Escucho a Ángel Acebes entonar por enésima vez la salmodia: la culpa de las infinitas tragedias que acompañan a la inmigración ilegal es de quienes se lucran con el negocio de las pateras.
Es falso. El Gobierno de España se sirve de dos vías para eludir sus responsabilidades.
Primero, sitúa el origen del problema en el exterior, achacándoselo a los negociantes de las pateras y a Mohamed VI, al que culpa de tolerar esas actividades ilícitas. Por supuesto que los unos y el otro son culpables. Pero no es verdad que sea suya la culpa, es decir, toda la culpa. La oferta depende de la demanda: si nadie en España -y en Europa- aceptara mano de obra ilegal, el negocio de las pateras se iría a pique.
Las autoridades españolas se defienden también alegando que ya han puesto en marcha todas las medidas legales y represivas que estaban a su alcance, por lo que no cabe reprocharles nada. Pero no dicen que las medidas que ponen realmente en práctica son las que tienen a los propios inmigrantes como objetivo, lo que viene a ser tan absurdo como tratar de cortar una cadena serrando su último eslabón.
Hay oferta de mano de obra ilegal porque hay demanda de mano de obra ilegal. Y hay demanda de mano de obra ilegal porque florece la producción ilegal. De cumplir eficazmente con su cometido los organismos estatales de inspección laboral -de detectar con rapidez las infracciones y sancionarlas severamente-, los empresarios desaprensivos se buscarían otros modos de minimizar los costes. Claro que, si el Gobierno de Aznar actuara enérgicamente por esa vía, es harto probable que le surgieran problemas electorales de importancia en algunas zonas cuya economía -cuyo empresariado- florece alegremente gracias a técnicas de contratación más que discutibles. Problemas que, como pusieron de manifiesto los acontecimientos de El Ejido, el PP no quiere tener bajo ningún concepto.
En donde podrían ser eficaces no hacen prácticamente nada, y en donde actúan con mucha energía -con demasiada, muy a menudo- no hacen sino rozar la superficie del problema. Supongo que a propósito, para no molestar más que a los molestables.
En lo que el partido del Gobierno está teniendo un éxito pleno, en cambio, es en el fomento de actitudes sociales de creciente hostilidad hacia la inmigración, en general, y hacia la procedente del otro lado del Estrecho, en particular. Gracias a su machacona propaganda, más de la mitad de nuestros conciudadanos piensa que aquí sobran inmigrantes -cuando la tasa española de población laboral extranjera es de las más bajas de Europa-, cree que la inmigración constituye un problema gravísimo y reconoce que mira con antipatía a los norteafricanos. Eso sí: todo ello desde la más estricta moderación.
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Nota.- Cuando envié ayer este texto a El Mundo para su publicación hoy en forma de columna, adjunté un aviso sobre la conveniencia de repasar mis escritos, por si se me cuelan pifias. Que se dé por hecho que yo no cometo faltas es halagador, pero imprudente, porque las cometo. En recientes columnas, sin ir más lejos, se me escaparon dos, que salieron publicadas: un «hoy» por un «ayer» -culpa de la traslación del Diario- y un «trapecerías», en lugar de «trapacerías». Siguiendo, pues, mis instrucciones, ayer corrigieron el texto de mi columna, y donde yo había titulado «Estrecho de miras», haciendo un juego de palabras entre la cortedad de miras del Gobierno y el Estrecho de Gibraltar, ha aparecido hoy un «Estrechos de miras», en plural.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social y El Mundo (3 de agosto de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 14 de enero de 2018.
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