Dice Felipe González que no quiere que el PSOE se estanque en un «debate nominalista». Bueno, pues lo tiene chupado. No veo yo a «renovadores» y «guerristas» disputando agriamente sobre el valor representativo de lo esencial supraindividual, clave de la filosofía nominalista. La verdad: por más esfuerzos que hago, no me imagino a Serra o a Solana en el programa de Mercedes Milá -que es a los «renovadores» lo que El Socialista es al guerrismo- fijando ante el gran público sus diferencias con respecto a los postulados de Boecio, monsieur De Compiègne, Ockham o Biel, nominalistas de pro.
Hay quien sostiene la hipótesis de que González dijo «nominalista» como podía haber dicho «impulso democrático». O sea, por decir algo. Yo creo que no. Del contexto de sus palabras deduzco que lo que quería era pedir a sus seguidores que no sigan tratando de definir qué es ser «renovador». Loable demanda que demuestra que, si otras cosas no, sentido del ridículo sí que tiene, porque los intentos hechos hasta ahora en tal sentido por sus epígonos han resultado tan infructuosos como chuscos.
Un buen amigo me dice que no le busque cinco pies al gato de las querellas teóricas en el PSOE: «Ahí nadie discute de ideas; cada cual trata de proteger su cargo, sin más». No seré yo quien pretenda lo contrario. Me limito a llamar la atención sobre el hecho de que Alfonso Guerra, puesto a justificar sus posiciones, ha tenido al menos el detalle de fijar una plataforma político-ideológica con pretensiones de coherencia.
Que las cosas que dice ahora no encajen ni poco ni mucho con su biografía es un inconveniente, por supuesto. Pero lo suyo al menos es una doctrina, algo sobre lo que se puede discutir. Lo de sus críticos «renovadores», en cambio, resulta simplemente patético: sacados de cuatro tópicos, modelo «renovarse o morir», no tienen nada que decir.
En términos generales, es casi imposible tener una discusión de principios con quien carece de ellos. ¿Cómo debatir seriamente con una gente que dice que su partido no debe proponerse defender intereses «sectoriales» sino asumir «el interés nacional», cuando cuatro días antes, para dar la cara por el Tratado de Maastricht, nos habían asegurado que «hoy ya no puede hablarse de intereses nacionales»? ¿Qué clase de Guadiana argumental son esos «intereses nacionales» que asoman o desaparecen según le conviene al charlatán de turno?
De lo que dice Guerra se puede discrepar. En realidad, se puede y se debe. De lo que dicen González, Serra, Solana, Chaves y demás Bonos cuando se ponen en plan teórico, no vale la pena ni hablar: es trabajo inútil. Porque lo suyo no son teorías, sino coartadas. Y se les da una higa que lo que dijeron ayer se contradiga con lo que aseguran hoy, porque en realidad piensan decir otra cosa mañana. Que en eso de mentir -reconozcámoslo- sí que son la mar de renovadores.
Javier Ortiz. El Mundo (27 de octubre de 1993). Subido a "Desde Jamaica" el 301 de octubre de 2011.
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