audacia es tenida por defecto. No se estila. Hasta sus mayores extremos: está feo incluso atreverse a pensar. Cuanto más pusilánime sea el pensamiento, tanto mejor.
Este pasado fin de semana ha resultado buena muestra de ello. La simple sospecha de que los jefes de Estado y Gobierno reunidos en Salamanca pudieran acordar un par de resoluciones un poquitín atrevidas, algo incordiantes para la superpotencia con sede en Washington, hizo que saltaran todas las alarmas. ¡Pero, bueno, adónde quiere ir a parar este Zapatero!
La política internacional apesta a prudencia babosa por los cuatro costados.
No me asquearía si quienes se echaron las manos a la cabeza ante los rumores salmantinos lo hicieran porque consideran que es falso que el Gobierno estadounidense tenga sometida a Cuba a ningún bloqueo. O porque sostengan que no hay que extraditar a los terroristas, siempre que sean culpables de matanzas políticamente correctas. Si defendieran eso, serían muchas cosas, pero no hipócritas. Lo que me subleva es que la mayoría de ellos, interpelados sobre los asuntos en cuestión, admiten sin problemas que el bloqueo contra el pueblo de Cuba -porque es el pueblo quien lo sufre- es injusto, y que tampoco cabe aprobar que Bush dé cobijo a asesinos. Pero lo opinan «a título particular». A cambio, les parece «irresponsable» que lo haga un Ejecutivo hecho y derecho.
«Tanto más tratándose de un Gobierno que ya ha tenido anteriores problemas con Washington», añaden. «¿Por culpa de quién?», les preguntas. Y tuercen el gesto. No, no es tampoco que aprueben la intervención anglo norteamericana en Irak. Lo que desaprueban es la acumulación de «imprudencias».
Son los mismos realpolitiqueros que han aplaudido la política de Zapatero sobre (contra) los inmigrantes de Ceuta y Melilla, pese a admitir, así sea con la boca pequeña, que está suponiendo una flagrante violación de los derechos humanos de los afectados y de la propia legislación española. ¡Injusto, pero prudente!
Se alarman sin motivo. Ya se trate del Estatut, de las invasiones de Washington o de la barbarie de Mohamed VI, Zapatero siempre acaba manteniéndose en el redil y portándose como un chico de orden. Porque puede que a veces resulte un poco atolondrado, pero audaz, realmente audaz, nunca.
(*) «Nous savons tous les deux / Que le monde sommeille / Par manque d'imprudence.» He dudado a la hora de traducir el verbo «sommeiller», que significa dormir con sueño ligero, dormitar. Pero se trata de un poema, y al final me he inclinado más por la idea que por la literalidad.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (16 de octubre de 2005) y El Mundo (17 de octubre de 2005), salvo la nota sobre la canción, la cual fue únicamente publicada con el apunte. Hemos publicado aquí la versión del periódico. Subido a "Desde Jamaica" el 15 de octubre de 2017.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2005/10/16 06:00:00 GMT+2
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2005/10/15 06:00:00 GMT+2
Lo pongo en plan de preguntas y respuestas, como modo de responder colectivamente al numeroso correo que he recibido tras anunciar la aparición del libro titulado «Xabier Arzalluz. Así fue».
Pregunta.- ¿Puede ir cualquiera al acto de presentación del libro en Barcelona?
Respuesta.- Se realiza en un espacio que pertenece a la Universidad, que imagino que tendrá algunas limitaciones, así sean de aforo. Supongo igualmente que, dada la presencia de Arzalluz y de Carod-Rovira -dos personas que no suscitan un entusiasmo unánime en algunos sectores, por así decirlo-, se tomarán algunas medidas de seguridad. Fuera de esto, sí, puede acudir cualquiera que esté interesado en oírnos.
A mí me gustaría ver y saludar a los más veteranos visitantes catalanes de esta página web, aunque, por desgracia, si van no podré hacerles el caso que se merecen, porque estaré apenas unas horas en Barcelona y el programa que me han preparado no deja apenas huecos.
Pregunta.- ¿Cuándo y dónde será la presentación del libro en Madrid?
Respuesta.- Será el 10 de noviembre a última hora de la tarde, sobre las 19:30 o las 20:00. Informaré aquí con tiempo de la hora exacta y el lugar.
Pregunta.- ¿Cómo has conseguido juntar para el acto de presentación del libro en Madrid a dos personajes tan distintos como Julio Anguita y Arzalluz?
Respuesta.- No ha sido difícil. Miento: ha sido difícil convencer a Arzalluz de que viajara a Madrid, cosa que no le apetecía nada. Pero, una vez vencida esa natural resistencia, el resto no ha planteado ningún problema. Arzalluz tiene un sincero aprecio por Julio Anguita. De hecho, afirma en el libro que, si él hubiera vivido en Madrid, habría votado sin ninguna duda a la Izquierda Unida de Julio Anguita. Supongo que es uno de los muchos aspectos del libro que sorprenderán a bastante gente.
El ex presidente del PNV habla también con respeto de Madrazo y Ezker Batua. Las personas no siempre son unidimensionales. Por fortuna.
Pregunta.- ¿Va a haber una "prepublicación" del libro en la Prensa escrita?
Respuesta.- No es mi negociado, pero creo que sí. Parece que el grupo Zeta, a través de El Periódico, en sus diversas ediciones -no sólo la de Cataluña-, va a hacerse amplio eco este fin de semana de la aparición del libro. Me dicen que también la revista Tiempo, que pertenece igualmente al grupo Zeta, publicará algo. Veremos. Sé que no ha sido posible hacer nada con la prensa diaria con sede en Madrid porque Arzalluz no quería tratos con El Mundo, de modo que ni se iniciaron, y porque El País, tras haber mostrado al principio un vivísimo interés por el libro, por obvias razones periodísticas, se echó en el último momento para atrás «por órdenes de arriba», según se nos comunicó. (Una decisión que me causó cualquier cosa menos extrañeza, conociéndome el paño, dicho sea de paso.) Con ABC y La Razón ni lo intentamos, por razones no menos obvias.
Supongo que EITB hará algo, pero de momento no sé qué.
Pregunta.- ¿Habrá presentación del libro en Euskadi?
Respuesta.- Doy por hecho que sí, pero eso lo hemos dejado en manos del equipo de trabajo del propio Arzalluz, que tiene muchas más claves que Ediciones Foca para decidir cómo, cuándo, dónde, cuántas veces y con quién hacerlo. Digo lo mismo de antes: en cuanto sepa algo, lo contaré aquí.
Pregunta.- Tú hablas de «el libro de Arzalluz». Alguna gente próxima a Arzalluz habla de «el libro de Ortiz». ¿Por qué?
Respuesta.- Aunque parezca de coña, estamos ante el choque -amigable, eso sí- no sé si entre dos modestias o entre dos soberbias. Digamos que entre dos pruritos.
Arzalluz ha revisado el texto del libro; ha corregido, quitado y puesto todo lo que ha querido y, en consecuencia, lo reconoce como propio. Pero dice -y tiene razón- que todo eso ha salido de su boca, no de su pluma, salvo algunos párrafos. Que quien en último término ha escrito casi todo el libro he sido yo. Por eso sostiene que, en realidad, el libro es mío. De hecho, no quiso que lo tituláramos Memorias, y razonó su oposición: «Las memorias de uno se las trabaja y las escribe uno mismo. Esto no ha sido así.»
En cuanto a mí, me niego a atribuirme la autoría de un libro que no da cuenta de mis propias ideas, sino de las de otra persona. He hecho de transcriptor de lo que me contó él. De amanuense, que se decía antes. Lo habré hecho con más o menos acierto, pero es él quien relata y opina; no yo (salvando, claro está, el prólogo y las notas a pie de página, que sí son de mi exclusiva responsabilidad).
No se trata de ninguna pijotería. De haber concebido este trabajo como una obra mía, habría actuado como lo hice en mi libro Ibarretxe: entrevistando a las personas aludidas por él, reconstruyendo los hechos que menciona, aportando mis propias valoraciones... En Así fue no hay nada de eso: lo que aparece es lo que cuenta Arzalluz, y aparece tal como lo ve Arzalluz.
Concebí de ese modo la obra porque me pareció que era así como tenía un mayor interés social. Mis opiniones sobre lo que cuenta y sobre cómo lo ve quedan al margen.
Arzalluz no es ágrafo, ni mucho menos. Escribe bastante, y lo hace bien. De haber querido escribir sus memorias, lo habría hecho.
Yo, por mi parte, no carezco de opinión sobre los muchos sucesos mencionados en el libro. No pocos los he vivido en primera persona, incluso. De haber querido contarlos a mi modo y valorarlos conforme a mi criterio, lo habría hecho.
De manera que ambos tenemos razón cuando atribuimos la autoría del libro al otro.
Habrá quien se sorprenda de que haya dos personas aparentemente empeñadas en quitarse importancia. Pero no se trata de eso. De hecho, estoy seguro de que quienes nos conocen -sea al uno, sea al otro, sea a los dos- lo entenderán perfectamente.
En cualquier caso, nosotros nos entendemos. Y, a estos efectos, es lo más importante.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (15 de octubre de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 13 de octubre de 2017.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2005/10/15 06:00:00 GMT+2
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2005/10/14 06:00:00 GMT+2
«No discutiré sobre palabras, siempre que se aclare qué significan», escribió René Descartes.
Tal como se está desarrollando el debate sobre el proyecto de nuevo Estatuto catalán, se diría que para muchos lo más importante es que en su prólogo se emplee o no se emplee el término «nación» para referirse a Cataluña, y no los derechos que el texto estatutario atribuye o niega al pueblo catalán y a sus instituciones representativas. De hecho, hubo un momento en el que llegué a pensar que la discusión sobre el uso de la palabra de marras no era más que una añagaza destinada a desviar la atención de la opinión pública y evitar que el debate se centrara en lo material y sustantivo, que es lo que concreta en el articulado. Pero no. Según los nacionalistas españoles han ido insistiendo más y más en sus posiciones, me he rendido a la evidencia de que lo que defienden es realmente una cuestión de principio: entienden que, si se avinieran a que Cataluña fuera definida como nación, estarían aceptando que se privara al Estado de su patria potestad sobre el pueblo catalán. Dicho sea en los dos sentidos de la palabra patria: permitirían que el hijo díscolo se emancipara legalmente.
Lo que me llama más la atención es la tenacidad con la que se aferran al artículo 2º de la Constitución. Recuerdo su redacción: «La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas».
Es una chapuza de aquí te espero, sólo comprensible por el juego de equilibrios político-semánticos que sus redactores se creyeron obligados a hacer (*).
En primer lugar, la Nación española podrá ser muchas cosas, pero no indivisible. A no ser que naciera en 1978. Es un hecho que escasos años antes de aprobarse la Constitución hubo diversos territorios considerados hasta entonces parte indivisible de la indisoluble unidad, etc., que se separaron de la Nación española para constituir un Estado independiente (Guinea Ecuatorial) o una zona en indivisible e indisoluble conflicto (el Sahara Occidental). Ahora cada cual podrá opinar de aquello lo que le venga en gana, pero hace medio siglo a nosotros se nos enseñó que Fernando Poo y Río Muni eran «tan españolas como Burgos», y que se anduviera con ojo quien dijera lo contrario. Igualito que ahora con Ceuta y Melilla.
A lo largo de los siglos, España no ha parado de perder territorios sujetos a su soberanía. No sólo en África, América y Asia, sino incluso dentro de la propia península. ¿De cuándo data la Nación española? ¿Es mejor dejar la cosa para después de la batalla de Ourique, que suele tenerse en Portugal por origen de su independencia? ¿O la Nación española ya existía antes, sólo que divisible?
Todavía más chapucera es la referencia que el artículo 2º de la Constitución hace a «las nacionalidades y regiones» que, según ella, integran la Nación española. ¿Cómo se puede hacer semejante afirmación y no precisar en ningún lado qué y quién es una «nacionalidad», qué y quién es una «región», en virtud de qué se distinguen las unas de las otras y qué efectos tiene recibir una u otra categorización constitucional?
Esas precisiones, en rigor imprescindibles, quedaron sin hacerse. No sólo porque los constituyentes no quisieron meterse en el lío de excluir a determinadas zonas de la categoría de nacionalidad, sino, sobre todo, porque se hubieran visto en la necesidad de ingeniárselas para establecer una definición de «nacionalidad» que no remitiera directamente a la de nación. Se las hubieran visto y deseado.
Seamos sinceros: el artículo 2º de la Constitución fue tan sólo un apaño que los diputados de las primeras Cortes hicieron en su momento para no enfadar demasiado a nadie, aunque fuera a costa de no afirmar nada medianamente serio. Apoyarse ahora en él, cual quintaesencia de la realidad española de 2005, para negar a la ciudadanía catalana el derecho a definirse como se siente no pasa de ser una forma de disimular de manera hipócrita lo que realmente se trata de decir: «No lo vais a hacer porque a mí no me da la real gana, y porque el que tiene las armas tiene el poder». Porque es eso.
(*) La Constitución Española contiene incongruencias a porrillo. Una que no he oído citar, y que podría cobrar actualidad tal como están las cosas, es la que establece el art. 139.1, que figura precisamente en el Título VIII («De la organización territorial del Estado») y que dice: «Todos los españoles tienen los mismos derechos y obligaciones en cualquier parte del territorio del Estado». Apoyándose en tan rotundo artículo de la Constitución, los funcionarios afincados en Cataluña o Euskadi que desconocen la lengua propia de la comunidad autónoma correspondiente podrían negarse a usarla, puesto que eso les impone una obligación de la que carecen los funcionarios asentados en otras partes del territorio del Estado. Pero, también en virtud del mismo campanudo artículo, si se admite que un vasco o un catalán tienen derecho a expresarse en euskara o catalán en sus relaciones con la Administración vasca o catalana, ¿quién les podrá negar el derecho a hacerlo también con la Administración de Extremadura, de Andalucía o de Melilla? ¡Sus derechos son los mismos en cualquier parte del territorio del Estado! Bien, pues probad a entrar en un cuartelillo de la Guardia Civil de Almería a hacer una denuncia en euskara. Mejor será que no llevéis un ejemplar de la Constitución en la mano. Más que nada para que no os peguen con él.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (14 de octubre de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 13 de octubre de 2017.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2005/10/14 06:00:00 GMT+2
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2005/10/13 06:00:00 GMT+2
La experiencia demuestra que no hay derechista más brutal y desinhibido que el ex izquierdista. Así como la gente de derechas «de toda la vida» suele tener un cierto sentido de la contención -no necesariamente mucho: algo-, lo más frecuente es que la procedente de las filas de la izquierda radical carezca por completo de sentido de la medida. No sabe ser de derechas, sin más; tiene que ser de extrema derecha.
Algunos sostienen que esto se debe a que son personas que se limitan a cambiar un autoritarismo por otro. Según esta tesis, los individuos en cuestión pueden pasar con cierta facilidad de la izquierda más furibunda a la derecha más furibunda porque lo que les va, en el fondo, es ser furibundos.
Es ésta una explicación que puede tener cierta validez en determinados casos, pero que, en mi criterio, no apunta al meollo del asunto. La prueba de ello la tenemos en que fenómenos casi idénticos son detectables en otros campos ideológicos, distintos y distantes del binomio izquierda / derecha. Por ejemplo, en el del nacionalismo vasco. Todos conocemos un buen puñado de individuos que fueron en su juventud nacionalistas radicales vascos, incluso de los de pistola en mano, y que han acabado entregados al españolismo más crispado y más militante.
Según lo veo yo, lo que se produce en casi todos estos casos de metamorfosis ideológica aguda es un proceso de pérdida galopante de los escrúpulos, ligada al afán por desprenderse de la manera más rápida, más definitiva y más visible de las viejas señas de identidad ideológica, para lograr así una mejor acogida -y casi siempre también una mejor colocación- en el nuevo bando.
Algo de esto se trasluce también en aquellas personas que han realizado otra peregrinación, profesional de apariencia, pero de trasfondo no menos ideológico. Me refiero a quienes han pasado del mundo de las leyes al de la política. De la judicatura de campanillas a la política en el poder, quiero decir. El caso de Garzón fue casi de opereta: pasó de pretender el encarcelamiento de Felipe González en tanto que jefe de una banda de delincuentes a acompañarlo en su lista electoral como si tal cosa, feliz y contento. Juan Alberto Belloch fue otro del género.
Pero no he empezado a escribir estas líneas pensando en Garzón y Belloch, sino en los protagonistas gubernamentales de todo el patético asunto de los inmigrantes sin papeles de Ceuta y Melilla. Estaba considerando el caso del ministro del Interior, José Antonio Alonso, que es magistrado y que fue portavoz de Jueces para la Democracia, y también el de los dos altos cargos que han hecho equipo con él en este patético asunto: María Teresa Fernández de la Vega y Juan Fernando López Aguilar, dos personas de sólidos conocimientos jurídicos (especialmente este último, que es catedrático de Derecho Constitucional). No se trata de tres Corcueras expertos en tirar a patadas por la calle de en medio, sino de tres juristas que tienen por fuerza que saber de sobra lo que han hecho. Que no pueden ignorar que han cometido auténticas barbaridades y que han violado derechos fundamentales de las personas. Y que no han dado ninguna muestra de que les incomodara hacerlo.
Decía al inicio que no hay peor derechista que el izquierdista renegado. Añadiré que, del mismo modo, no hay más peligroso burlador de la ley que el jurista que se ha desprendido de los escrúpulos para subir más ligero a la cumbre del poder.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (13 de octubre de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 13 de octubre de 2017.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2005/10/13 06:00:00 GMT+2
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2005/10/12 06:00:00 GMT+2
Un tipo de personaje que frecuenta cada vez más nuestra actualidad política es el del supuesto experto en una determinada materia que expresa opiniones políticas presentándolas como juicios científico-técnicos inapelables.
Ahora abundan, por ejemplo, los que sostienen con aire muy docto que Cataluña no puede definirse como nación porque no reúne las características necesarias. Si dijeran que no puede hacerlo porque la Constitución no lo permite, estaríamos en otra discusión, que remitiría al encaje posible o imposible de la idea -tan cara a ciertos federalistas- de la «nación de naciones», o incluso a la pertinencia o no de la reforma de la Constitución. Pero plantear el asunto como una cuestión doctoral es absurdo. Cualquiera que eche una ojeada a las definiciones de nación puestas en circulación por los especialistas en la materia comprobará al punto que las hay muy diversas, e incluso incompatibles. La Academia Española registra tres acepciones para el término «nación», y las tres son aplicables a Cataluña. El término latino natio servía a los romanos para designar realidades sociales muy diversas: pueblos, clases, castas, sectas... En esa línea hablan en EE.UU. de «la nación india», y a nadie se le caen los anillos.
Fingen discutir la validez de un término para eludir el debate sobre su concepción del Estado.
Del mismo género son las críticas que están dirigiendo al proyecto de Estatut algunos que aparecen como expertos en economía. Dicen que podría «fragmentar el sistema financiero español». O sea: los mismos que se quedan tan anchos cuando toman posiciones en España poderosas entidades financieras foráneas, o cuando corporaciones financieras españolas hacen arriesgadas incursiones por lejanos pagos, los mismos que aplaudieron cuando España realizó muy sustanciales cesiones de soberanía en beneficio de poderes supraestatales incontrolables, se echan las manos a la cabeza ante la posibilidad de que las fuerzas políticas de Cataluña puedan tener algo más de influencia en las cajas de ahorro y las mutualidades asentadas en su territorio. Y lo hacen como si la suya fuera una intervención técnica, sin ninguna motivación política.
Resultan cómicos estos «técnicos» que se asoman a los medios para poner en circulación mercancías perfectamente políticas con aire de haberlas obtenido en un laboratorio, tras analizar la realidad con asépticas e incontaminadas fórmulas científicas. Son como los jefes del Fondo Monetario Internacional, que todos los años pretenden haber realizado un detallado y muy específico análisis de la coyuntura económica mundial pero que siempre, siempre, acaban recomendando lo mismo: reducir los salarios y recortar aún más el Estado de Bienestar.
Los dirigentes de los partidos de derechas deberían denunciar a todos estos «técnicos» por intrusismo profesional.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (12 de octubre de 2005) y El Mundo (13 de octubre 2005). Hemos publicado aquí la versión del periódico. Subido a "Desde Jamaica" el 12 de octubre de 2017.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2005/10/12 06:00:00 GMT+2
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2005/10/11 06:00:00 GMT+2
Han sido dos largos años de trabajo bastante intenso, pero el resultado estará ya en la calle, por fin, el 18 de este mes. Son las memorias de Xabier Arzalluz y, para mí, el trabajo más importante que he realizado hasta ahora en el campo de la edición. El libro se presentará el próximo 20 de octubre en Barcelona con la colaboración de Josep-Lluís Carod-Rovira, de Antoni Segura -segundo de a bordo del Centro de Estudios Internacionales de la Universidad de Barcelona- y del propio Arzalluz.
La presentación en Madrid será el 10 de noviembre. En este caso les tocará a Julio Anguita y a Iñaki Anasagasti flanquear a Arzalluz.
Califico el libro, en el prólogo, de memorias orales, porque eso es lo que son. Arzalluz no quería escribir sus memorias. No le apasionaba lo más mínimo la idea. Es de los que piensan que los libros de memorias responden al deseo de quienes los escriben de justificar su propia biografía. Así que fuimos otros -en particular el lehendakari Ibarretxe e Iñaki Anasagasti, aparte de mí mismo- quienes le dimos la murga para persuadirle de que tenía la obligación cívica de contar lo mucho que ha vivido a lo largo de su vida política y cómo lo ha vivido (hasta la fecha, porque aún le queda cuerda).
Le convencimos a medias. Aceptó relatarlo, pero no escribirlo. De modo que hube de asumir yo la función de transcriptor. Tuvimos muchas y muy largas sesiones de entrevistas en las que fue desgranando sus recuerdos (sobre todo los referidos a su actividad política: apenas habló de su vida privada, por voluntad expresa).
Me tocó luego a mí poner todo ese material en limpio. Y a él revisarlo y corregirlo.
No soy yo quién para juzgar el resultado, por lo que me implica en tanto que editor (no así en lo relativo a su contenido, que sólo concierne al propio Arzalluz). Los lectores dirán. Lo que sí he de reconocer es la satisfacción que me produce haber logrado que se materialice un testimonio histórico que, de no ser por este libro, es muy dudoso que hubiera visto la luz.
Calculando por la extensión de las grabaciones digitales de las entrevistas, pasamos juntos unas cien horas. Quiere esto decir que, para estas alturas, algo me conozco al personaje. No sólo por lo que aparece relatado en el libro, sino también por las muchas observaciones, juicios críticos y anécdotas que me fue contando off the record durante todo ese tiempo. Pero ni me he aprovechado durante estos dos años ni me aprovecharé ahora de ello para emitir juicios de experto. Me comprometí con Arzalluz desde el principio a no utilizar con fines periodísticos coyunturales nada de lo que saliera en nuestras entrevistas, y he respetado ese compromiso fielmente, pese a que en más de una ocasión -téngase en cuenta que bastantes de nuestros encuentros tuvieron lugar durante un período de intensa actividad política, externa e interna, de quien era por entonces presidente del PNV- me habría venido muy bien, en tanto que periodista, saltármelo a la torera. Lo cual no quita, por supuesto, para que me haya beneficiado indirectamente de sus conocimientos para ampliar y enriquecer los míos.
Este punto de los compromisos y la palabra dada me viene al pelo para subrayar un aspecto para mí notable que ha tenido cuanto se ha relacionado con este libro. Me refiero al hecho de que Arzalluz y yo hemos funcionado todo el tiempo sin firmar ni un solo papel. Ningún contrato. Cuando le ofrecí la posibilidad, me preguntó: «¿A ti te hace falta mi firma?». «Para nada», le contesté. «Pues a mí tampoco la tuya», dijo, y quedó zanjada la cuestión. Consideramos que nuestros compromisos orales eran más que suficientes. «Palabra de vasco», dicen en Sudamérica para referirse a lo que los británicos llaman gentleman`s agreement. Sé que cierto tiempo después se le presentó la enviada de una editorial de alto copete ofreciéndole no sé cuánto -bueno, sí lo sé, pero me lo callo- por dejarme en la estacada y hacer el libro para ellos. Se negó en redondo, pese a saber que yo iba a contribuir con él a cualquier cosa menos a hacerlo rico. Pero nuestro acuerdo no era económico: abarcaba el compromiso de que lo que saliera finalmente de la imprenta sería en todo caso lo que él quisiera y como él lo quisiera. Y era eso lo que más le importaba.
Ahora nos toca hacer algunas presentaciones públicas -imagino que tras las de Barcelona y Madrid habrá alguna en Euskadi-... Y luego, pues a otra cosa.
Espero seguir viéndolo de vez en cuando. Será, me imagino, con mesa y mantel de por medio, porque conserva intactas sus facultades cuando se trata de dar cuenta de unas pochas, o de una merluza en salsa, o de una pierna de cordero. Seguiremos discutiendo de política -para mí que él me toma por más izquierdista de lo que realmente soy- y conviniendo, eso sí, en que el mundo no tiene arreglo.
Ha sido una experiencia interesante.
"Qué, ¿tienes ya en mente algún otro al que sacarle ahora los recuerdos?" me dijo en uno de nuestros últimos encuentros, en plan socarrón.
"No, ya me vale" -le respondí, siguiéndole la broma-. Como mucho, me dedicaría a escribir mis propios recuerdos. Pero no creo que lo haga. No les veo el interés.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (11 de octubre de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 11 de octubre de 2009.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2005/10/11 06:00:00 GMT+2
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2005/10/10 07:00:00 GMT+2
Es terrible la implícita anuencia que ha mostrado la ciudadanía española ante la decisión del Gobierno de Zapatero de desproveer a los inmigrantes llegados a Ceuta y Melilla de cualquier garantía jurídica y de expulsarlos a Marruecos para que las autoridades de Rabat hagan con ellos lo que les plazca. (Y ya hemos visto lo que les place.)
Me duele que sea así, pero no me sorprende. Sé que la presunta solidaridad de la ciudadanía española hacia las desgracias ajenas es un mito. Lo que aquí funciona bastante bien es la caridad. Se estila dar de vez en cuando alguna limosna para los pobres, al modo del Domund, pero siempre que se trate de pobres que no alteren la tranquilidad de nuestro modo de vida europeo.
Quienes criticamos la política gubernamental en relación con la emigración nos topamos con la descalificación de los presuntos realistas: «El discurso humanitario queda muy 'políticamente correcto' -nos dicen-, pero seamos realistas. Europa no puede dejar de proteger sus fronteras. El hambre que padecen millones de africanos supone un poderosísimo 'efecto llamada' cuyas consecuencias estamos obligados a atajar».
Falso. El hambre no constituye -no podría hacerlo- ningún «efecto llamada». La «llamada», por definición, no puede originarse allí; tiene que proceder de aquí. Y lo que genera esa «llamada» no es que nosotros vivamos muy bien, en términos comparativos, sino que en la Europa desarrollada existe una demanda importante de mano de obra barata, eventualmente ilegal, favorecida por la desregulación de los mercados laborales y por la falta de control de las realidades y las condiciones de trabajo.
Los inmigrantes vienen por eso. Es un asunto de pura oferta y demanda. Vienen a ofrecer su capacidad de trabajar por muy poco porque aquí hay muchos empleadores dispuestos a ofrecerles trabajo por muy poco. Es así de sencillo. Y de crudo.
Los estados europeos llevan muchos años aceptando que sus fronteras estén mal protegidas. No sólo porque saben que no cabe protegerlas del todo, sino también porque -aunque no lo reconozcan abiertamente, por razones obvias- son conscientes de que al sistema económico imperante le conviene que una parte de la población laboral no esté sujeta a la ley. Es un modo eficaz de rebajar las pretensiones de los trabajadores autóctonos y de aumentar la competitividad. El problema de los estados es cómo regular el nivel de permeabilidad de las fronteras para que no se produzca un flujo excesivo que cree distorsiones, sean económicas, sean políticas, sean de ambos géneros a la vez.
No es fácil. Y lo es menos cuando el territorio en el que se trata de fijar esa difícil regulación se halla en condiciones tan exóticas como las de Melilla y Ceuta.
Nos piden que seamos realistas. Séanlo ellos. He mencionado un puñado de datos muy reales que su discurso obvia. Encájenlos.
Javier Ortiz. El Mundo (10 de octubre 2005). Basado en el apunte Realistas, publicado dos días antes. Subido a "Desde Jamaica" el 10 de mayo de 2018.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2005/10/10 07:00:00 GMT+2
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2005/10/10 06:00:00 GMT+2
Muchos políticos profesionales me producen un repelús instintivo.
Se trata de un sentimiento que adquiere tintes de aversión patológica en algunos casos especiales, ligados por lo general al grado de su responsabilidad en las cumbres del poder.
En sus tiempos de presidente, Felipe González -no sólo lo que decía, sino también su forma de expresarse, sus gestos y sus gracietas: él, en suma- conseguía ponerme físicamente enfermo. Verlo u oírlo y precipitarme a apagar la televisión o la radio se volvió todo lo mismo.
En el caso de Aznar no me hizo falta ni siquiera que llegara a la Moncloa: empezó a causarme sarpullido ya cuando aún ejercía de candidato desde la oposición.
No sé si será que con los años me he ido haciendo menos sensible, pero el hecho es que Rodríguez Zapatero me cae fatal y me enfurece, pero no siempre. Hay veces que me parece simplemente mal. No así algunos miembros de su equipo (Pérez Rubalcaba, Caldera, Moratinos), a los que no trago ni a tiros.
Lo mismo que con Zapatero me venía sucediendo con Mariano Rajoy. Me desagradaba, y mucho, pero no a los extremos que me conducían invariablemente algunos de sus secuaces, como Acebes, Zaplana y Aguirre.
En los últimos tiempos, sin embargo, me he sorprendido a mí mismo insultando al presidente del PP según oigo en la radio o en la televisión -casi siempre en la radio: sigo muy poco los noticiarios televisados- las barbaridades que dice.
Ayer consiguió amargarme la comida. Pusieron unas declaraciones suyas en las que apoyaba la expulsión automática de inmigrantes, faltaría más, pero criticaba al Gobierno por haber empezado a practicar esa política tarde y en medida insuficiente. Según él, el Ejecutivo debería ser mucho más severo con la inmigración ilegal y no permitirla en absoluto.
«¡Tendrá morro el tío éste!», clamé, atragantándome casi con la ensaladilla que estaba engullendo. «¡El presidente del partido que más ha hecho para amparar la explotación ilegal de la mano de obra inmigrante en Almería, en Murcia y en tantos otros sitios -seguí indignado- tiene la caradura de decir que habría que expulsar a todos los inmigrantes indocumentados! ¿Y de dónde sacarían entonces sus flamantes Mercedes todos los sinvergüenzas de El Ejido y demás, seguidores del PP hasta la médula?»
En cualquier caso, la indignación no me hizo perder de vista el dato clave, a saber: que el presidente del PP, capaz de oponerse frontalmente al Gobierno siempre, en todo y en más, apoya la política de expulsiones de Zapatero.
Qué bien saben en qué deben estar de acuerdo. Y dejarlo bien sentado.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (10 de octubre de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 12 de octubre de 2017.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2005/10/10 06:00:00 GMT+2
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2005/10/09 06:00:00 GMT+2
Según los resultados del sondeo de opinión que hoy ofrece El Mundo, una amplia mayoría de la población española es contraria al proyecto de Estatuto de Autonomía aprobado por el Parlamento de Cataluña.
Supongo que no habrá nadie que pretenda que cuantos se oponen al Estatut lo han leído. Probablemente daría igual que lo hubieran hecho, porque la mayoría carece de los conocimientos necesarios para juzgar con criterio las materias de que se trata. Pero el caso es que, desde luego, no lo han hecho, y que opinan a partir de lo que han oído decir en las radios y en las televisiones con sede en Madrid, cuyo discurso ha sido machaconamente hostil al texto del nuevo Estatuto catalán.
Es un juego perverso, típico de las sociedades mediáticas y mil veces repetido: primero los medios de comunicación trabajan sistemáticamente a la opinión pública para generalizar tal o cual criterio y, una vez que lo han logrado, apelan al estado de opinión mayoritario como demostración de lo bien fundado de su posición inicial.
Me contaron hace años una anécdota muy ilustrativa a este respecto. Esto era en los tiempos en que Aznar, recién llegado a la Moncloa, se planteó la posibilidad de llegar a un acuerdo con ETA para conseguir que abandonara la lucha armada. Preguntaron a un prominente miembro del PP si no temía que, de llegar a establecerse una negociación Gobierno-ETA, la opinión pública española se le echara encima a Aznar tratándolo poco menos que de traidor. El político en cuestión, hombre bastante resabiado, contestó con una sonrisa maliciosa: «El problema no sería la opinión pública, sino los medios. Llegado el caso, tendríamos que trabajarnos a los medios para ponerlos de nuestro lado. Ahí estaría la verdadera dificultad. Si lográramos sortearla, en cosa de nada el 80% de la población española aceptaría la negociación».
Estoy lejos de pretender que la ciudadanía pueda ser inducida a pensar cualquier cosa en todo tiempo y circunstancia. No es así. La conformación mediática de estados de opinión mayoritarios tiene un margen concreto de posibilidades y precisa de determinadas circunstancias. Muchas veces se ha invocado el caso de Euskadi, donde más del 80% de los medios de comunicación sostiene una línea editorial netamente españolista, sin que ello se haya traducido hasta ahora, ni mucho menos, en el predominio de ese tipo de ideas en la mayoría de la población. Pero no hay por qué acudir a Euskadi para encontrar ejemplos de lo mismo. El 14 de diciembre de 1988 se produjo en España la huelga general más secundada de los últimos 50 años, y fue un éxito completo pese a que la práctica totalidad de los medios de comunicación habían hecho lo posible y lo imposible por llevarla al fracaso.
Pero son situaciones y circunstancias excepcionales en las que, por lo que sea, el personal lo tiene muy claro y tanto dan las monsergas con que le vengan.
No es el caso del Estatut. La mala prensa de Cataluña y de los catalanes por tierras de España goza de una tradición aún más larga e intensa que la que nos persigue a los vascos. Cójase esa predisposición cargada de prejuicios -no por ridículos menos efectivos- y añádasele una buena sucesión de mítines en prensa, radio y televisión sobre el crimen que esa gente se dispone a hacer amparándose en un Estatut egoísta y traidor, y ya está la olla podrida preparada para ser llevada a la mesa y servida generosamente a la clientela. Bien caliente, por supuesto.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (9 de octubre de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 11 de octubre de 2017.
Escrito por: ortiz el jamaiquino.2005/10/09 06:00:00 GMT+2
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