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1997/08/16 07:00:00 GMT+2

«¡Escucha, Galindo...!»

El Mundo relató ayer el fondo de la conversación telefónica que mantuvieron Bayo y Galindo poco antes de que aquél se decidiera por fin a cantar. Relató el fondo, ya digo, pero no la forma. No contó -éste es un diario muy púdico, en realidad- que Felipe Bayo empezó la plática con un sonoro: «¡Escucha, Galindo, hijo de puta!».

Yo tampoco soy nada dado a escribir palabras malsonantes -ni siquiera a decirlas-, pero en este caso me parece que interesa dar cuenta de ellas, porque el insulto forma parte esencial del escenario. En efecto: que un simple número, un guardia civil de base, se permita dirigirse a un general en términos tan gruesos, y que el general no le responda con una voz de aquí te espero o le cuelgue el teléfono después de devolverle el insulto multiplicado por mil, resulta de lo más clarificador. Demuestra que el general en cuestión tenía miedo de que su interlocutor se enfadara todavía más.

Menuda escena: todo un general, cargado de medallas y honores, sumiso ante el desplante de un agente.

Siempre he denostado a quienes dicen que lo peor de los GAL no es lo que hicieron, sino lo mal que lo hicieron. Como si matar sin dejar rastro fuera estupendo. Pero eso no quita para que esté de acuerdo en que lo hicieron de rematada pena. Es obvio que se veían tan seguros, tan inmunes, tan protegidos a todos los niveles -insisto: a todos-, tan blindados por los poderes del Estado, que ni siquiera se les pasó por la cabeza que debían tomar precauciones. De modo que apenas tomaron ninguna. Se lanzaron a la guerra sucia en alegre tropel, cada cual por su cuenta, rivalizando unos servicios policiales con otros, prescindiendo de coordinarse, metiendo en danza a la intemerata de gente, olvidando las normas más elementales de la clandestinidad.

Se atrincheraron en un castillo de naipes. Para que empezara a caerse, bastaba con que alguien diera el soplo. Fue lo que pasó.

Nos tocó asistir entonces al bochornoso espectáculo de unos jefes que, para tratar de salvarse ellos, optaban por sacrificar a los más parias de sus subordinados: Amedo y Domínguez primero, Dorado y Bayo después. Unos jefes felones que, para más recochineo, se permitían largar luego pomposas peroratas públicas sobre su honor, su sacrificio abnegado y sus servicios a la Patria.

En ambos casos ha acabado por ocurrir lo mismo. Es probable que Bayo no sea precisamente Einstein, pero sabe sumar dos y dos. Igual que Amedo hizo la suma, la ha hecho ahora él. Y ha comprendido que las promesas que le hicieron para que aceptara el sacrificio eran filfa. Que sus jefes siguen fuera, y él dentro, y para rato.

Entiendo los insultos de Bayo a Galindo. Lo que no entiendo -o sí, pero me parece mal- es que tuviera que llamarle por teléfono para soltárselos. Debería poder decírselos a la cara. En el patio de la cárcel. De preso a preso.

Javier Ortiz. El Mundo (16 de agosto de 1997). Subido a "Desde Jamaica" el 19 de agosto de 2010.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.1997/08/16 07:00:00 GMT+2
Etiquetas: preantología el_mundo 1997 galindo bayo gal | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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