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2001/01/14 06:00:00 GMT+1

Esa pasión contra Gómez de Liaño

Mucha gente se declara escandalizada por la ferocidad con la que Polanco y los suyos siguen acosando a Javier Gómez de Liaño. «¿No les basta con lo que ya le han hecho?», dicen.

No; no les basta. Y yo les comprendo.

Estoy en total desacuerdo con ellos, pero les entiendo. Desde un punto de vista técnico, como quien dice.

Las leyes de la guerra -y ya se sabe que la guerra no es sino la continuación de la política por otros medios- dictan que lo que hay que hacer con el enemigo es destruirlo. Sin consideración alguna. Polanco ya sabe que Gómez de Liaño no es el jefe de sus enemigos, ni mucho menos, pero ha decidido darle un castigo ejemplar, para que todo el mundo sepa a qué se arriesga si ataca sus intereses. A esos efectos, cuanta mayor sea la destrucción del ex juez, más eficaz será el escarmiento. Delendus est!

Todos recordamos lo que dijo Polanco hace ya muchos años, cuando se debatía la concesión de canales de televisión privada: «En este país no hay huevos para negarme un canal de televisión a mí». Lo que está haciendo ahora con Liaño no es más que una extensión de ese aserto.

No me extraña, pues, el ensañamiento del que dan prueba Polanco y sus lugartenientes, ya digo. Pero, a cambio, me produce auténtico bochorno el entusiasmo con el que colaboran en esa tarea algunos de sus empleados. Acabo de escuchar en la cadena Ser a un personajillo, colaborador de un programa nocturno -250.000 al mes, como mucho-, que ha leído unos espantosos ripios contra Gómez de Liaño en los que llegaba a acusarlo de ser... ¡un tirano! El pelota en cuestión ha comparado la tarea de acabar con el juez a la de derribar a un dictador. Toma ya.

Qué vergüenza. Qué baboseo.

Según mi deontología periodística personal -seguramente muy antigua-, los opinadores o columnistas tenemos prohibido salir en defensa pública del patrón. Aunque estemos circunstancialmente de acuerdo con él. Por una razón elemental: el público no puede saber si lo hacemos de corazón o de bolsillo.

Si nuestros empresarios se comportan como estrictos patrones -y no conozco a uno sólo que no lo haga-, nosotros debemos comportarnos como estrictos empleados. Lo cual nos obliga a venderles nuestra fuerza de trabajo, sin duda, pero no a venerarlos, ni a rendirles pleitesía, ni a servirles de correveidiles o de mamporreros.

Lo peor de esos mindundis rastreros es que no se dan cuenta de que hoy trabajan para Polanco, pero mañana pueden verse en la calle.

O tal vez sí. Quizá actúan de ese modo porque se han dado cuenta de que en el mercado de la prensa de hoy en día se cotizan muy bien los lameculos.

Javier Ortiz. Diario de un resentido social (14 de enero de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 16 de abril de 2017.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2001/01/14 06:00:00 GMT+1
Etiquetas: diario 2001 | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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