Ya he expresado en alguna otra ocasión la admiración que me producen los muchos dirigentes políticos y comentaristas de actualidad que saben a la perfección lo que piensan y desean los ciudadanos de a pie, también conocidos como personas corrientes y gente normal. Dicen: «Los ciudadanos de a pie esperan...» y a continuación entran en detalles de una precisión pasmosa. Ayer le oí soltar a uno, muy serio: «Los ciudadanos de a pie esperan que Aznar convenza a Arzalluz...». Vaya con los ciudadanos de a pie. Qué politizados están. Y cómo confían en Aznar.
Me encantaría poseer esa fina capacidad perceptiva, pero ni Dios ni mis padres tuvieron el detalle de concedérmela. Por no saber, ni siquiera sé qué es un ciudadano de a pie. En la madrugada del lunes, escuché a Severiano Ballesteros decirle a José María García: «Yo soy una persona de a pie». Me dejó perplejo. La última vez que lo vi fue en un cruce de carreteras de Cantabria, y conducía un precioso Mercedes Benz. Me pareció una persona de a pie, sí, pero en el acelerador. (El célebre golfista se quejó amargamente también ante José María García porque durante dos años llevó una gorra con la leyenda Spain under the Sun y lo único que recibió a cambio fue, según recalcó, «un reloj de 2.500 pesetas». Debieron enviárselo con el precio puesto. O quizá lo hizo tasar).
Mucho antes de constatar las diferencias que existen entre mi persona y la del gran Severiano Ballesteros -sin ir más lejos: a mí no me molestaría nada que me regalaran un reloj de 2.500 pesetas pero, a cambio, jamás me pondría una gorra con el lema Spain under the Sun-, ya me temía yo que lo de ciudadano de a pie no iba por mí. Y no porque deteste andar -que también-, sino sobre todo porque nunca estoy de acuerdo con las opiniones y aspiraciones que, según los expertos en gente normal y ciudadanos de a pie, tienen éstos.
¿Será que yo soy muy raro? No lo pongo en duda: un tío que se pasa el día metido en un despacho («Medio a oscuras», me acaba de decir Pedro J. Ramírez, que me ha interrumpido mientras escribía esto) urdiendo opiniones sin parar y escuchando a Mary Coughlan, Christy Moore, Leonard Cohen, Charlie Haden, Mísia y gente así, un poquitín raro sí que parece. Pero es que la excepción no es sólo la mía: nadie entre la gente que conozco, y no es poca, encaja en el retrato del ciudadano de a pie que cada día nos sacan a relucir esos políticos y comentaristas.
También es casualidad.
Claro que hay otra posibilidad: que no exista ese unidimensional ciudadano de a pie del que hablan. Que tan gente normal sea la que opina A, como la que cree que es mejor B, como la que sostiene que lo ideal es C. Y que la una defienda A porque le conviene, y que las otras prefieran B o C por lo mismo: por variedad de intereses, en suma.
Porque lo que me cuesta mucho creer es que toda la gente normal sea, como pretenden los que la invocan sin parar, uniformemente reaccionaria.
Javier Ortiz. El Mundo (10 de septiembre de 1997). Subido a "Desde Jamaica" el 8 de septiembre de 2010.
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