Un informe de la Organización Mundial de la Salud sostiene que uno de cada cuatro casos de violencia machista en España está vinculado al consumo excesivo de bebidas alcohólicas.
Las autoridades sanitarias exhiben ese dato para advertir de los peligros que conlleva la ingesta desmadrada de alcoholes.
Son indudables lo efectos nocivos que la alcoholemia puede tener sobre la conducta humana, en muchos aspectos, pero no veo que el informe de la OMS demuestre que hay una relación de causa-efecto entre el consumo excesivo de bebidas alcohólicas y la violencia machista. De ser cierto que el 25% de los que agreden físicamente a mujeres lo hace borracho, lo que se evidencia, sobre todo, es que entre los españoles machistas hay mucha violencia reprimida.
El alcohol no genera agresividad. El alcohol no genera nada. Sólo se pone violento tras beber aquél que antes ya sentía propensión a la violencia, pero la reprimía, por lo menos en sus expresiones más brutales.
Los latinos decían: In vino veritas. Y tenían razón. El alcohol quita las máscaras. Deja al desnudo al que mantiene el tipo cuando en realidad está hecho unos zorros. Y al que presenta una imagen afable para disimular la indiferencia que siente por quienes le rodean. Y a quien trata a su pareja guardando ciertas formas, comiéndose las ganas de cruzarle la cara cada vez que contraría sus deseos.
El alcohol desinhibe. Eso es todo.
Nada más alejado de mis deseos que menospreciar los beneficios sociales que aportan las inhibiciones. Me parece de perlas que la gente borde -sea borde de la bordería que sea- haga un esfuerzo y se reprima.
Pero, en el caso del violento reprimido, ha de tenerse en cuenta que, aunque reprimido, sigue siendo violento y, por lo tanto, no sólo un peligro en potencia, sino también, muy fácilmente, en acto. Porque cuando impide que afloren y se desfoguen sus ansias de agresión física no acaba con ellas: las deriva por otros cauces, no necesariamente inocuos.
Hay una enorme cantidad de violencia machista que no se expresa a través de tortas, puñetazos y cuchilladas, sino de insultos, desconsideraciones y menosprecios, que no porque rara vez desemboquen en denuncias formales encierran menos capacidad para amargar la vida de quienes los sufren.
He conocido a lo largo de los años a bastante gente pacífica que, por muchas copas que se trague, sigue siendo pacífica. Plasta, pero pacífica. Y me ha tocado conocer también a no pocos de vena irascible que, por sobrios que se mantengan, no logran nunca ser pacíficos del todo.
Hay que combatir el alcoholismo. Pero tan importante como eso -más, en realidad- es educar a los niños en la igualdad y el respeto hacia todas las personas, sean del sexo, del color o de la nacionalidad que sean. Para que, si alguna vez se desinhiben, no saquen a relucir un fondo repulsivo.
Brindo por ello.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (22 de agosto de 2005) y El Mundo (24 de agosto de 2005). Hay algunos cambios, pero no son relevantes y hemos publicado aquí la versión del periódico. Subido a "Desde Jamaica" el 25 de julio de 2017.
Comentar