Quizá por un oscuro sentimiento de rencor, si es que no de envidia, tengo la insana costumbre de cachondearme de los comentarios de los cronistas deportivos, en general, y futboleros, en especial.
Me lo paso en grande con sus constantes patas de banco, sus pifias gramaticales, su tendencia a inventarse palabras (o a acoger con infinita alegría las inventadas por el vecino), su gusto por los barbarismos (robados a idiomas de los que no tienen ni idea, por supuesto)...
Pero cuando más me divierten es cuando están retransmitiendo un partido, lo que ocurre no encaja ni a la de tres con los augurios que habían realizado y van inventándose sobre la marcha teorías ad hoc para justificarlo.
Esta semana hemos tenido dos casos de primera. El martes, antes de empezar el encuentro entre el Mónaco y el Real Madrid -y no digamos a la altura del descanso-, todos tenían clarísimo que el equipo de Florentino Pérez era infinitamente superior al otro y que el partido iba a ser un paseo. El Madrid perdió al final y ellos -los mismos que habían vaticinado que los Ronaldo, Raúl, Zidane y compañía lo tenían chupao- teorizaban lo sucedido como si llevaran días y días anunciándolo. Uno hubo que, en su desenvoltura, olvidó por completo que se había pasado una hora apuntándose a la presupuesta victoria, más forofo que nadie («¡Vamos a ganar de tres o de cuatro!»), para situarse en cosa de nada a distancias siderales, puesto que de galácticos hablamos («¡Si es lo que vengo diciendo durante toda la temporada! ¡No tienen defensa!»).
Igual, sólo que al revés, les sucedió al día siguiente con el Deportivo frente al Milán. Todas sus fórmulas matemáticas daban como resultado que los del Depor no tenían nada que hacer frente «al mejor equipo de Europa, si es que no del mundo». Y el Depor ganó. En cuanto se vio que era eso lo que podía pasar, aparecieron en tropel los que recordaron que ellos ya habían anunciado que algo así era posible (olvidaban recordar cómo lo habían dicho: «Hombre, siempre puede darse el milagro...»).
Mis axiomas en materia de fútbol son de un arrastrado que da pena, pero no creo que los haya mejores. Son del estilo: 1º) Un equipo debe ser, ante todo, eso: un equipo. Es decir, piezas distintas que encajan en una misma maquinaria; 2º) Sus integrantes, empezando por el que administra los dineros y el entrenador, deben tener eso muy claro; 3º) Una vez establecido de qué tipo son los jugadores que convienen para que la maquinaria funcione bien, es muy preferible contratarlos buenos; 4º) Los mejores jugadores no son necesariamente los más caros, pero suelen serlo (o lo devienen en seguida). En consecuencia, para hacer un buen equipo es importante tener mucho dinero; 5º) Una vez trabajados con esmero todos los puntos anteriores, es decisivo, a la hora de la verdad, que la suerte te sonría.
Y así.
Para mí, todos los mandamientos del fútbol se resumen en dos, ya formulados hace más de 80 años por Alfonso Capone (sólo que él los aplicaba al juego del póquer): 1º) Es muy preferible tener buenas cartas, o conseguir que te las den; y 2º) Cuatro reyes y un revólver ganan a cuatro ases.
Pero ¿cómo llenar horas y horas de retransmisión radiofónica y páginas y páginas de periódicos deportivos con semejantes simplezas? Hay que darle muchas más vueltas a todo, aunque sea para no decir nada. No diciendo nada, a poder ser. O consiguiendo decir lo que sea de manera que nadie se acuerde de que lo has dicho cuando le estés contando ya lo contrario.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (10 de abril de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 16 de mayo de 2017.
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