De las reacciones políticas que ha merecido el cese de José María Setién como obispo de San Sebastián, la de más hondo calado, la que apunta más directamente al corazón del problema, ha sido sin duda alguna -una vez más- la de Carlos Iturgaiz.
Dijo anteayer el carismático líder del PP vasco que lo que tienen que hacer los obispos es llevar a los católicos «por el camino de la fe, y no por el de la política».
Ya era hora de que alguien tuviera la valentía y la necesaria lucidez para reclamar a la Iglesia católica española que se aparte de la política. Y, lo que es conditio sine qua non para lograr ese objetivo: de reclamar también a los políticos que se alejen de la Iglesia.
Tengo en la pared de mi estudio una antigua fotografía de aspecto fascinante, dicho sea menos por su relación con la fascinación que con el fascismo: se ve a un grupo de generales franquistas, tres obispos y varios clérigos saludando brazo en alto, a la manera falangista, a la puerta de una iglesia. Seguro que Iturgaiz estaba pensando en los muchos restos todavía vigentes de esa militancia fascio-religiosa de viejo cuño cuando avanzó su propuesta radicalmente laica.
Yo también pido a la Iglesia que no se meta en política.
En los muros de muchas iglesias españolas -no, curiosamente, en la diócesis de Setién-, hay placas de honor que, presididas por el yugo y las flechas, recuerdan a los «caídos por Dios y por España». La relación de nombres empieza invariablemente con el de José Antonio Primo de Rivera. Ordene ipso facto el Episcopado la retirada de esas placas. Aparte la política de las iglesias. Si no, Iturgaiz le dará para el pelo.
¿Y qué no decir de las muchas procesiones religiosas que año tras año encabezan los políticos, a veces incluso bajo palio? Díganles los obispos a esos señores que no vuelvan a presentarse, o la justa ira de Carlos Iturgaiz fustigará su intolerable actitud.
Estoy seguro de que, de un momento a otro, el jefe de filas del PP vasco denunciará la tradicional ofrenda que el Rey, cumbre de la estructura política del Estado, hace cada año al apóstol Santiago. Es una mezcolanza peregrina -y nunca más adecuado el adjetivo, tratándose de Santiago- entre lo político y lo religioso.
Por no hablar de la figura de los capellanes castrenses. Ahí ya no se amalgama la Iglesia católica sólo con la estructura política, sino incluso con la político-militar.
Es necesario acabar de una vez por todas con la atávica tendencia española a mezclar los caminos de la fe y la política. Alguien tenía que decirlo. ¡Bien por Carlos Iturgaiz! No sé qué sería de España sin él.
Javier Ortiz. El Mundo (15 de enero de 2000). Subido a "Desde Jamaica" el 22 de enero de 2012.
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