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1996/01/27 07:00:00 GMT+1

Esto no es un juego

Estamos en Versalles. Finura. Exquisitez sublime. Distinción a raudales.

-Ahí tiene al duque D'Anjou, ma chère -dice él-. He oído que la semana pasada mató a cuatro sirvientes con sus propias manos porque no supieron decantarle debidamente el borgoña.

-¿De veras? -responde ella-. ¿Un poquitín riguroso, peut-être?

Aquí estamos en las mismas: «Me honro con la amistad de Barrionuevo», afirma un reputado antifelipista. Y añade: «Tengo la certeza de que, si hizo lo que hizo, fue porque González se lo ordenó. El no es el verdadero culpable». Y otro, éste abierto propagandista del PP: «No me cabe duda de que Barrionuevo es un hombre íntegro y honrado, aunque parece evidente que cometió un error».

¡Qué control del tropo, qué dominio de la sinécdoque han alcanzado los nuevos cortesanos de la derecha! La organización de una banda terrorista se les queda en un púdico «lo que hizo», dirigir esa banda se les antoja mero «error» -como si el ministro se hubiera equivocado en una suma, o cosa así- y, en fin, no tienen empacho en atribuirle simultáneamente la condición de criminal -puesto que lo consideran culpable- y la de «hombre íntegro y honrado».

¿Qué será la honradez para esta gente? ¿Dónde establecerá su moral la frontera entre el error y el crimen?

«Es necesario reestablecer las reglas del juego democrático», tercia otro. Pues bien: no. Lo que hace falta es dejar de considerar la democracia como un juego. Cuando se trata de la vida y el destino de personas, cuando el balance de la acción política se escribe con sangre y sufrimiento, no hay juego que valga.

«Lo vuestro con González raya ya en la obsesión», me protestan algunos.

No raya: es obsesión. Reconozco abiertamente que me obsesiona conseguir que se proclame por fin la indignidad social y política de ese individuo. Que sea condenado al ostracismo, al modo de la Grecia clásica: que la colectividad le dé la espalda y lo repudie. Y seguiré escandalizándome cada vez que alguien me proponga hacer balance de la carrera política del personaje en cuestión «haciendo abstracción de lo de los GAL». Después de ver los cadáveres de Lasa y Zabala, ¿con qué estómago discutir de infraestructuras? ¿Cómo departir sobre autocarteras y tipos de interés con el recuerdo vivo de Segundo Marey atado a un catre mugriento por orden de Su Excelencia? ¿Con qué cara le contamos al hijo de García Goena que nuestra política «hace abstracción» de la bomba que acabó con su padre?

«Esto no es un libro. Quien vuelve sus páginas toca a un hombre», escribió Walt Whihman. Quien quiera volver la página de los GAL, como Aznar pretende, debe saber que no es papel lo que sostiene en las manos: que es inmundicia, crimen, depravación. Y eso no se vuelve. Eso se limpia.

Aquí no necesitamos salones de Versalles, sino audiencias públicas.

Javier Ortiz. El Mundo (27 de enero de 1996). Subido a "Desde Jamaica" el 30 de enero de 2011.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.1996/01/27 07:00:00 GMT+1
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