Es probable que se acabe imponiendo el plan del G-8 para Kosovo, pese a que no representa ni la definitiva caída de Slobodan Milosevic ni una paz segura para la población albano-kosovar. Pero se equivocan quienes afirman que eso supone que Clinton renuncia a lograr los objetivos que se marcó al iniciar la guerra. En realidad, los fines que pretendía cuando la desencadenó -algunos lo denunciamos desde el principio- tenían una relación tan sólo lateral con Milosevic y Kosovo. Le sirvieron de excusa.
Lo que perseguía era subordinar a la UE, establecer que Estados Unidos también tiene derecho a ejercer de policía transfronteriza en el Viejo Continente y cortar por lo sano con toda veleidad europea de constituir una fuerza militar independiente. Desde ese punto de vista, la pervivencia del régimen de Milosevic puede incluso convenir a su interés: mientras haya bandidos en el vecindario, su policía tendrá una coartada ad hoc para seguir patrullando. EE.UU. contará con una especie de Irak europeo al que atacar cada vez que les pete.
Se ha dicho que lo que William Clinton quería demostrar es que en Europa no puede haber más fuerza militar decisiva que la OTAN. No solo. También aspiraba a dejar establecido que la OTAN funciona con una estricta jerarquía de tipo piramidal. Arriba, en la cumbre, está el alto mando de Washington. O sea, él. Justo debajo, los países que aún pintan algo: Gran Bretaña, Alemania y Francia. Al resto le toca hacer de base. Como dijo el general Clark: «No se puede dirigir una guerra entre diecinueve». Y, como no se puede, no lo han hecho. Ellos se la han guisado y ellos se la han comido, dejando a los gobiernos de tercera, como el español, la función de meros comparsas.
Lo que más me preocupa del papel obviamente subordinado que ha cumplido el Gobierno de Aznar en esta guerra es la repercusión interna que eso pueda tener.
Les ocurre a los gobernantes a veces como a muchos maridos y padres: que tratan de compensar su nula autoridad extradoméstica -en el trabajo, o ante los amigos- abusando del poder que tienen en su casa. Temo que a Aznar le pase ahora como le sucedió a González tras la Guerra del Golfo: que quiera desquitarse de la constatación de su falta de peso exterior con una exhibición de autoridad local.
Es un mecanismo de desahogo psicológico que es doblemente peligroso, por inconsciente.
Anteayer escuché ya un par de declaraciones del presidente del Gobierno -una sobre la paz en Euskadi y otra sobre las demandas autonomistas- que destilaban mala uva. Y muchas ínfulas.
Todavía nos va a convertir en otro daño colateral de la OTAN.
Javier Ortiz. El Mundo (8 de mayo de 1999). Subido a "Desde Jamaica" el 13 de mayo de 2011.
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