El candidato tamborileaba nervioso sobre el pupitre. ¡Tener que escuchar semejante retahíla de barbaridades! A muchos de sus congéneres les sonaba a lo mismo, según todas las trazas. Desde el momento en que el representante de IU-IC empezó a soltar su requisitoria, la mayoría tomó el camino del pasillo. Los que quedaron presentes optaron por ponerse a charlar y ricanear entre sí. Hasta que no tuvieron más remedio que volver la cara hacia el estrado.
Porque parecía que pasaba algo. Algo que no estaba previsto.
Rafael Ribó fue un sorprendente orador. Incluso como representante de Izquierda Unida. A mí, por lo menos, me sorprendió. No porque lo que dijera fuera de una gravísima radicalidad. En realidad, la enumeración de los desastres psoecialistas que hizo fue bastante comedida, si se compara con la que otros hubiéramos puesto sobre la mesa parlamentaria sin apenas esfuerzo y con muchísimo gusto. Lo que resultó ayer más llamativo es que el señor Ribó subió a la tribuna del Congreso enfadado.
En el lenguaje de la política oficial, ocurre a menudo que lo de menos es lo que se dice, y lo de más cómo se dice. Una crítica gravísima, pronunciada con la docilidad de tono que es de rigor en la diplomacia parlamentaria, pasa desapercibida. Resulta perfectamente aceptable. «Perdone usted que se lo recuerde, señoría, pero tengo datos suficientes como para considerar que usted es un poquitín criminal», apunta el diputado único del Centro Estupefacto Unido, esgrimiendo una algarroba de primera calidad, que espera depositar delante del Gran Jefe del Gobierno así que Pons le conmine a acabar. Y todo el mundo sonríe.
Pero si llega alguien que, rompiendo con el monótono consenso ambiental, blande tan sólo el dedo índice, señala al tipejo que aspira a mandamás y le suelta un «iHa sido usted, es y quiere seguir siendo un perfecto estafador, cacho canalla!», con depedencia de que nadie sepa a que estafa en concreto se refiere -¡hay tantas!, el acontecimiento se vuelve un puro escándalo. Porque el orador ha roto la baraja. Y no hay nada peor que romper la baraja.
El candidato a presidente de Gobierno -que ha sido, se siente y se sabe presidente de Gobierno desde hace la tira, cosa que imprime carácter- se mostró totalmente desbordado por la inesperada osadía.
Había soportado las impertinencias de José María Aznar -algunas de ellas felizmente caústicas- con naturalidad, y hasta con elegancia. Esperaba escuchar las reconvenciones más o menos profesorales del resto. Pero que se subiera alguien al estrado para hacer irrisión de su presunto progresismo y le leyera el abecé, la elemental cartilla de lo que no puede dejar de decir alguien que se pretende de izquierdas, se ve que no lo esperaba.
Y perdió los estribos. «¡Eso es brocha gorda!», le replicó indignado, demostrando su convencimiento de que su actuación sólo puede ser criticada con pinceladas.
Felipe González es un político definitivamente mal acostumbrado. Es un individuo que cree que puede ir al Parlamento y salir airoso con réplicas como ésta que no me resisto a copiar, y que ayer dedicó a Aznar: «Por lo tanto, eso me remite a una cierta dificultad para aceptar las cosas como son». Es un tipo capaz de soltar semejante vaciedad, imposible de determinar a qué carajo se refiere, y quedarse tan ancho, con la conciencia de que frases así pueden lograr millones de votos.
Lo de menos es que Ribó le hiciera un somero recuento de sus promesas incumplidas, y que le recordara «Los Naranjos», y la sindicación de la Guardia Civil, y Bagdad, y el Sahara, y a don Charles de Secondat, barón de la Bréde et de Montesquieu, y a los insumisos, y al sursum corda. Lo de más es que todo eso se lo recordó en un tono que parecía estar diciéndole: «Menudo desastre has montado, so capullo».
Y saltó como una fiera. Porque no hay nada que le siente peor a un capullo que ver que le tratan como a un miserable capullo. El error de Ribó, el de Izquierda Unida entera, está en pensar que González es un político de izquierdas que no se da cuenta de cuál es la verdadera política de izquierdas. Ya acabarán entendiendo que basta con considerarlo un político de derechas para que encaje perfectamente todo lo que hace.
Pero, bueno, ayer Rafael Ribó lo trató al menos como un capullo. Fue divertido.
Javier Ortiz. El Mundo (9 de julio de 1993). Subido a "Desde Jamaica" el 23 de julio de 2012.
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