Oí hace tiempo a Vázquez Montalbán ironizar sobre su posición política. Dijo algo así: «En los 60 y los 70, los izquierdistas me acusaban de ser inaceptablemente moderado. Apenas ha cambiado mi modo de ver las cosas de entonces a ahora, pero el panorama político se ha escorado tanto hacia la derecha que en estos momentos paso por ser un terrible izquierdista». Es verdad. Aunque tampoco puede quejarse: por lo menos aún le hacen un sitio en el mapa. Aún está en el establishment. En cambio, la gente que rechaza de raíz el orden social vigente ha sido empujada poco a poco fuera del mapa. Ya no hay sitio para ella.
Eso no ha sucedido porque el sistema sea muy perverso y odie a los radicales -¿cuándo no nos ha odiado?-, sino porque la enmienda a la totalidad del orden establecido no responde a ninguna necesidad social visible, aquí y ahora. No hay sectores con peso notorio en la escena que se sientan identificados con esa crítica. Con lo cual, la expresión radical -no sólo política: también intelectual y cultural- está en vías de extinción.
IU está sufriendo ahora mismo los efectos de esa tendencia. En la medida en que se orienta hacia la crítica radical, oponiéndose al modo en que se está encarando la Unión Europea, por ejemplo, o rechazando la pauta neoliberal -que es común en último término a conservadores y socialistas-, ve bajar más y más la cifra no ya sólo de sus votantes, sino incluso de sus seguidores. La contradicción es insoluble, por la razón que antes decía: nuestra sociedad no reclama la existencia de una fuerza radical. Si IU quiere ser fuerza, no puede ser radical. Y si quiere ser radical, no será fuerza.
La única posibilidad que veo para salir de este círculo vicioso -no a corto plazo, pero tal vez sí a medio- está en el crecimiento intensivo que está adquiriendo la exclusión social. La nuestra es una sociedad satisfecha, como todas las occidentales, pero el confort de la mayoría instalada -que es la que opina, vota y se hace notar- se está logrando a base de desplazar a un contingente humano cada vez más nutrido hacia la periferia, hacia el exterior del sistema social. Jóvenes sin preparación técnica, inmigrantes, parados de larga duración... están conformando un nuevo proletariado, pero distinto radicalmente del viejo: mientras aquél era indispensable para el funcionamiento del sistema, éste no hace falta para nada. Ni siquiera para ser explotado.
¿Es ilusorio pensar que de ese amplio contingente puede surgir una nueva fuerza, primero social, luego política, que exija justicia? Quizá no. En Francia -tantas veces precursora de cambios-, ya se da por hecho el surgimiento de una nueva izquierda radical, que extrae su poder de la movilización de los excluidos sociales, del país invisible. En las últimas elecciones se hizo presente con un vigor que sorprendió a casi todos. Una parte de la intelectualidad se ha puesto ya decididamente de su lado.
Pero eso es Francia. España es diferente. Al menos desde 1789.
Javier Ortiz. El Mundo (4 de julio de 1998). Subido a "Desde Jamaica" el 14 de mayo de 2012.
Recuperamos este apunte a petición de Gonzaga. Muchas gracias.
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