Inicio | Textos de Ortiz | Voces amigas

1999/03/24 07:00:00 GMT+1

Goytisolo y el repartidor

Estoy convencido de que José Agustín Goytisolo no se tiró por la ventana.

Él no pudo hacer una cosa como ésa.

No digo que no fuera capaz de suicidarse. A mí, los argumentos de sus familiares, que descartan el suicidio alegando que estaba muy ilusionado con esto y con lo otro, y que hasta se había comprado ropa esa mañana, no me dicen nada. El comportamiento del depresivo no se atiene a la lógica común: le viene el bajón, se dice que está haciendo el bobo tratando de salir a flote, concluye que nada vale ya realmente la pena, echa el cierre y sanseacabó, adiós muy buenas, ahí os quedáis.

Lo que a mí no me encaja es que se tirara por la ventana. Porque un hombre como él no se suicida así.

Cuentan las crónicas que cayó al asfalto justo cuando pasaba un repartidor de pizzas con su moto. Esa es la clave. Por muy deprimido que se encuentre, un hombre de la sensibilidad social de José Agustín Goytisolo no se arriesga a caerle encima a un pobre chaval que reparte pizzas. Yo jamás lo haría, desde luego. Me lo imagino y me horroriza: veo al crío todo el día de un lado para otro, haciendo eses entre los coches para repartir sus pizzas a voleo y acabar ganando una porquería y, de repente, zas, que va un poeta social -o un columnista comprometido, tanto da- y lo desgracia echándosele encima desde un tercer piso.

Francamente.

El suicidio tiene inconvenientes de cierto peso -mayormente para los que no queremos morirnos-, pero presenta dos ventajas difícilmente negables. La primera es que libra para siempre a su usuario de la estupidez humana. La segunda, que le permite elegir la puerta de salida de este valle de lágrimas.

El método seleccionado para abandonar la existencia retrata la personalidad del suicida. «En fin, no tengo para expresar mi vida sino mi muerte», escribió César Vallejo. He conocido con el tiempo suicidas encantadores, que se han quitado de en medio sin molestar a nadie, como pidiendo perdón por provocar el llanto de los próximos, y he sabido de suicidas realmente asquerosos, dispuestos a hacer la puñeta hasta el final de sus tristes días. Sé de uno que, cuando lo abandonó su novia, se colgó con un foulard que le había regalado ella. Un cerdo auténtico. Otro se reventó los sesos delante de su madre. Como para pateárselos.

La gente decente está obligada a quitarse la vida con la máxima discreción, no molestando sino lo imprescindible.

Porque todos tenemos derecho a perder definitivamente las ganas de vivir. Pero a lo que no tenemos ningún derecho es a perdernos el respeto.

Javier Ortiz. El Mundo (24 de marzo de 1999). Subido a "Desde Jamaica" el 27 de marzo de 2012.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.1999/03/24 07:00:00 GMT+1
Etiquetas: 1999 josé_agustín_goytisolo muerte el_mundo suicidio | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

Comentar





Por favor responde a esta pregunta para añadir tu comentario
Color del caballo blanco de Santiago? (todo en minúsculas)