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2003/01/08 06:00:00 GMT+1

Escritores en la indigencia

José María Gironella se marchó para el otro barrio no sólo persuadido de que los cipreses creen en Dios, sino también con la convicción de que los actuales lectores somos, decididamente, unos ingratos.

Parece que dejó una carta echándonoslo en cara.

El personal es de una falta de realismo espantosa. Este Gironella, que fue en vida un pesado de tomo y lomo -franquista y aburrido: tócate las narices-, no entendía que su obra no siguiera vendiéndose como churros, lo que le obligaba a vivir en una casa normalita, llevando una vida normalita. Se ve que el hombre no fue en su momento consciente de que sus mamotréticas y soporíferas novelas se vendían porque no había falangista o aspirante a falangista que pudiera permitirse el lujo de no tenerlas en el estante del salón, junto a la foto del Generalísimo, la imagen del Sagrado Corazón, la bendición apostólica de Su Santidad (Pío XII, a la sazón) y el cuadro de los jabalíes abrevando en el consabido manantial de la pradera.

Dicen que Franco exclamó, tras leer -o decir que había leído- aquello de Los cipreses creen en Dios: «¡Así fue nuestra Cruzada!». Lo cuento por si alguien tuviera la intención de acercarse al libro fuera de un programa específico de análisis de patologías psicosociales agudas.

De haber recibido el franquismo el juicio oficial que merecía -como lo recibió el salazarismo, explícitamente repudiado por la vigente Constitución Portuguesa-, los tipos como Gironella las habrían pasado canutas. Yo nunca he estado con quienes quisieron impedir a Leni Riefenstahl que continuara con su trabajo de fotógrafa audaz y maravillosa, acusándola de haber mantenido una buena relación con Hitler. Que se sepa, Riefenstahl no participó en la comisión de ningún crimen. Tampoco propuse que nadie encerrara bajo llave a Dalí, ni siquiera a Lola Flores, pese a sus concomitancias ideológico-delirantes con el franquismo (y pese a que el trabajo de ninguno de los dos me suscitaba mayor interés). Pero esos/esas artistas, amén de no estar implicados en ninguna actividad delictiva (Hacienda excluída), tenían y siguen teniendo forofos a gogó, y forofos nada obtusos. Digo yo que por algo será. Sigo alimentando en mi corazoncito el bello lema, realmente nunca aplicado, de la Revolución Cultural China: «Que florezcan cien flores y rivalicen cien escuelas de pensamiento».

Gironella no fue quedándose más y más al margen porque le perdieran sus ideas políticas, realmente deleznables, sino porque las expresaba a través de escritos plúmbeos, que no interesaban ni siquiera a sus correligionarios. De haber sido menos plasta, hubiera podido vender: ahí está la obra inagotable de Vizcaíno Casas, a modo de prueba. El propio Lara le compró alguna novelucha petardera, a modo de agradecimiento por el dinero que le hizo ganar cuando era lectura obligada de los del yugo y las flechas.

Esto de echar la culpa a la discriminación ideológica es una tentación casi irresistible. Todos los que nos dedicamos a escribir y no conseguimos traspasar la línea de la fama ni a la de tres -y menos mantenernos del otro lado- sentimos constantemente el deseo de proclamarnos «malditos», «insobornables»... y ni sé cuantas cosas más.

Gironella se presentaba como insobornable. Se pasaba. Insobornable es un adjetivo demasiado aparatoso. Yo no me atrevería a proclamarme insobornable. De lo único que puedo dar fe es de que los intentos de soborno que he recibido hasta ahora manejaban cifras escandalosamente ridículas. Insultantes. Si recibiera una que superara los 100 millones de euros y la mandara a la mierda, entonces creo que empezaría a considerarme insobornable.

Me da que Gironella también confundía no tener precio con no estar en el mercado.

Javier Ortiz. Diario de un resentido social (8 de enero de 2003). Subido a "Desde Jamaica" el 15 de febrero de 2017.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2003/01/08 06:00:00 GMT+1
Etiquetas: españa literatura diario 2003 gironella vizcaíno_casas franquismo | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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