Por fin he conseguido leer unas declaraciones de George W. Bush que han despertado mi simpatía: ha dicho que está harto. ¡Igualico que yo!
Dice que está harto de que Sadam Husein le toree. En eso miente, por supuesto. Sabe de sobra que Sadam no tiene con qué torearlo. A lo más que podría aspirar es a hacer el Don Tancredo, y estarse quieto tampoco es lo suyo.
De lo que Bush está harto es de que todo el mundo se le ponga pijotero con esto de la guerra: los inspectores de las Naciones Unidas, Alemania, Francia, Rusia... Hasta el siempre servicial Blair le ha hecho saber que, si bien su moral de combate se mantiene incólume -como no podía ser menos en zoquete de tan alta estirpe-, el ánimo de algunos miembros de su Gobierno dista de ser el mismo, por no hablar ya de su partido.
Todos le vienen con la misma pejiguera: que habría que demostrar que Sadam tiene realmente armas de destrucción masiva y que las esconde. ¿Para eso hizo él que el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas aprobara una resolución jurídicamente abracadabrante, en la que por primera vez desde la Inquisición se reclamaba a un acusado que demostrara su inocencia, «invirtiendo la carga de la prueba», como dicen los leguleyos? ¡Y ahora le vienen con el topicazo ése de que, mientras no se pruebe lo contrario, todo el mundo es inocente (o por lo menos no culpable, según la más prudente fórmula de los jurados norteamericanos)!
-In dubio, pro reo -le dijo la pasada semana Schröder.
-Shit! ¡Te tengo dicho que no me hables en alemán, que no lo entiendo! -le respondió Bush, muy en su línea.
Esta guerra empieza a tener muy mala pinta. Como guerra, quiero decir. The Sunday Times ha publicado que empezará el 21 de febrero a las 00:00 horas, y el Pentágono no sólo no lo ha desmentido, sino que parece confirmarlo: «No estaremos en condiciones de actuar hasta la segunda quincena de febrero», ha dicho un portavoz de la cosa. (Claro que eso puede ser en realidad una maniobra de distracción astutísima, porque, como se sabe, febrero es el único mes del año que carece de segunda quincena.)
En todo caso, a mí no me parece muy serio que una guerra se anuncie, como si fuera un concierto. Y más con tanta antelación.
De modo que he decidido no creerme nada de lo que cuentan.
No pretendo -¡qué más quisiera!- que no vaya a haber guerra. Tal como están las cosas, parece imposible que los EUA renuncien a hacerse con el control total sobre el petróleo del Golfo Pérsico y zonas limítrofes. Lo necesitan. La economía norteamericana -todo el american way of life- se basa en un disparatado y creciente consumo energético procedente de combustibles fósiles. Superadas de sobra las posibilidades de autoabastecimiento, ese modelo sólo puede mantenerse -mientras se mantenga- mediante importaciones masivas de petróleo foráneo. Así que Irak tiene que caer, como tendrá que caer Venezuela, y ya veremos cuantos más.
Lo que no me creo es que vayan a hacerlo como lo anuncian. Es todo demasiado evidente y -por mucho que se trate de petróleo- demasiado crudo.
Preguntaron a un diplomático británico en los años 50 cómo podría ser la III Guerra Mundial, en caso de estallar. Y respondió:
-¡Quién sabe! Se puede esperar cualquier cosa de la inmensa ingenuidad de los norteamericanos.
¡Bah! No me trago la comedieta. Muy ingenuos, pero luego te largan la bomba H.
Para mí que nos están preparando alguna sorpresa. Para colocar a los vacilantes ante los hechos consumados.
Todo es muy sospechoso. Pero, de momento, también un perfecto rollo.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (16 de enero de 2003). Subido a "Desde Jamaica" el 16 de febrero de 2017.
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