De los muchos abusos político-lingüísticos que acostumbran a cometer los políticos del establishment y sus periodistas de cámara, quizá el más irritante sea el que perpetran sin parar con el adjetivo «humanitario» en ristre.
Todo lo que ellos tocan se convierte en «humanitario». No sólo las presuntas ayudas que prestan son «humanitarias»; también lo son sus intervenciones militares, e incluso las desgracias que dicen combatir: llegan al absurdo de hablar de «catástrofes humanitarias».
Tanto Rodríguez Zapatero como Bono nos han dicho y repetido hasta el aburrimiento desde el pasado martes que la labor que cumplen las tropas españolas en Afganistán es «humanitaria». Mienten. Si así fuera, el Ejército español se dedicaría allí a auxiliar a la población local, contribuyendo a aliviar los daños causados por la guerra. Construiría hospitales, escuelas, carreteras... Pero no. Sus tareas son muy otras. Siguiendo las instrucciones impartidas por la gran potencia que desencadenó la guerra, realiza funciones de vigilancia y control destinadas a favorecer la celebración de un paripé electoral que dé una pátina de legalidad al correspondiente gobierno títere. Desempeña una función militar en pos de un objetivo político expansionista, que no tiene nada de «humanitario» y que lleva causadas en los últimos años infinitas más víctimas mortales que todos los atentados del terrorismo islámico juntos.
Mariano Rajoy se ha elevado contra la recurrente tendencia del Gobierno a calificar de «humanitaria» la misión de las tropas españolas en Afganistán. Dice que el empeño del Ejército español es estrictamente militar, y que no hay por qué ocultarlo. Estoy de acuerdo con él en lo primero: las tropas españolas están realizando una función estrictamente militar, desde luego. Pero se equivoca en lo segundo: quizá él no tuviera por qué ocultar nada -después de lo de Irak, para qué-, pero Rodríguez Zapatero sí. Sabe que no pocos de sus votantes se sentirían incómodos si les mostrara sin afeites el papel de comparsa que está haciendo su Gobierno en la materialización de los designios imperiales de Washington.
«Bajo mando de las Naciones Unidas», se justifican. No. Con el aval de las Naciones Unidas, sí. Pero el mando supremo nadie ignora dónde está.
Recordemos que también las Naciones Unidas dieron su respaldo a los Estados Unidos cuando, con Douglas MacArthur al frente -aquel enloquecido que quiso lanzar un ataque nuclear contra China-, se metieron de hoz y coz en la Guerra de Corea. Eso no hizo mejor la guerra. Ni tampoco a las Naciones Unidas.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (20 de agosto de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 24 de julio de 2017.
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