25 de diciembre. 8:00 de la mañana. Me dispongo a afeitarme.
Conecto la radio. No estoy en Madrid y las presintonías de mi transistor no valen. Hago un barrido del dial. Casi todas las emisoras repiten su programa especial de Nochebuena. No hay ningún informativo. A falta de noticias, recalo en un coloquio religioso que por lo menos es en directo.
Uno de los participantes, que se confiesa periodista, afirma que está muy enfadado con los medios de comunicación porque -dice- sólo se ocupan de los aspectos lúdicos de la Navidad: de las fiestas, los regalos, las diversiones, las comilonas, los viajes, etcétera, olvidándose de lo que la Navidad es «en realidad». «Porque la Navidad, en realidad, es una conmemoración hondamente religiosa», proclama.
Despierta mis ansias de polemista infatigable. «No», le respondo mentalmente, mientras me embadurno la cara con espuma de afeitar. «En realidad, la Navidad actualmente es eso: los regalos, el consumismo y todo lo demás. Otra cosa es que a ti te parezca mal y que prefirieras que fuera de otro modo. Pero tus deseos no son más realidad que la realidad».
Es como esos cristianos -por lo demás excelentes- que afirman: «La Iglesia de verdad es la Iglesia de base». Pues no, lo siento: la más de verdad es la del Vaticano.
En política también es muy frecuente esa actitud :«¿Socialista el PSOE? ¡El socialismo es otra cosa!», suelta el uno. «¡La Unión Soviética nunca fue realmente comunista!», clama el otro. «¡Los liberales de hoy en día no tienen nada que ver con el liberalismo de verdad!», sentencia el de más allá. El ejercicio es en todos los casos el mismo: se decide que lo verdadero, lo realmente real, es lo proclamado en la doctrina -en la doctrina primigenia, casi siempre, esto es, en el plano de las ideas, de los ideales, y que, en la medida en que lo que sucede en la práctica no coincide con esos ideales, lo existente es falso, irreal, meramente aparente. Se invierten los términos: las ideas toman el lugar de lo real, y los hechos, el de lo imaginario.
Pero la Historia no funciona así. Hay ideas que ayudan a poner en marcha determinados movimientos sociales, pero luego éstos siguen su propio rumbo, en función de cientos de condicionantes que no figuraban en el guión inicial. Pretender que se vuelva atrás para enderezar el curso torcido de la Historia es puro desvarío.
No tengo nada contra quienes se esfuerzan por que la realidad tome el rumbo de sus ideas: yo también lo pretendo. Pero hemos de hacernos cargo del limitado papel que juegan nuestros ideales. Incluso los más nobles.
Rectifico: particularmente los más nobles.
Javier Ortiz. El Mundo (27 de diciembre de 2000). Subido a "Desde Jamaica" el 25 de diciembre de 2010.
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