Vitas Gerulaitis, tenista de pro en los 80, muerto en accidente el pasado lunes, era un capullo. O, mejor dicho, era otro capullo más de los muchos que produce el deporte de elite. De humilde cuna, los dólares se le subieron a la cabeza. Y, como la encontraron vacía, se instalaron en ella. Les pasa a muchos.
Hace unos años, ya en el ocaso de su carrera, Gerulaitis volvió momentáneamente a la fama tras lanzar un singular desafío público: él, que ocupaba el puesto 200 del ranking de la Asociación de Tenistas Profesionales, se declaraba capaz de vencer a la número uno del tenis femenino, Martina Navratilova. Explicó que lanzaba ese reto para demostrar que las mujeres ganan en el tenis cantidades que no se corresponden con su calidad.
¿Era que Gerulaitis no entendía las leyes del mercado y no se daba cuenta de que, si los organizadores de los torneos pagan así, es porque les compensa, o era que no sabía de tenis, sin más? Ninguna de las dos cosas. Le cegaba el machismo.
El tenis masculino es cada vez más muermo. En lo fundamental, consiste en que un caballero muy fuerte coge una bola, se concentra muchísimo durante muchísimo tiempo y, al final, justo cuando el espectador está a punto de caer en los brazos de Morfeo, lanza un castañazo brutal. Si la pelota entra en el rectángulo adecuado, lo más normal es que el otro forzudo que hay enfrente se limite a verla pasar a 200 km/h.
Aunque no siempre sucede eso. Con desdichada frecuencia, lo que ocurre es que la pelotita roza la red, y entonces (horror) hay que volver a empezar: nueva y no menos larguísima concentración, etc. Incluso cuando, por excepcional circunstancia, el bólido va al lugar adecuado y el rival logra devolverlo, la cosa tampoco cambia demasiado: dos o tres trallazos tremebundos mutuos y, hala, otra vez al mortal ritual del saque.
El tenis femenino, por fortuna, es otra cosa. Las mujeres sacan fuerte, pero a velocidad humana. Con lo cual el juego permite que se produzcan muchos intercambios de golpes interesantes, divertidos, en los que prima la habilidad sobre la fuerza, y que hacen las delicias del público, que paga a gusto por ver el espectáculo.
Gerulaitis podía vencer a golpe de misiles a Martina Navratilova. Y qué. Ganar no lo es todo. La fuerza no lo es todo. A algunos, las exhibiciones de fuerza y triunfo no nos conmueven gran cosa.
En realidad, lo que le ocurría a Gerulaitis es que estaba imbuido de dos de los principios que asientan el modelo social masculino: el valor supremo de la fuerza y la búsqueda de la victoria a cualquier precio. Eso le cegaba.
De lo que se desprende que su pretensión fue una perfecta bobada, pero únicamente porque hablaba de tenis. Si se hubiera referido a la política, por ejemplo, habría acertado. En política sí que vale más el que pega más fuerte.
Javier Ortiz. El Mundo (21 de septiembre de 1994). Subido a "Desde Jamaica" el 25 de septiembre de 2010.
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