Sostiene Felipe González que no puede dejar el cargo, porque su marcha abriría un periodo de crisis e incertidumbres para el país. Anguita ve en ello una prueba de cesarismo. Y está claro que lo es. Pero la afirmación encierra otras revelaciones.
Supone admitir, para empezar, que todo los que nos dijo hace unos meses sobre José María Aznar como «alternativa real» no tenía otro destino que engatusar al líder del PP. Como no lo logró, se acabó la alternativa: ya sólo queda un hombre «indigno» de alcanzar la Presidencia. Vaya por Dios.
Pero la afirmación de González implica también, y sobre todo, la confesión de su fracaso como líder. Porque, al pretender que no hay nadie, ni siquiera en las filas del PSOE, que pueda sucederle sin problemas, está reconociendo que en los doce años que lleva al frente del Gobierno no ha hecho algo que figura entre los deberes de todo dirigente: preparar su sucesión. Político o no, quien ocupa un cargo de alto mando tiene la obligación de ayudar a la formación de otros que puedan reemplazarlo en caso de necesidad. Porque, como nos ha demostrado hace poco -y muy involuntariamente- el líder de los laboristas británicos, John Smith, uno puede evaporarse de golpe y porrazo. Y si uno se va al otro barrio, pasa a ser prescindible a toda velocidad. Imaginemos que González no deja el cargo por el «caso Rubio» o por el de Roldán, o porque Garzón, ahora que se ha dado un garbeo por Interior y ha podido cotillear en la caja de los fondos reservados, logra despejar de una puñetera vez la X de la ecuación de los GAL, sino porque la llama peruana que pace en La Moncloa junto a los bonsais, desconsiderando el hecho de que su dueño es imprescindible para los destinos patrios, le arrea una certera coz en el occipucio y lo deja seco. ¿Habrá de quedar el país entero sumido en la crisis y la incertidumbre sólo porque al líder carismático no le ha dado la gana de establecer las previsiones sucesorias, que decía el otro?
La muy cesárea afirmación de González evidencia que, una de cuatro: o no se ha preocupado de preparar a alguien para que pueda sucederle, o hubiera querido hacerlo pero no ha encontrado candidato, o no lo ha hecho porque estaba en contra... o una mezcla de todo ello.
Desde que llegó a La Moncloa, González siempre ha desconfiado de todo aquel que pudiera competir con él. Sólo ha querido a su lado fieles servidores. Cada vez que alguien ha mostrado capacidad de liderazgo y pensamiento propio, se lo ha quitado de encima -es decir, lo ha expulsado hacia abajo-. Ahora mira a su alrededor y ve consternado que sólo le quedan o mediocres que no valen sino para lacayos o conspiradores patibularios a los que nadie votaría.
Se empeñó en que nadie pudiera hacerle sombra. Ya lo ha logrado. Pues que se queme al sol.
Javier Ortiz. El Mundo (18 de mayo de 1994). Subido a "Desde Jamaica" el 20 de mayo de 2012.
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