Wenceslao Fernández Flórez fue -lo cuento para quienes no lo sepan, que seguro que los habrá- un aceptable novelista gallego, un excelente cronista parlamentario... y un señor muy de derechas, al que probablemente libró del fanatismo falangista su inocultada homosexualidad, incompatible con la recia virilidad del estilo oficial joseantoniano.
Sé que la fina ironía, el humor marcadamente melancólico y la capacidad para distanciarse de los hechos que caracterizaban las crónicas parlamentarias de Fernández Flórez fueron en mi adolescencia -y habrán seguido siendo con el tiempo, supongo- algunas de mis más claras fuentes de inspiración. Igual que los artículos costumbristas de Juan Pérez de Munguía, más recordado en nuestros tiempos por el nombre de Mariano José de Larra.
Fernández Flórez era capaz de contemplar los debates políticos de las Cortes de la Segunda República como quien mira a las palomitas del parque disputarse las migas de pan que les echan los ancianos.
A veces. Otras no. Entonces evidenciaba sus querencias ideológicas. Recuerdo en particular una crónica que escribió a cuento de una intervención de Telesforo de Monzón en la tribuna del Parlamento, que destilaba desprecio, no ya sólo por lo vasco, sino por todo «lo provinciano». Él, que venía «de provincias» y que debió sus páginas más brillantes a la inspiración gallega.
En 1936 publicó un artículo de prensa que me impresionó mucho en mis años mozos, un cuarto de siglo después. No me viene a la memoria en qué noticia tomaba pie. Puede que en el asesinato de José Calvo Sotelo. Lo que recuerdo es lo que venía a decir: que se lo había pasado muy bien en los meses anteriores escribiendo sobre las quisicosas del Parlamento y las tonterías de los diputados, pero que el ambiente general se había cargado demasiado, los enfrentamientos políticos tenían cada vez peor aspecto, las pendencias amenazaban con acabar a tortas... y él no tenía la menor gana de poner letra a aquella música militar.
Así que lo dejó.
Salvando las distancias -que deseo firmemente que las haya, y que sean enormes-, me embarga durante estos días un sentimiento parecido. Tengo la sensación de que poco importa lo que uno razone, porque no sirve de nada: sólo convence a quienes ya pensaban lo mismo, y quienes no, o no oyen o no escuchan. Lo que están deseando es liarse a tortas.
Fernández Flórez cerró el tintero y no publicó más crónicas parlamentarias. Se ve que tenía otras fuentes de ingresos.
Yo seguiré escribiendo y hablando sobre lo que veo -o sobre lo que creo que veo- porque ésa es la actividad de la que vivo y porque no sé hacer otra cosa. Pero, que conste: si de competir en hastío se tratara, podría retar a todos los Fernández Flórez del mundo.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (10 de enero de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 9 de enero de 2010.
Comentarios
Fernández Flórez me entretuvo muchísimo en mi juventud. Guardo todavía frescos en mi memoria algunos pasajes de su “Relato inmoral”, donde reflejaba con mucho tino e ironía la represión sexual de la España en que le tocó vivir. No sabía que fuese homosexual, pero precisamente por serlo “lo tuvo mejor” que los que no lo eran. Una pareja homosexual –como, lo mismo que en el actual Irán, los homosexuales “no existían” en aquella España…- podía ocupar la habitación de un hotel o alquilar conjuntamente un piso, mientras que otra heterosexual, con las mismas pretensiones, tenía que presentar el “Libro de Familia” para demostrar que estaban casados…
Escrito por: miren.2010/01/09 15:47:6.341000 GMT+1
Escrito por: Mariana Pineda.2011/10/02 22:09:22.699000 GMT+2
Escrito por: PWJO.2011/10/02 22:24:27.079000 GMT+2