La Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas aprobó ayer una moción que exige el derecho universal a los medicamentos contra el Sida. A diferencia de los representantes de los demás países del mundo desarrollado, los de los Estados Unidos de América se abstuvieron. La Administración de George W. Bush no quiere contrariar a la gran industria farmacéutica.
No importa qué tratado internacional sea el abordado: en el caso de que lo que se intente acordar ponga en cuestión los intereses de algún poderoso consorcio o lobby, los EUA no lo dudan ni por un instante: dicen que no, y tanto les da lo muy noble y elemental que sea la causa. Recuérdese el tortuoso camino seguido por el Tratado para la prohibición de las minas anti-personas. Es ya legendaria su labor obstruccionista frente a los intentos de regular la legislación marítima internacional. Está reciente su abstención en el caso del intento de regulación de las emisiones de CO2 a la atmósfera. Ahora es lo de los medicamentos contra el sida. En el plano político, es más que conocida su complicidad en las constantes violaciones de los acuerdos de la ONU por parte de Israel.
Más allá de su evidente desinterés por los destinos de la Humanidad -para ellos, la Humanidad empieza y termina en su propio ombligo-, la razón que empuja sistemáticamente a las sucesivas administraciones norteamericanas a adoptar estas posiciones impresentables hay que buscarla en el propio sistema electoral de los EUA. Para llegar a inquilino de la Casa Blanca, el candidato debe afrontar una campaña costosísima. Para lo cual se ve obligado a recurrir a las donaciones supermillonarias de los más diversos lobbies empresariales y políticos: la industria armamentista, las grandes compañías petroleras, la industria farmacéutica, la del tabaco... o el lobby judío, o el antiabortista, o el cubano, o el de los defensores del rifle. Una vez alcanzada la Presidencia, están obligados a pagar en especie lo recibido, lo que los convierte en títeres en manos de esos consorcios, que imponen su ley, al margen de la razón o de los Derechos Humanos. La imponen a la Administración norteamericana de turno y, a través de ella, de un modo o de otro, al mundo entero.
Lo peor de ese mecanismo es que no tiene vuelta de hoja. Si fuera una cuestión de insensibilidad, cabría intentar estimulársela. Tratándose de la lógica implacable del beneficio, cualquier discurso intelectual o moral está de sobra.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (24 de abril de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 6 de mayo de 2017.
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