Metido de lleno en la conclusión de un libro -es lo que los escribidores solemos hacer por estas fechas-, repaso la totalidad de lo que llevo escrito en el último curso: para El Mundo, para el Diario que llevo en Internet, para revistas varias, para charlas y conferencias... Me asusto yo mismo: de las cerca de 600 páginas que completo, casi la mitad tienen que ver con el problema vasco.
Es a todas luces excesivo.
Me pregunto sobre qué hubiera escrito, caso de no existir eso que los pedantones de mi tierra llaman «el contencioso». Concluyo que me hubiera animado a hincar el diente en serio a muchas otras realidades, problemas y conflictos, locales y foráneos: la inmigración, la crisis alimentaria, la errática Unión Europea, esa nebulosa que se dice «la izquierda», el fraude de la narrativa española actual, las mujeres afganas (y los monumentos afganos), el patético estado de la enseñanza pública en China, el Sáhara preterido, la deprimente Federación Rusa, el terrorismo en América Latina, los sin tierra de Brasil, los indígenas de México, la coña del sistema financiero internacional y de las nuevas tecnologías, El Ejido, la singular sintaxis y el creciente malhumor de Aznar, el abandono del África subsahariana... Y la sexualidad juvenil, y la sexualidad senil, y los teléfonos móviles, y los juegos de ordenador, y el tabaco, y el porvenir de Iberia, y las cuentas de Arias Cañete...
De casi todo eso he dicho algo, pero ¡tan poco! A cambio, he estudiado con lupa todos los comunicados de ETA, he analizado mil veces los debates internos de HB y EH, he pasado por el tamiz cada gesto de Mayor Oreja, he entrado al trapo de todas las polémicas sobre Lizarra, el PNV, Udalbiltza, el pacto PP-PSOE, las manifestaciones en pro y en contra...
Si aún fuera cosa exclusivamente mía, con hacérmelo mirar podría estar todo resuelto. Pero es que la proporción -la desproporción- alcanza dimensiones colectivas. Varía lo que unos y otros decimos; no de qué hablamos.
Euskadi es un gran problema, sin duda. Varios grandes problemas. Pero el conflicto vasco es también la tapadera que oculta un sinfín de otros problemas, igual de importantes -o más- para la existencia concreta de millones de humanos, de aquí mismo o de justo al lado, que es ya lo mismo.
Haría de tripas corazón y volvería una y otra vez a la carga con el monotema si pensara que insistiendo en él iba a conseguir algo: algún avance, una cierta aproximación, una mano tendida, algo de raciocinio, una pizca de sensatez. Pero es que, además, ni eso.
Así que para qué. Casi mejor dedicarse a hablar más del resto de la vida.
Y de todas las demás muertes.
Javier Ortiz. El Mundo (14 de marzo de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 15 de marzo de 2012.
Comentar