Veo las colas que se formaron ayer ante algunas sucursales de bancos y cajas de ahorro -eso que mis colegas cursis llaman «las entidades bancarias»- y confirmo mis más hondos prejuicios: hay un montón de europapanatas.
Salvo para quienes regentan establecimientos públicos, no hay ninguna prisa por tener euros. Todo cabe pagarlo todavía en pesetas, o mediante tarjetas de débito. A uno le basta con mantener su actividad normal para quedar instalado en el euro sin el menor problema en el plazo de pocos días. ¿Qué necesidad puede tener de pasarse un montón de tiempo bajo el frío invierno para hacerse con los billetes de la nueva moneda?
No voy a hacer la crítica de la moneda única, que priva a los gobiernos europeos de uno de los mecanismos de defensa más eficaces que existían: la devaluación. El ajuste de la paridad monetaria servía de fusible para muchos cortocircuitos económicos. Ya será imposible servirse de él. Sí me parece de rigor cachondearme de ese euroentusiasmo ante una nueva realidad que, de momento, el único efecto que ha tenido es un aumento masivo de los impuestos indirectos -perdón, de las tasas- y unos redondeos escandalosos al alza de los precios.
«Cuanto antes se aclimate uno, mejor», oigo en la radio a un ciudadano que hace cola. Cuanto antes se aclimate, ¿a qué? ¿Al frío?
Con gente tan analítica y racional, no me extraña nada que personajes como Aznar estén en lo más alto de la consideración social.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (2 de enero de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 19 de febrero de 2017.
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