Recuerdo que en las viejas cartillas militares -no sé en las de ahora- había un apartado en el que se dejaba constancia del valor del soldado. Y, como la mayoría de los que pasaban por la mili no tenían ocasión de probar si eran valientes o no -por fortuna para ellos-, el Ejército, cuando los licenciaba, inscribía en la casilla de marras: «Valor: Se le supone».
Lejos de aquel rito formalista, en la hoja de servicios del teniente coronel del Cuerpo Jurídico José María Sánchez Silva habría que escribir con letras de oro: «Valor: Infinito». Y condecorarlo con la Gran Cruz Laureada de Mérito Ciudadano, que no existe, pero que deberían crear para la ocasión.
El teniente coronel José María Sánchez Silva ha salido con el pecho descubierto a a arrostrar el fuego enemigo. Como dirían los de su gremio: con un par.
El teniente coronel José María Sánchez Silva es un hombre de los de verdad, que se niega a ocultar la realidad de su digna existencia detrás de los perifollos con los que se maquillan tantos de los de su profesión, travestidos de ratas de alcantarilla, disfrazados de machotes de opereta.
Dice el teniente coronel que, tras haber proclamado a los cuatro vientos que es homosexual -me niego a escribir «confesado»: aquí no hay delito alguno-, ha sentido en su cuartel «un silencio pesado como una losa».
Es el silencio de los corderos. El de los hipócritas. Téngalo por seguro: aunque quienes le ofenden no lo sepan, no se avergüenzan de él, sino de sí mismos. Y con muy sobrados motivos.
No soy homosexual. Tampoco soy de Cáceres. Ni rubio. Ni alto. Ni diestro. Cada cual es como lo han hecho los genes, la vida y su propio esfuerzo. Pero no acepto que a nadie se le haga el vacío por ser de Cáceres, ni rubio, ni alto... ni homosexual.
No me he visto jamás obligado a vivir en un cuartel (fui insumiso precoz), pero cuento con amigos militares que me han contado lo que puede ser eso. O lo que ha sido hasta hace cuatro días, si es que no lo sigue siendo.
Me sé de uno al que, como al Don Friolera de Valle-Inclán, sus compañeros de galones lo llevaron por la calle de la amargura porque se negaba a vengar los cuernos que decían que le había puesto su mujer. Y de otro al que le dieron la espalda porque se separó de su legítima y empezó a vivir con otra señora.
Una mujer de militar me contó que, ya avanzada la Transición, en el cuartel en el que vivía con su marido murmureaban que era una puta de tomo y lomo... ¡porque compraba El País! Qué gentuza.
Le digo hoy al teniente coronel Sánchez Silva lo que en mi vida he aceptado decirle a ningún militar: considéreme a sus órdenes.
Javier Ortiz. El Mundo (6 de septiembre de 2000). Subido a "Desde Jamaica" el 10 de septiembre de 2010.
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