No consigo entender a Rodríguez Zapatero.
A veces porque lo que dice carece de sentido. Por ejemplo, ayer afirmó que, si el PSOE es el partido más votado en las próximas elecciones, eso significará que tiene el respaldo de la mayoría de los españoles. No piensa lo que dice. Si se parara a meditar en ello, aunque fuera sólo un momento, se daría cuenta de que son dos cosas totalmente diferentes: para que el PSOE sea el partido más votado, le puede bastar con recibir algo así como nueve millones de votos; en cambio, para contar con el respaldo de la mayoría de los españoles le haría falta tener de su lado al 50% más uno, no ya de los sufragios, sino de las simpatías. Incluidas las de los niños, los no censados, los abstencionistas y los privados del derecho de sufragio por sentencia judicial. O sea, bastante más del doble.
Lo que él quería decir -supongo- es que, en el caso de que el suyo sea el partido más votado, se considerará legitimado para formar Gobierno.
Pero es que eso tampoco lo entiendo. ¿Qué quiere insinuar? ¿Que no son legítimos los gobiernos formados por una coalición en la que no figura el partido más votado? Por supuesto que lo son. Tanto más en una realidad política en la que todas las derechas identificadas como tales se integran en un solo partido. En España hay decenas de municipios gobernados por coaliciones en las que no está el partido que sumó más votos.
La única explicación que le encuentro a esta limitación que se autoimpone Zapatero es que quiere dejar sentado que renuncia a gobernar al frente de una gran coalición que englobe tanto a IU como a los principales grupos nacionalistas. Aceptemos que esa perspectiva no le vuelva loco. Pero, ¿por qué tiene que renunciar a ella de antemano? ¿Y si luego resulta que Rajoy le aventaja sólo por un voto en el cómputo total? Por lo demás, la condición que se impone ni le asegura ni le libra de nada. En un sistema parlamentario como el español, en el que la traducción de votos en escaños dista de ser automática, cualquier eventualidad es posible: puede tener más votos que Rajoy y encontrarse en una posición parlamentaria incomodísima, necesitado de toda suerte de pactos.
De modo que su proclama es -sólo puede ser- un gesto para la galería.
Pero hay que preguntarse a qué clase de galerías hace gestos Zapatero. Porque lo que quiere dar a entender con todo esto es que no está dispuesto a conseguir el Gobierno gracias a los nacionalistas periféricos, pasando a depender de ellos. Es decir: no le preocupa que puedan acusarle de estar presto a echarse en los brazos de Izquierda Unida, con tal de que quede claro que no hará negocios con la anti-España.
Es el fantasma de Calvo Sotelo (José, el de la República) el que vuelve a visitarnos: «Prefiero una España roja a una España rota».
Es ridículo. Es ridículo el argumento y es ridículo también Zapatero por creer que un gesto como éste va a neutralizar las acusaciones demagógicas del PP. Al PP le da lo mismo lo que diga o deje de decir el líder socialista, porque sabe que la mayoría de sus eventuales votantes pasa de estas sutilezas y se queda con la sal gruesa. Así que le seguirán acusando de lo que les dé la gana, esté justificado o no. Y él habrá quedado comprometido por una promesa absurda.
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Nota.- Me preguntaba ayer por qué el PSOE no le ha montado un pollo a Zaplana denunciando la bochornosa utilización que hace del Ministerio para su promoción personal en estas vísperas electorales. Un lector de Andalucía me aporta la respuesta: el PSOE tiene que estar calladito porque todos los consejeros del Gobierno de Chaves -y también los de Rodríguez Ibarra y los de Bono, se supone- están haciendo lo mismo: gastarse el dinero del erario en su promoción política personal.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (19 de enero de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 7 de mayo de 2017.
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