Aproveché el comienzo de mis vacaciones en San Sebastián para atravesar la frontera. Baiona, Biarritz, San Juan de Luz: recuerdo de viejos tiempos al borde del Adour, bocadillo de camembert, parada en la Chambre d'Amour con la inevitable demie...
En Biarritz, junto al viejo Casino, bajo un terrible aguacero, encontré una muy aceptable tienda de discos. Me abastecí de viejas grabaciones perdidas o ya muy maltratadas por el uso: el Montand de Les Feuilles Mortes y el Chant des Partisans -días antes lo habíamos estado cantando en Madrid en pandilla-, Barbara, Maxime Leforestier -la voz del 68: compruebo que ha seguido componiendo grandes cosas-, Ferré, Brassens, Aufrey... y Jean Ferrat.
Hace 35 años que oí su voz por primera vez: era Nuit et brouillard, una canción sobre los deportados del nazismo. «Lo diré a ritmo de twist, / si se vuelve necesario, / para que los niños del mañana / sepan quiénes fuisteis», cantaba. ¡Twist! No lo hizo, menos mal: su música aguanta mucho mejor el tipo.
Allá por 1969 compuso Un jour futur. Decía: «Se ha levantado una primavera con color de incendio. / A cada grito viviente responden las granadas. / Hombres de 50 años: ¿qué habéis hecho del mundo?». Criticaba a los mayores, condenaba el presente, apostaba por el futuro: «El porvenir, el porvenir no estará maldito». Aquel muchacho airado cumplirá 62 años el próximo 26 de diciembre. Ah, el porvenir, siempre por venir.
La pregunta del joven Ferrat se vuelve contra quienes entonces maldecíamos a la gente instalada. Hombres de 50 años: ¿qué hemos hecho del mundo? Algunos muy poco. No nos han dejado. Es muy posible que para bien: siempre hemos alimentado ideas peligrosas. Otros lo han tenido en sus manos. Y lo han empeorado a conciencia.
Quizá la diferencia mayor entre la cólera de los jóvenes de hoy y aquélla que cantó Ferrat, que muchos compartimos, estribe en que nosotros estábamos convencidos de que íbamos a cambiar el mundo, y para bien. Ahora muy pocos creen algo parecido. Tienen más claras sus posibilidades.
Hacen mal en no engañarse. Hay que soñar para crear. Ferrat no cambió para nada el mundo, pero creó muchas canciones espléndidas, que es posible escuchar ahora con la misma emoción que entonces. Barbara no cambió nada, pero su Nantes o su Göttingen continúan estremeciendo. Brassens ni siquiera esperaba transformar la vida: su Morir por ideas, de acuerdo, pero de muerte lenta es hoy, sin embargo, más válido que nunca. L'Affiche rouge de Ferré es aún más viejo que yo, pero todavía es capaz de sacarme a pasear las lágrimas.
Ferré cantó: «Gracias, Satanás, por la toma de la Bastilla, aunque no sirviera para nada». Es inexacto: sirvió para mucho. Pero no para lo que querían quienes la asaltaron.
Lo mejor que queda en Francia -y sigue quedando mucho- no sería como es sin toda aquella gente brava y rebelde, como Ferrat.
Tampoco yo sería el mismo.
Javier Ortiz. El Mundo (18 de agosto de 1998). Subido a "Desde Jamaica" el 19 de mayo de 2013.
Comentar