No tengáis duda: si los responsables de una compañía eléctrica dicen que tales o cuales fallos en la red de distribución les han pillado por sorpresa, mienten. Porque puede que sean una banda de sinvergüenzas, pero no son tontos. Todos ellos saben que la inversión que dedican a mantenimiento y mejora de la red es muy insuficiente. Pero no ponen remedio a esa situación.
¿Les da igual que los usuarios tengan problemas? No es eso. Es que, en la medida en que hay problemas, y los problemas se generalizan, y se generalizan las protestas, tienen más excusas para pedir a las administraciones públicas que les autoricen a aumentar las tarifas. «No llegamos», dicen, con todo el morro.
El descaro con el que actúan no tiene límites. En la zona de Alicante donde vivo, tenemos cortes cada dos por tres. Por lo común son breves, pero a veces se prolongan. Los hemos tenido de más de un día. Los breves también tocan las narices, porque te pueden apagar el ordenador en el momento en el que aún no habías salvado el trabajo con el que estabas, y no siempre se recupera bien. Cabe también que el corte desajuste la programación de algunos aparatos, lo que, si no estás en casa, puede hacerte una faena de importancia.
De los cortes prolongados y de sus efectos en figroríficos, sistemas de riego y demás, mejor no hablar. Baste con decir que en esa zona se hace casi imposible vivir en una casa de campo sin tener un generador de electricidad propio.
Puede que no sea ocioso contar que, cuando llevamos la electricidad hasta el paraje donde vivo, en el que por aquel entonces no había más de quince o veinte casas de campo desperdigadas, la compañía nos obligó a pagar a escote, de nuestro propio bolsillo, toda la instalación, torretas, cables y mano de obra incluidas. Una pasta. Supongo que tampoco hará demasiada falta precisar que, de entonces a aquí, se ha aprovechado de la instalación que nosotros costeamos para buscarse nuevos clientes, y que, cuando los logra, no se planta precisamente en la puerta de nuestra casa a devolvernos la parte alícuota.
Si fuera un caso especial, no tendría mucho sentido citarlo en un artículo. Si se tratara de un área geográfica en concreto, habría que buscar el por qué de la especificidad. Si el problema fuera cosa de una sola compañía, bastaría con concentrar el oprobio sobre ella. Pero no: le sucede tres cuartos de lo mismo a la inmensa mayoría, en todas partes y a manos de todas las compañías. Cuando hay tormentas, porque hay tormentas. Cuando hace calor, porque hace calor. Cuando hace frío, porque se hielan tales o cuales elementos de la instalación. Cuando hace viento, porque se caen los cables. Sus redes de distribución funcionan a condición de que nadie las tosa.
Llevan en éstas ya bastantes años. Sus trabajadores han denunciado la situación por activa y por pasiva: la red se está deteriorando y nadie le pone remedio. ¿La culpa? El desmedido afán de beneficio de las compañías, sin duda. Pero también el laissez faire de unas administraciones que no les ajustan las tuercas. No lo perdamos de vista: tratándose de un servicio público, la responsabilidad última es de los poderes públicos.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (1 de julio de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 4 de junio de 2017.
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