Si yo sintiera aprecio por Elián González -ese aprecio del que tanto presumen el exilio cubano de Miami y el régimen castrista, cada uno por su lado-, lo primero que haría es dejar de tirar del chaval para quedármelo.
Lo van a partir en dos.
Como la madre auténtica del juicio bíblico de Salomón, a mí también me vencería la piedad: optaría por dejárselo a la otra.
Mejor ajeno que roto.
Ambos bandos están demostrando que para ellos es mucho más importante su causa que el niño, el símbolo que el ser humano. Lo cual era previsible: estoy seguro de que, tanto en Cuba como -no digamos- en EEUU, hay miles de niños necesitados de ayuda a los que ni la comandancia castrista ni el alto mando anticastrista hacen el más mínimo caso.
Me pregunto si el futuro de Elián González tendrá aún remedio.
No sé si habrán visto ustedes ese reportaje televisivo del que tanto se habla, con Eliancito en plan de estrella invitada. A fuerza de agasajarlo y de ponerlo en el papel de pequeño Buda caribeño, están logrando que el chaval avance a marchas forzadas hacia la memez químicamente pura. Tiene ya un aire de mimado, melindroso y tontorrón que puede con él.
De las dos salidas que amenazan con darle, no se sabe cuál puede ser peor. Las dos tienen una pinta horrible. Si lo dejan en Estados Unidos, el papel que le están obligando a representar acabará seguramente por devorarlo. Dentro de unos años no será sino otro juguete roto del star system y ya no sabrá ni quién es -ni quién pudo ser- en realidad. Y si lo devuelven a Cuba, lo más probable es que se pase media vida amargándose, rumiando todo lo que se ha perdido: fama, honores, dinero... Contará a todo el mundo que hasta el presidenciable Al Gore quería convertirlo en ciudadano norteamericano de honor, como a la mismísima Reina de Inglaterra.
No oculto que a la mayoría de los críticos del circo político-mediático que han montado a costa de este chaval también nos interesa sobre todo su papel de símbolo. A nada que se deje de hablar del caso, lo olvidaremos por completo. Para qué engañarse: niños así, o en situación muchísimo más dramática, los hay a millones en el mundo, y los periódicos no se ocupan de ellos ni en los anuncios por palabras. Su tragedia -demasiado grande, demasiado duradera- no es noticia. Como dijo amargamente Leonard Cohen de Janis Joplin, «uno no puede ocuparse de cada petirrojo caído».
Es decir, que tampoco a nosotros nos interesa gran cosa lo que vaya a ser Elián González el día de mañana. Pero al menos no pretendemos que lo amamos.
Javier Ortiz. El Mundo (1 de abril de 2000). Subido a "Desde Jamaica" el 1 de abril de 2013.
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