En la casa de Santander, adonde hemos venido a pasar la Navidad, sólo accedemos a los canales de televisión llamados generalistas: los dos de TVE, Antena 3 y Tele 5. Verlos -lo poco que los veo- me sumerge violentamente en la dura y lacerante realidad que soportan a diario -supongo- la mayoría de los españoles.
Os haré gracia de referirme a su programación, espeluznante prodigio de zafiedad y chabacanería que seguro que conocéis mejor que yo, normalmente en órbita con los satélites.
Permitidme que escriba unas palabras, eso sí, sobre su apabullante producción publicitaria. Apabullante por la cantidad -hay cortes de más de 20 minutos de anuncios, como sabréis de sobra- y apabullante también, con harta frecuencia, por el contenido.
Dentro de la cosecha publicitaria de este año, me ha escandalizado particularmente el desarrollo elefantiásico de dos variedades de anuncios más o menos clásicas. Me refiero a los anuncios hipócritas y a los papanatas.
Típica muestra de anuncio hipócrita: te sacan toda suerte de vehículos de motor lanzados a 200 por hora, haciendo cabriolas casi circenses, en espectáculos que reúnen todos los requisitos de la apología de la velocidad y el riesgo... y, al final, colocan un letrerito que dice: «Escenas rodadas por especialistas en circuito cerrado». ¿Y a quién le importa eso? La cuestión no es saber cómo han hecho el anuncio, sino por qué y para qué. Y la respuesta no tiene vuelta de hoja. Lo hacen para que el personal asocie el producto publicitado con un conjunto de ideas y sensaciones -el poder, la conquista, el riesgo- que son, de hecho, otros tantos peligros para la colectividad. Y lo hacen porque esas ideas y sensaciones laten en el lado oscuro de buena parte de los hombres, particularmente en el Occidente capitalista. Para que aflore. Y rentabilizarlo.
De todos modos, los anuncios papanatas se llevan la palma.
La regla de oro del papanatismo publicitario, según he podido comprobar, manda que los productos caros o supuestamente exquisitos contengan, casi de todas todas, alguna frasecita en inglés (o en francés, si de cosmética se trata) pronunciada con excelente acento nativo. Aunque lo que digan sea tan discutiblemente extranjero como «Carolina Herrera». En cambio, si se trata de un producto relativamente barato, las voces incluidas en el anuncio son reciamente celtibéricas, incluso cuando deben decir algo en inglés.
Es obvio que ese lazo subliminal (inglés = refinado; castellano = basto) no lo ha inventado la publicidad. Pero no menos verdad es que la publicidad contribuye a reforzarlo, ahondando en el proceso de pérdida de estima por lo autóctono y de sumisión mental ante lo procedente de los EEUU o, secundariamente, de la Europa más rica.
Un proceso en el que estamos inmersos... desde el siglo XIX, ahora que lo pienso.
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Nota. - La Carta abierta al subcomandante Marcos que incluí el pasado sábado en este Diario ya está en marcha hacia su destinatario. Es posible incluso, según me cuentan, que la publique el diario mexicano La Jornada.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (23 de diciembre de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 17 de enero de 2018.
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