Grata visita de un grupo de amigos. Jesús Cutillas, excelente compositor e intérprete murciano, nos canta algunas canciones que ha compuesto para su próximo disco. Quiere conocer nuestra opinión. En el monte, al aire libre, en la tranquilísima noche de Aigües, todo resulta amable, por crítico que sea.
Le escuchamos, charlamos, reímos...
Un amigo me telefonea para avisarme de que no vendrá. Me pregunta qué tal me encuentro.
–Achacoso, tío –le respondo–. Siempre hay algo que no me funciona como debería. A veces, varias cosas. Ahora mismo, tengo un par de muelas que me joden. No duelen, pero sangran, y es un sabor constante que me pone mal cuerpo. Además, creo que me he dislocado el meñique del pie izquierdo. Me tropecé el otro día con una piedra cuando iba corriendo y no ha parado de dolerme. Aparte de eso, este calor me tiene harto: me provoca una astenia tremenda. No consigo trabajar y duermo fatal. Bueno, pues añade a todas esas pejigueras coyunturales los males propiamente estructurales: las vértebras de la espalda, que ya no tienen remedio; el sistema digestivo...
Mi amigo se echa a reír.
–¿No acabarías antes si me dijeras qué te funciona bien? ¡Anda ya, hombre! Pero, ¡si te he visto y tienes un aspecto estupendo! ¡A ti lo que te pasa es que estás hecho un hipocondríaco de mucho cuidado!
No prosigo la discusión porque no conduce a ningún lado.
Valiente tontería, ésa del «aspecto estupendo». Primero, porque no es verdad: mi aspecto deja muchísimo que desear. Lo sé: hay espejos. Y segundo, porque la carrocería no da necesariamente cuenta de cómo está el motor.
Pero lo que más me revienta es la acusación de hipocondríaco.
Recuerdo lo que contestaba a la gente que sostenía que Felipe González sufría una paranoia de mucho cuidado.
–Es muy posible que sea un perfecto paranoico –decía yo–, pero no resulta nada fácil saber si padece de manía persecutoria alguien que realmente está siendo perseguido.
Porque era así: había cientos de personas que lo tenían –que lo teníamos– sometido a estrecha vigilancia, para zurrarle la badana al menor fallo.
¿Cómo puede saber si sufre de hipocondría alguien que está lleno de achaques?
He conocido enfermos imaginarios, al modo de Molière: tipos de salud insultante que están rodeados perpetuamente de tubos, pastillas, grajeas, sprays...
Sé también de gente con eso que suele llamarse «una mala salud de hierro»: enfermísimos que no cascan ni a la de tres.
Durante un tiempo pensé que lo mío era el caso contrario. Que soportaba una buena salud de mierda. Que no tenía nunca nada de importancia, pero siempre tenía algo.
Últimamente he optado por no catalogarme. Me limito a hacer inventario. La lista de mis males, cogidos en mogollón, ocupa un par de folios.
No sé si seré hipocrondríaco. Lo que sí sé es que me encantaría serlo sin motivo.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (26 de agosto de 2003). Subido a "Desde Jamaica" el 15 de octubre de 2017.
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