Sólo la obnubilación que acarrea el fanatismo permite explicar que personas inteligentes, que se pretenden amantes de la libertad y defensoras de los derechos humanos, sigan dando la cara por el Gobierno de George W. Bush.
Las más recientes revelaciones sobre los métodos a los que la Casa Blanca está recurriendo en su presunta guerra contra el terrorismo internacional son anonadantes. De lo penúltimo que hemos tenido noticia es del funcionamiento de prisiones secretas diseminadas por medio mundo, en las que los gobernantes estadounidenses tienen encerrados -sin ninguna garantía jurídica, obviamente- a varios cientos de supuestos activistas de Al Qaeda. Ayer se supo que la CIA ha iniciado una investigación para determinar quién ha filtrado a la prensa la existencia de tales cárceles clandestinas. De modo que la noticia es cierta.
Al poco, nos hemos enterado de que el Ejército de los EE.UU. utilizó a finales de 2004, durante las operaciones destinadas a la ocupación de la ciudad de Faluya, bombas de fósforo blanco, al igual que MK77, un agente incendiario similar al napalm. El Pentágono admite que sus tropas utilizaron proyectiles de fósforo blanco, pero alega que lo hicieron «para iluminar las posiciones enemigas». Sin embargo, existen vídeos, fotografías y testimonios de periodistas y cooperantes que señalan que las bombas de fósforo fueron arrojadas sobre el casco urbano de Faluya.
Conviene recordar a los más olvidadizos que muchas de las bombas que los aviones de la Luftwaffe nazi dejaron caer sobre Gernika el 26 de abril de 1937 y que provocaron la práctica destrucción de la histórica villa y la muerte de la mayoría de sus pobladores iban cargadas precisamente con fósforo blanco, como las lanzadas por la U.S. Air Force sobre Faluya. El Pentágono ha aducido que se trata de un arma legal, pero miente, para variar: el portavoz del Comité de la ONU para la Prohibición de las Armas Químicas, Peter Kaiser, ha dejado claro que las bombas de fósforo blanco figuran entre las armas no autorizadas. Con razón, dada su tremenda crueldad: el fósforo se adhiere a la piel de cuantos se encuentran en un radio de 150 metros del lugar de la explosión y los asa vivos, sin dejarles posibilidad alguna de escapatoria.
Según los testigos, no menos de 800 civiles murieron en el ataque estadounidense contra Faluya.
Ahora resulta que en Irak sí había armas prohibidas: las que llevó el Ejército de los Estados Unidos.
Algunos tratan de justificar la inhumanidad apelando a la lucha contra la inhumanidad. Es inútil.
Tras la II Guerra Mundial, muchos alemanes excusaron su apoyo a Hitler diciendo: «De haber sabido...». El día de mañana nadie podrá alegar ignorancia cuando se recuerden los crímenes de Bush. Porque los hechos -los suficientes, al menos- están ya bien a la vista.
Javier Ortiz. El Mundo (10 de noviembre de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 17 de noviembre de 2009.
Comentar