El obispo emérito de San Sebastián, José María Setién, declaró anteayer en Baleares que todos los terrorismos no son iguales, y ya le han montado el pollo. Sospecho que, si Setién dijera un buen día a las 12 en punto que es mediodía, alguien se las arreglaría para reprocharle alguna siniestra complicidad.
La pasada semana, la Administración de George W. Bush hizo público un inventario mundial de las organizaciones a las que considera terroristas. Pues bien, en esa relación no estaba el IRA. Figuraba el IRA llamado auténtico, pero no el IRA de siempre, brazo armado del Sinn Fein. Esperé la airada reacción del Gobierno español, pero no se produjo. Al contrario: acogió la lista con mucho alborozo, porque ETA sí aparecía. Pero no se mostró en absoluto molesto por la ausencia del IRA. Qué curioso.
También la semana pasada, varios ministros del Ejecutivo de Aznar declararon, a propósito del peligro de guerra bacteriológica, que aquí no corremos riesgos, porque «España no es objetivo prioritario del terrorismo» (sic). Una afirmación así sólo es entendible si se diferencia claramente el terrorismo llamado (mal llamado) islámico del de ETA. De modo que no parece que Setién sea el único en considerar que no todos los terrorismos son iguales.
Lo que el obispo dimisionario afirmó es que no puede encararse del mismo modo un terrorismo exógeno, que ataca desde el exterior, que un terrorismo endógeno, que surge en el seno del propio país que lo padece, y que cuenta con un cierto respaldo social. En este último caso, según él, la sociedad atacada no debe limitarse a combatir el mal; ha de indagar en sus raíces.
Aunque, en mi criterio, siempre sea necesario considerar el sustrato de los fenómenos terroristas (exógenos o endógenos) para ponerles remedio, la de Setién tampoco me parece una proposición absurda.
No se pasó. Más bien se quedó corto. Hay quien se piensa que decir que todos los terrorismos son iguales representa una prueba de firmeza y buen sentido, y que señalar las diferencias que los distinguen equivale a mostrarse vacilante y débil. Ignoro por qué.
La cicuta y el arsénico pueden resultar igual de venenosos, pero son diferentes. La una es una planta; el otro, un compuesto químico. Que yo señale esa diferencia no quiere decir que muestre predilección alguna, pueden creerme. Lo mismo cabría decir del sida y el cáncer de próstata: como hipotético paciente, ambos me producen idéntico pánico. Pero aspiro a que los médicos encargados de mi salud sepan distinguirlos. Y que sean capaces de tratarlos en su especificidad.
Yo no me pondría en manos de un médico que se empeñara en que todo es lo mismo.
Javier Ortiz. El Mundo (24 de octubre de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 31 de octubre de 2012.
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