Se atribuye a no menos de diez históricos políticos -eso sí, todos británicos- una afirmación tan solemne como rotunda, dicha en el calor de una pugna parlamentaria:
-No estoy de acuerdo con usted -dicen que dijo el que fuera-, pero daría mi brazo para que nadie pueda privarle jamás del derecho a decirlo.
He oído variantes de la frase que dejan la oferta en el brazo izquierdo, específicamente, o incluso en una mano. No creo que eso sea lo esencial. Para mí que lo que vale es la idea. Así se hubiera mostrado el hombre dispuesto a la amputación de un escuálido y reumático meñique.
Dijéralo quien lo dijera, si se dijo algo así fue, en todo caso, en tiempos en los que el liberalismo, aparte de una coartada económica destinada a justificar todas las ambiciones y alguna más, representaba también una posición política, y hasta filosófica, basada en el principio de que la feliz convivencia es, en términos generales, mucho más deseable que la Verdad. Una conclusión de lo más inteligente, porque cualquiera puede constatar que la Humanidad ha conocido muchísimas Verdades Absolutas olvidadas al cabo del tiempo -quiero decir: recordadas sólo por los enormes camposantos que dejaron a su paso-, pero apenas ha vivido periodos prolongados de convivencia pacífica y normal entre gente entretenida en vivir y dejar vivir a los demás en paz.
Ahora no se lleva en absoluto esa actitud, tolerante y permisiva. Lo corriente es toparse con gente dispuesta a dar tu brazo, e incluso tu cabeza, para que alguien te prive rápidamente del derecho a seguir hablando. Por haber, hasta los hay que reclaman nerviosos que les corten también todo lo que haga falta a quienes cometen el nefando crimen de no taparte la boca a toda velocidad.
Hemos llegado al punto, realmente tragicómico, en el que, en nombre de la permisividad y el pluralismo, te exigen que te metas la lengua por donde te quepa y la dejes ahí hasta que el Divino Hacedor decida ejercer contigo de humano deshacedor. «¡O aceptas nuestro ejemplar régimen de convivencia o te vas a enterar, pedazo de cerdo!», te vienen a decir estos liberales de nuevo cuño, dispuestos a hacer vigentes las razones por las que los romanos pontífices del XIX condenaron sin paliativos el liberalismo como sistema de pensamiento.
Llevo varios meses defendiendo el derecho del Gobierno vasco a presentar su proyecto de nuevo estatuto de convivencia entre Euskadi y el resto de los pueblos de España. «¡Porque es tu proyecto!», me gritan hasta dejarme sordo. Pues no. No es el mío. Pero da igual, porque lo que estoy defendiendo no es lo que propone Ibarretxe, sino el derecho de Ibarretxe y el PNV a proponer lo que les parezca mejor.
Lo diré de otro modo, en homenaje a los viejos tiempos evocados al principio de estas líneas. Señor Ibarretxe: no estoy de acuerdo con una parte de su plan, y lo criticaré cuando llegue el momento. Pero daré mi brazo porque usted tenga el derecho de presentarlo, en su propio nombre y en el de los cientos de miles de personas que lo respaldan.
Eso, sin más.
Javier Ortiz. El Mundo (26 de noviembre de 2003). Subido a "Desde Jamaica" el 15 de abril de 2018.
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