La decisión del Gobierno de Washington de montar un campo de concentración para combatientes talibán en su enclave de Guantánamo, en Cuba, retrata perfectamente el género de cerebro que anida en el cráneo de George W. Bush.
En primer lugar, supone una flagrante violación de las normas sobre el trato a prisioneros que establece la Convención de Ginebra. Bush responde a eso que no tiene por qué tratarlos como prisioneros de guerra, dado que no puede afirmarse que los seguidores de Ben Laden sean soldados en sentido estricto. Olvida que él mismo defendió que su acción militar en Afganistán era una guerra. Si aquello fue una guerra, éstos son prisioneros de guerra. La apelación al carácter irregular de los combatientes enemigos fue una excusa repetidamente utilizada por las autoridades hitlerianas para no respetar los derechos de los guerrilleros y partisanos que detenían sus tropas en los países que ocupaban. Las fuerzas occidentales siempre defendieron que debían ser considerados prisioneros de guerra, aunque no llevaran uniforme y su encuadramiento como combatientes fuera irregular.
En segundo lugar, lo que está haciendo Bush con esa gente es contrario a los Derechos Humanos, con independencia de que sean o no prisioneros de guerra. Es una monstruosidad recluir a un grupo de personas a miles de kilómetros de su país, aislándolas de su medio natural e impidiéndoles el contacto con sus familiares (ni siquiera podrían tenerlo por escrito, porque buena parte de ellos son analfabetos). Y lo es doblemente, porque esa condena degradante les ha sido impuesta sin juicio previo.
Además, las condiciones de reclusión de los detenidos son contrarias a cualquier norma de elemental respeto a la condición humana. Los han metido en reductos que son verdaderas jaulas, en las que carecen de intimidad alguna. Las propias autoridades norteamericanas han reconocido que varios de ellos padecen tuberculosis. Donde deberían estar es en un hospital.
Y ya, la guinda: van y montan ese siniestro campo de concentración dentro de un enclave de ocupación en un país tercero. ¡Como si en los EEUU no hubiera sitio para albergar a esos prisioneros! Es un acto de claro menosprecio para el pueblo de Cuba. Para todos y cada uno de sus ciudadanos, al margen de su adscripción política. Se trata de una humillación colonialista totalmente innecesaria que sólo puede interpretarse como una provocación de clara intencionalidad belicosa.
Que los gobiernos de la Unión Europea estén amparando con su silencio esa ristra de barbaridades es sólo otra muestra palpable de su falta total de política exterior propia... y de la absoluta debilidad de sus declaraciones de adscripción democrática.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (14 de enero de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 26 de febrero de 2017.
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