Del mismo modo que a los médicos les persigue su profesión a todas horas, como una maldición, y no pueden ni tomarse tranquilamente una copa en sociedad sin que alguien les obligue a improvisar una consulta, uno no puede dedicarse profesionalmente a esto de opinar sin que le asalten a cualquier hora y en no importa qué lugar toda suerte de pendencieros politizados.
Estaba hace unos días este servidor de ustedes -o sea, yo- en un festejo, con unas ganas enormes de no hablar -o de hablar sobre Carl Perkins, subsidiariamente-, cuando se me abalanzó un menda, whisky en mano, y me lanzó una larga diatriba sobre el decreto de Humanidades y el absurdo de los nacionalistas catalanes y vascos.
-No me negarás que sería bueno que los chavales estudiaran la misma Historia en Barcelona, en Madrid y en Bilbao. ¡Los hechos son los hechos, a fin de cuentas!
-Claro -le respondí-. Estaría muy bien. Y también sería estupendo que los críos estudiaran la misma Historia en Múnich, y en Varsovia, y en Moscú.
El hombre se me quedó mirando, desconcertado.
-Sí -proseguí-; sería muy conveniente que los jóvenes estudiaran la misma Historia en París y en Londres. Pero para eso habría que poner de acuerdo a los franceses y los británicos en su interpretación de no pocos sucesos, incluidas las guerras napoleónicas. Y sería magnífico que franceses y alemanes estudiaran también la misma Historia, cómo no, porque eso querría decir que habrían acordado su visión del trajín de Alsacia y Lorena, entre otros litigios resbalosos.
Me da que no convencí en absoluto a mi asaltante, pero por lo menos me lo quité de encima.
¿Por qué aceptan algunos sin problemas que Francia, Alemania o el Reino Unido escriban la Historia a su modo y manera, y consideran sin embargo aberrante que Cataluña o Euskadi quieran hacer lo propio y se nieguen a aceptar una visión unificada del deambular de los siglos por estos pagos?
Sí; los hechos son los hechos, pero el hecho llamado Austerlitz se lo toman en Francia de una manera, y en Inglaterra de otra. Justo a la inversa que el hecho llamado Waterloo. Del mismo modo, el paso del conde-duque de Olivares por la Historia es un hecho, pero en Cataluña ese hecho tiende a ser considerado más bien como desagradable, mientras que en Madrid no. O al menos no tanto. O al menos no de modo tan general.
Sería formidable que los jóvenes de todo el mundo -no ya sólo los de Europa- estudiaran la misma Historia. Pero algo me dice que ese objetivo va a tardar todavía un poco en alcanzarse. Con lo que, entretanto, a los críos de cada nación se les seguirá proporcionando una visión nacionalista del pasado.
Reconocido lo cual, para mí que ya sólo queda por aclarar si hay pueblos a los que se les reconoce el derecho a relatar la Historia a su aire y otros a los que, en cambio, se les niega ese derecho.
Javier Ortiz. El Mundo (24 de enero de 1998). Subido a "Desde Jamaica" el 28 de enero de 2013.
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