Dice El Mundo que el encuentro de ayer entre Ibarretxe y el rey fue «gélido». Apuesto a que sí.
Es difícil encontrar dos personalidades más antitéticas.
Juan Carlos de Borbón pertenece, por educación y por inclinación personal, al mundo del españolismo castizo. Ibarretxe debe de parecerle la personificación de la anti-España. No sólo -ni siquiera principalmente- porque sea nacionalista vasco: mucho más porque el carácter del lehendakari tiene que antojársele decididamente «poco español»: nada chistoso, nulamente verborreico, refractario a la alharaca, incómodo en la vida social... Seguro que al monarca todo eso le da cien patadas, tanto más sabiendo que con el de Llodio no le vale de nada recurrir a su arma secreta: esa campechanía aristocrática tan suya, fabricada a base de palmadas en la espalda, cordialidad de salón y aires de bon vivant.
Ibarretxe posee un conjunto de valores éticos muy definido: el trabajo, el esfuerzo, la superación personal, la tenacidad... Es sobrio hasta el ascetismo. Resulta casi el prototipo del hombre hecho a sí mismo, al que nada le ha venido dado por la cuna. No es muy difícil imaginar la escasa admiración que deben de despertarle los títulos y galones del monarca.
Tómese a dos individuos tan diferentes y póngaseles a tratar un orden del día sin ningún contenido práctico -porque al rey los planes de Ibarretxe se la traen al pairo y porque Ibarretxe sabe que el jefe del Estado español no va a echarle una mano ni aunque lo aspen- y se obtendrá, sin el más mínimo esfuerzo, lo recogido por el titular al que aludía al inicio de estas líneas: un encuentro gélido.
Lo cual tampoco tiene mayor importancia.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (22 de julio de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 29 de mayo de 2017.
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