Pocos Estados europeos tan diferentes como Suiza y España: se tiene a los suizos por pulquérrimos, incapaces de tirar ni una brizna de papelín al suelo, mientras que por aquí la marranería es norma de obligado cumplimiento público; los helvéticos no son precisamente el prototipo universal de la diversión y la alegría, en tanto los españoles pasamos por ser profesionales de la juerga y el sarao; ellos charlan quedo, aquí el que no discute a voces -pobre de mí- parece extranjero...
Son diferencias tópicas, que salen a relucir cada vez que se habla de los dos países. Pero existe otro hecho diferencial entre España y Suiza, todavía más llamativo que los anteriores, que nunca he visto citar. Me refiero a lo opuestos que son sus nacionalismos respectivos.
El nacionalismo suizo se expresa frente al exterior. Los suizos han mostrado siempre un interés más bien escaso -tirando a nulo- por participar en organizaciones que limiten su soberanía. No están en la Unión Europea, ni en la OTAN. Por no estar, ni siquiera están en la ONU: rechazaron de plano tal hipótesis en 1986, en un referéndum de esos que Suiza organiza cada dos por tres (otra diferencia) y cuyos resultados son vinculantes (y otra más). En cambio, de puertas para adentro, el Poder central suizo es mínimo: los cantones ejercen casi todas las funciones que no deben ser gestionadas obligatoriamente en común. Los problemas que les ha planteado su sistema político confederal los han resuelto siempre ahondando aún más la autonomización: cuando el Jura se puso tonto, allá por los 60, optaron por crear otro Estado (el de Basilea-Campaña), y se quedaron tan anchos (o tan estrechos).
El actual nacionalismo español se sitúa en el extremo contrario. A los nacionalistas españoles les ponen de los nervios las reivindicaciones autonomistas. ¿Que la Generalitat quiere controlar el tráfico? Bronca. ¿Que aspira a un sistema fiscal como el de los territorios forales? Más bronca. ¿Que el Gobierno de Vitoria reclama las transferencias fijadas en el Estatuto de Autonomía que todavía siguen pendientes? Se cierran en banda. Pero, a cambio, no dicen ni pío cuando el Estado español cede sin inmutarse más y más parcelas de soberanía a la Unión Europea o a la OTAN. ¿Que la defensa militar de España pasa a depender de Washington? Tanto da. ¿Que el Gobierno de España pone su política económica en manos de la UE, o sea, en manos de los grandes de la UE? Fantástico. Sólo les preocupa que Madrid pierda poder cuando se lo entrega a Barcelona, o a Vitoria. Pero, si se lo regala a Washington o a Bruselas, les parece de perlas.
No siento la más mínima envidia por el sistema suizo. Bueno, me gusta lo de la limpieza, y lo de que no hablen como si los demás fueran sordos, y también su apego a las consultas populares vinculantes. A cambio, su aislacionismo me parece exagerado. Y sus bancos, temibles. Y su industria armamentista, de pánico. Pero tampoco soporto el nacionalismo español, cicatero con sus pequeños países y lacayuno con las grandes potencias.
Javier Ortiz. El Mundo (17 de enero de 1998). Subido a "Desde Jamaica" el 20 de enero de 2012.
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