Dice Aznar que un Gobierno en su sano juicio no podía descartar en la mañana del 11-M que ETA fuera la responsable de la masacre de Madrid. Totalmente de acuerdo. Los antecedentes obligaban a plantearse muy seriamente esa hipótesis. Que ETA no hubiera hecho nunca en el pasado una barbaridad semejante no podía tomarse como argumento definitivo. Tampoco mató nunca civiles hasta que empezó a matarlos. Ni colocó bombas que pudieran arrebatar la vida a simples viandantes hasta que empezó a colocarlas. La fijación de ETA por Madrid y por las estaciones de ferrocarril reforzaba la sospecha.
Pero entre las sospechas con fundamento y las certezas contrastadas hay una larga distancia que el ministro del Interior recorrió con sorprendente ligereza en las horas inmediatamente posteriores a los atentados.
El PSOE e IU creen que el Gobierno oculta información. Sería grave, desde luego, que el Ejecutivo no dijera lo que sabe, pero mucho más grave es que diga lo que no sabe. El ministro del Interior no tenía pruebas de que ETA fuera la autora de los atentados, pese a lo cual lo afirmó taxativamente. Tampoco sabía que la dinamita utilizada fuera de la marca francesa Titadine -de hecho no lo era-, pero lo sostuvo, induciendo a muchos a sacar conclusiones falsas.
A media tarde reveló que la policía había localizado una furgoneta robada en la que encontró varios temporizadores como los usados para hacer estallar los explosivos y una grabación en árabe con versículos del Corán. Horas después, las Brigadas de Abu Hafs-Al Masri, parte del entramado de Al Qaeda, hicieron público un comunicado en el que se atribuían la autoría de la matanza de Madrid. Un comunicado al que los expertos atribuyeron verosimilitud porque se ajustaba exactamente, según dijo uno de ellos, «a la liturgia que aplican los grupos vinculados a Al Qaeda».
Puestos en relación ambos hechos -furgoneta y comunicado-, los grandes medios de comunicación internacionales empezaron a trabajar sobre el supuesto de que la masacre de Madrid fue obra de un comando de fanáticos islámicos, que habría castigado a la población civil española por algo que no ha hecho ella, sino su Gobierno: estar entre los promotores principales de la Guerra de Irak. Sin embargo, varios ministros (Zaplana, Palacio, Arenas) siguieron insistiendo en que «todo apunta a la autoría de ETA». ¿A qué ese empecinamiento?
El presidente del Gobierno dijo ayer que todos los terrorismos son iguales. También en eso tendría razón, si de lo que se tratara fuera de emitir un juicio moral. Pero él sabe -como Zaplana, como Palacio, como Arenas- que, a efectos políticos, incluso inmediatos, no da en absoluto lo mismo que la masacre del 11-M haya sido obra de ETA o de Al Qaeda.
En el primer caso tendrían mucho que decir. En el segundo, mucho que callar.
Javier Ortiz. El Mundo (13 de marzo de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 19 de abril de 2018.
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