Siento una profunda antipatía por el primer ministro italiano, Silvio Berlusconi. Una antipatía que va mucho más allá de la radical hostilidad ideológica. Soy alérgico a su atildamiento señoritil, a su frivolidad de malcriado y, muy particularmente, a su supuesta simpatía, que me da cien patadas.
Pero me parece un disparate inconmensurable que todo el mundo -una vez excluidos los que cobran por hacerle la pelota- se lance contra él porque ha salido a navegar con un pañuelo blanco en la cabeza. Se comportan esos críticos de Berlusconi conforme a la lógica de la célebre boutade atribuida a Oscar Wilde (falsamente, supongo, como casi todas las que se le atribuyen): «Se empieza asesinando y se acaba cometiendo faltas de ortografía».
Que, después de las infinitas tropelías que ha cometido Berlusconi en Italia y fuera de Italia, se le lancen a la yugular porque se ha puesto un pañuelo en la azotea, es para cagarse.
Vamos a ver: si don Silvio quiere tocarse con un pañuelo, ¿qué mal hay en ello? Dicen que no resulta estético. ¿Y dónde han encontrado ellos el secreto de lo que es estético y lo que no? A mí los trajes carísimos que suele llevar normalmente me parecen un horror, con ese estilo tan suyo, propio de un Mario Conde con menos cárcel y más años. ¿Y qué? ¿Qué sentido tiene poner a caer de un burro a un cercenador de las libertades cercenando su libertad de vestir como le venga en gana?
Me ha llamado la atención que los críticos italianos del look fotográfico de Il Cavaliere, algunos de izquierda sedicente -que no sediciosa-, se las hayan arreglado para retratarse de paso ellos también, desnudando sus miserias ideológicas. Uno, del diario Il Foglio, ha dicho que el atuendo del primer ministro era propio «de esposa de notario en jornada playera» (atención: no de notario; ¡de esposa de notario!). Otro, éste del prestigioso Corriere della Sera, ha preferido dar a su crítica un toque entre clasista y racista y ha escrito que el pañuelo blanco de don Silvio era «digno de un vendedor de alfombras en una fiesta de camellos magrebíes».
Es espantosa la cantidad de críticas hueras que inundan el mercado mediático. A cambio, se dejan pasar pifias que son de aúpa. Todavía estoy por ver que alguien haya puesto en su sitio al clasista Rajoy, que el otro día trató de ridiculizar a un diputado socialista que había afirmado que no tenía interés en escuchar lo que Aznar pudiera declarar sobre el 11-M, diciendo en tono de sarcasmo que tal vez el diputado del PSOE prefería hablar «con un portero de Alcalá de Henares».
Pues, le digo la verdad, don Mariano: no sé yo el diputado, pero éste que suscribe es la mar de probable que prefiriera hablar con cualquier portero, de Alcalá de Henares, de Cintruénigo o de San José (California), a nada que no sea tan envarado, carca, soso y aburrido como su (¿ex?) jefe.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (19 de agosto de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 25 de junio de 2017.
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