Martes, 11 de septiembre. La primera explosión en una de las torres gemelas del World Trade Center me pilló viendo la CNN, por casualidad, a eso de las 15:50. A partir de ese momento, he estado siguiendo horrorizado el relato del drama apocalíptico a través de cadenas de televisión y de radio de medio planeta.
Por supuesto que ignoro en qué acabará esto. Como todo el mundo.
Pero hay ya algunos puntos que ya me parece que están claros.
Primero: hay quien compara lo ocurrido ayer con el bombardeo de Pearl Harbor. El símil no es válido. En aquella ocasión, fue un Estado -Japón- el que lanzó el ataque. Además, asumió la responsabilidad. Aquí no creo que haya ningún Estado al que quepa culpar pero, en todo caso, doy por hecho que ninguno va a admitir la paternidad de lo sucedido. Es cierto que la organización del operativo terrorista ha sido de una frialdad y un cálculo impresionantes, pero no necesitaba de medios especialmente complejos. A diferencia de Pearl Harbor, esta vez los kamikazes también los ha puesto el atacante, pero la escuadrilla aérea la ha proporcionado EEUU, con su aviación comercial.
Segundo: aunque no se encuentre pruebas de que ningún Estado haya intervenido en la planificación del crimen, doy por hecho que los EEUU tomarán represalias. Bush se creerá obligado a hacer algo espectacular, por razones de consumo interno. Lo cual puede meter al mundo entero en una escalada bélica extremadamente peligrosa.
Tercero: en contra de lo que se está diciendo, el ataque terrorista múltiple de ayer no revela en absoluto que el plan de escudo antimisiles de Bush tenga sentido. Lo que evidencia es más bien todo lo contrario: los EEUU pueden tener la protección más poderosa contra un ataque bélico convencional y estar simultáneamente desprotegidos contra una ofensiva terrorista de este género.
Cuarto: una acción terrorista de enormes proporciones como la de ayer sería incomprensible sin contar con dos factores: de un lado, la insoportable arrogancia de la política del tándem Israel-EEUU en el Oriente Medio, que ha generado un clima de humillada desesperación en cientos de jóvenes nacionalistas árabes, dispuestos hoy en día a cualquier cosa, incluyendo la autoinmolación, y, del otro, la existencia de un mercado negro de armas y explosivos que se beneficia de la falta de control del comercio internacional que ha surgido como corolario de la globalización.
EEUU -el conjunto de Occidente- es un gigante con los pies de barro. O vamos pensando entre todos en cómo poner cimientos sólidos a esta sociedad enloquecida o el disparate puede conducirnos a la catástrofe general. Más vale que nos tomemos el hundimiento del World Trade Center como una trágica y sangrienta parábola.
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Escucho por la radio a varios presuntos expertos que aseguran que una acción terrorista como la de ayer es inconcebible sin la intervención del poder de algún Estado. Creo que tratan de ocultar -de ocultarse a sí mismos, tal vez- uno de los datos esenciales de lo ocurrido: que pudo hacerse con escasísimos medios materiales.
Alfonso XIII se dirigió en cierta ocasión al jefe de Policía responsable de su seguridad. «¿Hasta qué punto está protegida mi vida?», le preguntó. «Todo depende, señor», le respondió el otro. «¿Y de qué depende?», insistió el rey. «Del atacante. Si pretende acabar con la vida de Su Majestad y escapar incólume, es muy poco probable que lo consiga. Pero si le da igual morir en la acción, entonces, señor, tengo que decirle que, lamentablemente, es fácil que lo logre».
Reunido un grupo de terroristas dispuestos a ir a la muerte sin pestañear, los organizadores del atentado múltiple de ayer sólo necesitaban dos cosas más: concebir un buen plan y contar con activistas dotados de la cualificación necesaria para ejecutarlo. O tener los medios para entrenarlos.
El plan que forjaron -hay que reconocerlo- era técnicamente impecable. De una simplicidad pasmosa. Hoy en día es muy difícil introducir armas o explosivos en un avión. Pero no hace falta: el propio avión puede ser utilizado como misil. Y además sale gratis: paga la America Airlines. Estos improvisados misiles tienen otra ventaja decisiva: así como la defensa aérea norteamericana no dejaría de detectar cualquier proyectil que fuera disparado contra Nueva York o contra Washington, a los aviones comerciales se les permite pasar libremente a un palmo de los principales objetivos estratégicos (o simbólicos, como las torres gemelas del World Trade Center). Además, apenas transcurren unos segundos desde el momento en que el aparato se desvía de su ruta prevista hasta que impacta contra el objetivo. No hay tiempo para reaccionar y evitarlo (y además, ¿cómo evitarlo? ¿Abatiéndolo sobre las calles de Manhattan?).
Es cierto que, como apuntaba antes, la ejecución de un plan así precisa de activistas cualificados, capaces de pilotar ellos mismos los aviones. Porque sería absurdo tratar de obligar a los pilotos del propio avión a estrellarlo donde se les diga. Puestos a morir, lo harían desobedeciendo la orden de los asesinos.
De modo que lo que sí sabemos es que los organizadores de la masacre contaban con pilotos. A cambio, lo que no nos consta es si eran pilotos formados por medios convencionales -ex combatientes de Afganistán o de cualquier otra guerra- o si fueron especialmente entrenados para la ocasión. De todos modos, tampoco se piense nadie que el entrenamiento mínimo para pilotar un avión de pasajeros durante unos minutos implica hacer una carrera de cinco años. Un simulador de vuelo por ordenador y un buen maestro pueden resolver el problema en unos cuantos meses.
¿Adónde pretendo ir a parar con todas estas explicaciones? Al punto inicial: a la evidencia de la fragilidad de los grandes Estados modernos, incluyendo al mayor de todos. Tienen flancos fragilísimos. Un grupo no demasiado grande de gente decidida puede montar la de dios sin demasiada dificultad. No digamos nada si, además, cuenta con dinero, tal como está el mercado negro internacional de armas y explosivos.
Lo que nos conduce directamente a la conclusión siguiente: los EEUU hacen muy, pero que muy mal en adoptar actitudes de arrogancia suma, que provoca inevitablemente la desesperación de sus víctimas. Porque el mundo actual pone medios formidables a disposición de la gente desesperada y dispuesta a cualquier cosa.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (12 de septiembre de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 6 de junio de 2017.
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